Desinformación: bienvenida la discusión

En medio de las lluvias intensas que afectan a parte importante del país, y las cuitas políticas que se ventilan por la prensa, la agenda pública se ha centrado de igual modo en estos días en la creación de la Comisión Asesora para la Desinformación. Los más inquietos han sido ciertos medios de comunicación y algunos analistas, no exclusivamente de sectores más conservadores, quienes ven en esto una suerte de censura o control de los medios de comunicación.

No creo conveniente tener que hacer un juicio de la instancia cuando ésta aún no se conforma y no fija los criterios para su funcionamiento, sino que quiero utilizar este espacio para algo más profundo y que es el leit motiv que tuvo el Gobierno para crear esta comisión, bajo el alero del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Me refiero a la desinformación.

La desinformación existe, es un hecho que afecta a la gran mayoría -sino a la totalidad- de los regímenes democráticos y no democráticos; en los primeros, muchas veces para atacar al gobierno de turno; y en los segundos, para imponer verdades oficiales que buscan ocultar la realidad. No es un fenómeno nuevo, y debe ser uno de los males que vino aparejado con la modernidad y sobre todo con la industrialización y los avances tecnológicos.

Un primer caso famoso puede ser cuando el cineasta, y en ese entonces hombre de radio, Orson Wells, teatralizó "La Guerra de los Mundos" a través de una emisora norteamericana, generando -involuntariamente, o quizá no tanto- el pánico de miles de personas, quienes realmente creyeron que se venía una invasión extraterrestre. Que otros hayan creído que era un hecho verdadero generó una suerte de reacción en cadena de fake news que causaron estragos en varias ciudades de Estados Unidos, y donde se plegaron autoridades y la misma prensa.

Pero esto que pudo ser fruto de una mera casualidad, o de cierta intencionalidad de su autor quizá con qué propósitos, hoy existe como una herramienta elaborada y como estrategia política, y creo que en eso no hay duda razonable. Podemos convenir que puede existir misinformación, que es cuando, a partir de un hecho falso, se difunde como algo cierto sin la intención de desinformar, y eso ocurre recurrentemente cuando los medios de comunicación no hacen un adecuado fact checking de sus fuentes.

Un caso reciente de esto último, y del cual lo comenté también en una columna pasada, fue la imagen del papa con un outfit a la moda, muy difundida y comentada por reputados medios y periodistas, que luego se descubrió era una foto manipulada. Podríamos hasta de tildar de inocente este caso, ya que, más allá de causar incredulidad y sorpresa, no generó un daño ni tampoco melló la ya alicaída imagen de la Iglesia Católica. Sin embargo, existen otras estrategias que buscan, mediante la desinformación, generar daño deliberadamente, y esto no es un patrimonio de un sector político en particular, sino que trasciende a todos los colores e ideologías.

Este es un tema que se ha discutido ampliamente en Europa -con comisión especial incluida- y Estados Unidos, y donde hay diversos estudios e informes respecto de lo peligrosa que es la desinformación, y los daños que puede provocar a las democracias, sobre todo en aquellas en que las instituciones son débiles y la posibilidad de filtro de la audiencia está debilitado. Además, tiene un componente de género no menor, porque también se ha constatado que las mujeres en cargos de poder son más proclives a ser víctimas de fake news -de hecho, los partidos políticos finlandeses y noruegos publicaron un paper que apunta a eso-, hecho que también comprobamos en Fundación Multitudes a través de dos estudios que hicimos con parlamentarias y mujeres convencionales.

Entonces, no tapemos el sol con un dedo, ésta es una realidad de la que podemos ser víctimas todos los días, y sobre la que se deben discutir y debatir sus efectos. Una democracia madura como la nuestra no debería evadir ningún debate, harto ha costado avanzar en ciertas materias referentes a igualdad e inclusividad. Así que bienvenida la discusión... y en especial a evitar la desinformación a partir de ella.

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