El otro protagonista del proceso constituyente

A menos de treinta días del plebiscito, primer hito fundamental del proceso constituyente, el debate se intensifica y las posiciones comienzan a develarse, con algunas sorpresas gratas en favor del apruebo y otras definitivamente oportunistas que responden a una estrategia con cierto perfume maquiavélico (el fin justifica los medios).

En la génesis de este proceso, como ya ha sido debidamente analizado, se encuentra la crisis del sistema político (legitimidad) y una estructura del poder concentradora y abusiva. Las implicancias de esto y sus ramificaciones derivaron en el movimiento social que en los próximos días cumplirá un año, el cual fue precedido por diferentes movilizaciones en la década anterior (Pingüinos el 2006; Movimiento Estudiantil por la Gratuidad el 2011; No Más AFP el 2016; Movimiento Feminista Universitario el 2018).

Se trata de una tensión social acumulada que alcanza su clímax en un gran movimiento contestatario que reivindica aspiraciones y derechos de la inmensa mayoría de los chilenos. Es la ciudadanía (el pueblo) que se instala como protagonista y principal “propietario” del proceso constituyente.

De este movimiento surge un mandato, con plena legitimidad democrática y popular, para transformar nuestra sociedad en diferentes ámbitos y dotar a los chilenos de plena dignidad.

Sin embargo, hay un componente del actual proceso constituyente, el que denominamos “el otro protagonista”, que es imprescindible abordar y que adquiere un carácter omnicomprensivo y de orientación central en las propuestas para el nuevo texto constitucional.

Se trata del marco valórico-cultural que debe iluminar e impregnar todo el armazón y estructura de la nueva constitución. Es el ethos que forma parte de la esencia del relato constituyente y que permite dilucidar el por qué y a partir de qué queremos relacionarnos entre nosotros y con la sociedad y cuáles son los elementos que definen el núcleo de nuestro destino vital que nos hace parte de una misma comunidad.

Su núcleo está compuesto por un conjunto de valores y/o principios, los que no solo son inherentes al espíritu de una democracia, sino que también participan de ellos los más variados humanismos.

Ellos son la Dignidad de las Personas, la Justicia Social, la Inclusión, el Bien Común, la Comunidad Reflexiva y Participativa y un Medio Ambiente Saludable y Protegido.

En consideración a esta matriz fundamental, cabe entonces preguntarse, ¿quiénes estamos por una nueva constitución redactada por los ciudadanos, ¿lo hacemos porque el gobierno del presidente Piñera ha fracasado rotundamente?, claramente no (aunque sin duda ha fracasado); ¿lo hacemos porque tenemos con la derecha diferencias ideológicas insalvables?, tampoco (aunque dichas diferencias existen); ¿lo hacemos porque creemos que una nueva constitución solucionará automáticamente los problemas, como nos reprochan algunos majaderos?, ciertamente no, en fin,  ¿lo hacemos porque queremos aprovechar una eventual mayoría para “aplastar a una minoría?, evidentemente que no. Lo hacemos por mucho más que eso.

Lo hacemos porque la Dignidad de las Personas, nos mandata para asegurar que todos los chilenos alcancen en el curso de su vida umbrales necesarios para una vida plenamente humana en alimentación, salud, educación y recreación.

Lo hacemos porque la Justicia Social es el fundamento de un Estado social de derechos y nos mandata a que las relaciones capital-trabajo sean equilibradas, con negociaciones colectivas por rama y actividad, con un derecho a la huelga real y sin restricciones, con participación de los trabajadores en las empresas y cumpliendo, en los hechos, con el concepto de trabajo decente establecido por la OIT (donde un compatriota, Juan Somavía, fue uno de sus autores).

Lo hacemos porque la Inclusión nos mandata a consagrar un Estado plurinacional y pluricultural, en que todos tengan cabida y se ponga término a todo tipo de discriminación.

Lo hacemos porque el Bien Común nos mandata a que se reivindique la propiedad pública y el Estado pueda asumir el control total y/o una participación significativa de aquellas empresas que manejan los recursos naturales (agua, cobre y litio). El bien común de la sociedad política es el fin supremo del Estado, de donde los bienes económicos que produce la sociedad no pueden concentrarse en manos de unos pocos por lo que dicho Estado debe jugar un rol activo regulando el proceso económico que permita hablar de una sociedad político-céntrica y no económico-céntrica.

Lo hacemos porque el querer construir una Comunidad Participativa y Reflexiva nos mandata a establecer espacios e instancias participativas vinculantes a nivel comunal, regional y nacional, que ayuden a una reorganización del poder en la sociedad y que permitan encauzar las demandas y aportes de la ciudadanía en general y de los grupos de más baja productividad en particular.

Lo hacemos porque un Medio Ambiente Saludable y protegido nos mandata no solo a esperar la buena voluntad de las personas, sino a consagrar en el texto constitucional normas inequívocas que garanticen que las empresas, las más variadas industrias y tecnologías y los ciudadanos, respeten y cuiden el eco-sistema. La premisa capitalista de que hay que crecer, crecer y crecer, porque detrás se encuentra la felicidad humana, no solo ha resultado errada, sino que ha llevado a un extractivismo ilimitado y amoral, sin ninguna consideración con los costos ambientales de su funcionamiento, los que deben ser asumidos con gran impotencia por las respectivas localidades y sus habitantes.

Son estas convicciones y dicho marco valórico los que juegan un rol fundamental en nuestra opción por el Apruebo y le dan sentido a nuestra causa; son estas fuentes las que impulsan los anhelos de quienes aspiramos a una democracia integral, en su forma y en su espíritu. 

Después de un par de décadas de logros importantes, pero en que lo más significativo estaba por hacerse, nuestro país y democracia se fue aletargando y pareció que nuestro espíritu y sentido de vida se asentó en supuestas bases seguras e incuestionables, sin dirigir la mirada hacia nuestras voces interiores y las de nuestra gente, entonces, y no podría ser de otra forma, vino la tempestad.

A solo días de este gran e inédito momento en la historia del país y en medio de esta latente y siempre amenazante tempestad, habrá que decir con Platón que, precisamente, “todo lo grande está en medio de la tempestad”.

Y lo grande, lo grandioso de este momento es, ni más ni menos, que ser coherentes con lo que el siempre vigente Maritain aseveraba: “la democracia es el régimen en el cual el Pueblo goza de su mayoría social y política, y la ejerce para decidir su destino”.

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