Hasta hace poco, muy poco en realidad, y a menos que ello se refiriera únicamente a corrientes pictóricas, no se me habría ocurrido que hubiera encontrado a alguien que quisiera identificarse con el amarillismo. Esta acepción tenía, en cualquier índole de asuntos, una connotación peyorativa. Y a mi entender todavía ocurre así, mayoritariamente y cuando no hay que explicarla especialmente.
Efectivamente, desde en las acepciones morales, en definiciones éticas, y también en política y hasta en fútbol (cuando se cambian de equipo sólo por razones de conveniencia) o en cualquier condición en que se quisiera denostar a aquellos con los que no se podía contar pese a ser parte del grupo, se les trataba de amarillos. Eran los acomodaticios, ambivalentes, los que se definían de acuerdo a la oferta que se les hacía o los privilegios que quisieran lograr, más que por respetar honorables compromisos.
Nadie quería ser amarillo y menos intentaba reivindicar que se le diera esa calificación.
Hoy nos encontramos con que forzando los términos, algunos aparecen inventando una nueva definición para amarillo, asociándola en política a prácticas conservadoras e intentos neoliberales, refundacionales y pretendidamente convocantes a los mismos que ya han hecho varios intentos de reagrupamiento, desde que abandonaron los partidos políticos a los que pertenecían o definitivamente se alejaron de las ideologías que los identificaban, yendo hacia una derecha pretendidamente más social y a la que demostradamente no se le cree.
No es el status quo lo que las grandes mayorías quieren para el país, se ha demostrado palmariamente en todas las últimas elecciones. Lo que se busca es que cada vez sea más amplio el espectro de los que efectivamente se involucren en el proceso de creación de la nueva Constitución, respetándose democráticamente la representación que emanó de la elección de los constituyentes y haciéndose los esfuerzos para que esa representatividad sea aún más amplia, lo más amplia posible. Debe haber un cambio profundo en las estructuras e instituciones, y que en esa perspectiva todos se incorporen. Ahí es donde se espera el aporte de los sectores conservadores, que tienen todo el derecho y la obligación de plantearse, no falseando respecto de los estados de avance del nuevo texto, que está menos que incipiente.
Ojalá a eso se aboquen quienes se han autoidentificado como "amarillos", sino nuevamente amarillarán y no serán aporte.
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