"Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida": Mario Benedetti
Baldemar se fue dónde van los más. Sin retorno. Un espacio imposible de llenar. Crece un sentimiento de dolorosa orfandad el que recorre las filas de la otrora numerosa familia democratacristiana, la cual se encuentra de duelo, por la irreparable pérdida de sus, a veces, ignorados próceres.
Dejó una huella que marcó desde sus inicios, en política por allá en los años de 1957, cuando el partido de la falange nacía como una alternativa diferente al marxismo, por una parte, y al capitalismo, por la otra, en que el mundo se dividió en dos polos muy opuestos.
Abrazó las encíclicas papales, Rerum Novarum y Cuadragésimo Año. Como católico, le convocaba la cuestión social. Creer en la persona humana, en sus derechos, inalienables, particularmente en los pobres de los más pobres. Aquellos que con tanta fuerza espiritual defendió siempre el cardenal Raúl Silva Henríquez, durante todo su extenso mandato episcopal, ese ejemplo de caridad cristiana, lo motivó desde muy joven, para fundar junto a otros, al incipiente partido de la "Revolución en Libertad" en su tierra natal.
De profesión la mejor, se ufanaba, profesor de Estado, con mención en Castellano, lo que le permitió, durante su estadía como estudiante universitario en Valparaíso, leer con pasión, a destacados pensadores como Telleran le Chardin, Jaques Meritan, León Blum, como tantos otros que formaron su carácter, para servir y no ser servido.
Siempre comprometido con pueblo y para el pueblo, esta es y debe ser la misión de un DC. Su camino es estar al lado de los más débiles. Nos reiteraba, con su voz de mando, cálida, inclaudicable, sonora, que obliga a tenerlo presente.
Retorno a su natal sureña ciudad de Aysén, llevándose consigo los grandes ideales de sus líderes fundadores, Radomiro Tomic el ferviente orador, de Eduardo Frei y su visión de nación. Del hermano Bernardo Leighton, un testimonio viviente de cristianismo: cuando se cultivaba, la fraternidad y la camaradería partidaria, con un fin común: Chile para todos.
Solo su ejemplo nos mueve y conmueve. Que lo retrata como un "hombre de tomo y lomo". No trepido un segundo en entregar su valiosa firma a la carta del grupo de los "13" cuyo contenido, rechazando el Golpe cívico-militar, era lapidario, para quien osara levantar la voz.
Nos recalcaba que no se puede ser valiente sin primero sentir miedo el cual fue capaz de soportarlo. Aunque vivía en el extremo sur, donde cualquier atentado a su persona o a su familia, poco o nada se podía saber a tiempo en la capital. La indefensión era total. La Iglesia Católica fue el único amparo ante tanta injusticia y represión militar, que asolaba en el país.
Volvió al Parlamento, como fiel representante de su comunidad de Coyhaique, cuando aún el Congreso Nacional estaba sin terminar la construcción. Donde había que saltar de tablón en tablón para ir a sesionar. Había que hacerlo todo de nuevo, reconstruir el país y el Parlamento.
Elegido como jefe de la Bancada DC, dirigió a una orquesta con 40 diputados y diputadas, enérgico, como buen maestro, escuchaba con sabiduría, aplicaba la democracia interna, sin tranzar su obligación primordial, apoyar y proteger al gobierno de la Concertación, cediendo muchas veces en beneficio de la recién recuperada democracia.
Su trabajo legislativo está en su historial. Igual que su labor como concejal de su comuna. Hay que descentralizar el país, hay que insistir que el futuro está en los lugares remotos las regiones extremas que son tan olvidadas por los gobiernos. Así se lo hizo saber a don Patricio Aylwin con voz fuerte y decidida.
Me honró con su amistad, fue mi maestro, como colega y desinteresado camarada, enseñándonos que el poder está en comunión estrecha con la gente, esa que nos entregó la confianza para ser parte de la historia. Solo la juventud chilena se merece cualquier sacrificio, sentenciaba una y otra vez, a quien quisiera escucharlo.
El patagonés se nos fue a los 93 años, nos dejó como herencia imperecedera que la solidaridad está basada en la honestidad, una virtud que debe asumir un cristiano de verdad.
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