Lo acontecido el domingo recién pasado, en el Tedeum Evangélico, no solo fue una falta de respeto para con la Presidenta de Chile y para con el pueblo que la eligió. Constituye además un peligro para el futuro de nuestro país y trae a la memoria los tiempos más oscuros de la férrea unión entre el poder económico y el poder religioso, no solo en nuestro país sino que en el mundo entero.
Junto con ello, y para sorpresa de muchos, es también una falta de respeto y una traición brutal a la memoria de Jesús y a su propia forma de ingresar a la historia, cuando bajo el mandato del Imperio Romano, él y sus seguidores eran criminalizados y perseguidos por sus creencias y valores, por lo que junto a quienes iban abrazando el cristianismo, se convirtieron en vanguardia de la defensa de la libertad religiosa como una de las expresiones fundamentales de la libertad de conciencia, mientras el Imperio intentaba por la fuerza imponer a sus dioses a todos aquellos que dominaban.
De hecho, como plantea Carrón, en su libro La Belleza Desarmada, los primeros cristianos se vieron obligados a vivir la novedad evangélica en un mundo plural en el que los valores de los que eran portadores no eran de hecho, reconocidos ni aceptados, en un contexto de intolerancia y persecución.
Con el tiempo, esta característica fundamental del origen del cristianismo fue quedando en el olvido, en la medida que la clase dominante del Imperio adopto la Religión Cristiana como Religión Oficial del mismo y ésta comenzó a confundirse con el instrumento de dominación, primero Imperial y luego Feudal.
El clímax de esta involución llegó de la mano de la inquisición y de las cruzadas, con todo su reguero de muerte y destrucción, en nombre de Dios que afirmaba su existencia en la negación de la diferencia.
El desastre provocado por el dogma y el fundamentalismo religioso fue una de las causas principales del surgimiento del pensamiento y la cultura ilustrada, que puso al centro de la discusión el mismo derecho a la libertad, que los cristianos, en un comienzo habían levantado como bandera de lucha, antes de convertirse en un mero instrumento de dominación.
El momento de maduración de este nuevo movimiento fue la Paz de Westfalia, que marcó el inicio del proceso de secularización europeo, que implica la separación del Estado y la Iglesia y el inicio del camino a lo que hoy se conoce como modernidad, de la mano de una importante autocrítica de la Iglesia que crece hasta terminar con un giro radical en el marco del Concilio Vaticano II, que afirma solemnemente que cualquier persona tiene derecho a la libertad religiosa.
En la cultura ilustrada, la libertad, la igualdad y la fraternidad se erigen como valores supremos por excelencia y en el contexto actual la libertad parece haber tomado, bajo la cultura del neoliberalismo, la hegemonía de entre los valores ilustrados.
Esto ha generado una nueva Santa Alianza entre la derecha más conservadora, que se llena la boca con la libertad de vender y comprar, con los sectores mas retrógrados del cristianismo que traicionando a su propia verdad revelada, pretenden llevar a nuestro país a las épocas más oscuras de la alianza entre el poder económico y el poder supuestamente celestial, intentando imponer por la fuerza, a través del Estado, lo que no son capaces de convertir en pensamiento mayoritario a través de su propio trabajo evangelizador.
En todo caso, no debe sorprendernos, ya que no es primera vez que los sectores Reformistas de la iglesia cristiana, en sus distintas expresiones luteranas, calvinistas, valdense e incluso anglicana, optan, ante su condición minoritaria, por restringir los espacios de la libertad de conciencia, de la mano de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad, intentando impedir por este medio, la transformación más profunda de la realidad social y la construcción de un Estado laico, solidario, fraterno e igualitario.
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