Dignidad

En los últimos meses se ha repetido con insistencia la palabra dignidad en los muros de la ciudad, en las demandas ciudadanas, en el debate público, incluso muchos han rebautizado la Plaza Italia o Baquedano como Plaza de la Dignidad. “Hasta que la dignidad se haga costumbre” rezan muchos carteles y gritos en la calle. 

¿Qué quiere decir esta demanda por Dignidad? La palabra, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua española, trata de la cualidad propia de la condición humana de la que emanan los derechos fundamentales, junto al libre desarrollo de la personalidad, que precisamente por ese fundamento son inviolables e inalienables. La dignidad humana es el fin supremo del derecho y del Estado, es el límite que ni el Estado ni las personas pueden transgredir sin afectar derechos fundamentales. 

Ser tratado con dignidad y tratar con dignidad a los otros son dos caras de la misma moneda. En verdad el que se quiere hacer valorar como persona digna se impone también la obligación de comportarse dignamente, es decir, no dejarse humillar ni avasallar en sus derechos y no humillar o avasallar a los demás. 

Miradas así las cosas, tienen mucha razón las personas que han exigido dignidad en las calles: la radical desigualdad de nuestra sociedad de mercado afecta la dignidad de millones y hay razón en protestar y exigir un cambio en el contrato social de manera de asegurar igual dignidad para todos los chilenos. Las violaciones a los derechos humanos que hemos presenciado desde el 18 de octubre son un caso extremo de atropello a la dignidad humana. 

Sin embargo, la demanda por dignidad implica también comportarse dignamente y tratar dignamente a los otros. En tal sentido, la violencia irracional, los saqueos y los incendios de iglesias y edificios patrimoniales no reflejan precisamente un comportamiento digno, serio, respetuoso, responsable, sino más bien parecen ser la expresión de un salvajismo de la condición humana que nada tiene que ver con la dignidad que se reclama.

Asimismo, impedir con violencia que miles de jóvenes puedan rendir un examen de acceso a la educación superior u obligar a transeúntes o automovilistas a bailar en la calle contra su voluntad transgrediendo sus derechos y afectando su dignidad, son acciones que permiten legítimamente dudar acerca de las convicciones y coherencia de los manifestantes. 

En pocas palabras, reclamar dignidad exige dignidad.

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