El 11 de septiembre en un Chile rebelde

Conmemorar es hacer memoria junto/as. Es sumergirse en una experiencia colectiva que es, a la vez, política y afectiva. Es actuar en el espacio público aquello que pensamos y sentimos sobre el pasado. Cuando nos preguntamos por lo que sucede actualmente en nuestra sociedad, miramos hacia el pasado construyendo un relato que permite explicar nuestra realidad social y política de hoy.

No conmemoramos cualquier cosa, sino que aquellos acontecimientos que le dan sentido a lo que somos y que suelen coincidir con lo que la sociedad identifica como originario de sí misma.

Se trata de lo que establecemos como inicio en el relato que construimos sobre nosotros/as, y que dice tanto de nuestro pasado como de nuestro presente, pues la Memoria no se hace a partir de lo que sucedió antes, sino que a partir de lo que ahora nos importa.

Cada 11 de septiembre recordamos el golpe militar de 1973, no sólo porque se trata de un acontecimiento terrible, sino porque tenemos la esperanza de que nos permita comprender cómo llegamos a vivir en este sistema social que nos oprime.

Llevamos varias décadas relatando el golpe y la dictadura que le siguió una y otra vez, en público y en privado, con imágenes y palabras, con tristezas y enojos, construyendo aquellas narraciones que llamamos Memoria colectiva.

Nos hemos centrado casi siempre en el horror de la violencia represiva ejercida por militares, policías y civiles al amparo del Estado, que buscó castigar el atrevimiento de haber intentado transformar nuestra sociedad, para luego instalar por la fuerza el modelo económico y social que hoy llamamos neoliberalismo.

A fuerza de reiteración y como un recurso más del dispositivo de pacificación que fue la “transición a la democracia”, la memoria de la derrota se convirtió en hegemónica, convenciéndonos que una excesiva politización y radicalización de objetivos políticos de izquierda está condenada a terminar con un nuevo Golpe de Estado.

Las memorias hegemónicas del golpe y la dictadura son actuadas año tras año reponiendo en la escena pública la convicción que circula en nuestra sociedad de que fue un día decisivo y fundacional.

Lo que conmemoramos es el fin de una sociedad que quiso ser distinta y la fundación de otra que dice de si misma que no puede cambiar. 

A través de la repetición ritual de acciones de Memoria tales como actos, imágenes, uso del espacio, símbolos y discursos, se contribuye a fijar ciertas memorias llegando a menudo a escindirlas de las prácticas de poder que las producen, a la vez que se promueven ideologías, afectos, comportamientos y sujetos. La conmemoración se convierte así en un referente de verdad que legitima el presente a partir del pasado.

Sin embargo, las conmemoraciones tienen, también, el potencial de transformar las condiciones que harán o (o no) posibles nuevos procesos de recordar, cualidades que les otorgan su poder de subversión y su capacidad para romper los límites establecidos por las versiones hegemónicas del pasado.

El carácter subversivo de los procesos de Memoria colectiva no radica sólo en el acto de recordar aquello que las versiones oficiales de la historia niegan, ni tampoco en el efecto normativo de relatar y señalar aquello que no debería volver a ocurrir, sino que en permitirnos comprender el presente e imaginar otros futuros posibles.

Este septiembre del 2020 será muy distinto a los anteriores, en parte porque estamos en confinamiento y Estado de Excepción por la pandemia. Pero, sobre todo, porque será conmemorado por una sociedad que se rebeló contra el modelo económico, social y cultural, instalado por la dictadura y consolidado por la transición. 

El 11 ocurrirá en un Chile constituyente, que decidió dejar de estar condenado a la Constitución de Pinochet y, que pese a las limitaciones establecidas para el proceso y a la desconfianza en la clase política que lo pactó, se encuentra hace meses reflexionando activamente en torno a la Constitución que desea y a los mecanismos participativos para construirla.

Por eso, estas conmemoraciones del 11 de septiembre serán muy diferentes, pues las protagonizará una sociedad que dejó de ser obediente con un pasado de violencia y represión que castigó sus sueños de ser distinta.

La que recuerda ahora es una sociedad que ha mostrado por casi un año la voluntad política de transformar la sociedad en la que vive y que se sabe a si misma con el poder de hacerlo. 

Eso produce las condiciones para hacer de ese día un evento en el que se pongan en tensión las memorias hegemónicas de nuestro pasado reciente, debilitando sus efectos de poder.

Hemos creado las condiciones de ir más allá del recuerdo de horrores y dolores y conmemorar las prácticas de resistencia colectivas, las valentías, las luchas transformadoras, las utopías y las esperanzas.

Estamos construyendo un nuevo momento fundacional, un nuevo comienzo que, a diferencia de la transición pactada de los años 90, responda a la voluntad soberana.

Estamos frente a la oportunidad de resignificar las memorias de la derrota y pensar nuevamente que la historia es nuestra, y la hacemos como pueblo.

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