El 5 en Cooperativa, el día en que floreció la libertad

El 5 de octubre de 1988, alrededor de las 6 AM, comenzamos a desplazarnos a nuestros lugares de cobertura todos aquellos que, desde detrás del micrófono de Radio Cooperativa, seríamos en las siguientes horas a la vez protagonistas y narradores de la gesta de libertad que ese día florecería, tras meses de meticulosa organización opositora, manifestaciones multitudinarias en plazas y calles y, también, temores recónditos.

Varios días atrás, en la sede de la radio en calle Antonio Bellet, nos habíamos reunido todos para escuchar instrucciones, conocer nuestros lugares de destino y, muy importante, presentarnos con nuestros guías/colaboradores locales, la mayoría estudiantes de periodismo que por ser muchos vecinos del sector asignado, serían fundamentales en la recopilación de información.

Para mi fortuna postrera, me tocó cubrir el plebiscito en Pudahuel, Cerro Navia y Lo Prado, en aquel entonces muy pobres y aguerridas comunas populares, las cuales visitamos posterior a la reunión que narro en compañía del guía, para tantear el terreno, familiarizarse y saludar a algunos vecinos.

Mi compañero de ruta, cuyo nombre lamentablemente no recuerdo, fue fundamental para adentrarse en los vericuetos populares de esas barriadas sin levantar sospecha, por desconocido, y se lo agradeceré siempre. El otro pasaporte indiscutible fue identificarse como de la radio, enseñando desde luego la credencial, lo cual hacía que las cejas fruncidas del interlocutor fueran seguidas por una sonrisa y un estrechón de manos de acogida.

A esa hora del amanecer del 5 de octubre, las calles estaban muy despejadas y rápidamente llegamos desde Alameda con Lastarria al punto de encuentro en Pudahuel en el radio taxi que nos acompañaría toda la jornada.

Comenzamos pronto a visitar escuelas y liceos donde se hacían los preparativos para la apertura de mesas y pese a décadas de falta de práctica, todos quienes las integraban hacían su trabajo seria y diligentemente, como a sabiendas del peso histórico que soportaban; la gente llegaba en masa y se ordenaba en filas comentando en voz baja sus recelos y esperanzas mientras esperaba su turno.

Recuerdo que entre lo más conversado era cómo se debía sufragar, cuál era la forma correcta de extender la raya sobre la línea en la papeleta, no fuera que por hacerla torcida o una cruz o un círculo, menos escribirle un garabato como algunos se proponían, te fueran a anular el voto. Larga y muy dolorosamente había llegado ese día luminoso, nadie quería perderse el momento de recuperar la dignidad y exhibir coraje.

Todo esto, no huelga recordarlo, rodeados de militares, conscriptos con cara de niños regenteados por sargentos, tenientes y capitanes que orientaban amablemente al pueblo; pero que, en el pasado cercano, enfundados en idénticos camuflajes, bajo idénticos cascos de acero, calzando idénticas botas lustrosas, blandiendo idénticos fusiles cargados con munición de guerra y sin ninguna gentileza, sino todo lo contrario, habían barrido y allanado poblaciones enteras. Sí, la desconfianza estaba en el aire, se palpaba y se respiraba.

Nosotros lo único que queríamos era hacer algún despacho, narrar lo que veíamos y escuchábamos. Pero no era fácil (obviamente en el 88 no habían celulares).

Por una parte, los equipos transmisores que nos proporcionaron especialmente para ese día, rápidamente demostraron ser poco fiables (siempre he sospechado que estaban interceptados, porque cuando los probamos días atrás, sí habían funcionado bien); por otra, el despliegue de corresponsales era tan numeroso que la "cola" para que te grabaran el despacho hecho con walkie-talkie podía ser prolongada y no había margen de error.

Pero además, había que ceñirse a las instrucciones que el director Guillermo Muñoz Melo y el editor general Juan Hoelzel habían repetido previamente. El periodista Gonzalo Rojas Donoso, a quien le tocó trabajar en Peñalolén y La Florida, lo recuerda así, "nos habían dado instrucciones severas de que debíamos ser muy moderados en nuestros despachos. No dejarnos llevar por las emociones que pudieran encender una mecha. Estaba claro".

Ricarte Soto, corresponsal de la radio en París, me lo dijo años después, en un encuentro en el Restaurant La Caleta y rodeado de exiliados, retransmitía por parlantes los reportes de Cooperativa que le llegaban desde Chile.

La jornada transcurrió muy ansiosamente pero en orden, lentamente se sucedieron las horas, todos queríamos llegar al momento clave. Y llegó. Entonces, decenas de personas se agolparon en torno a cada mesa siguiendo con ojos escrutadores cada voto que se leía y mostraba, defendiendo celosamente aquellos que pese a no estar marcados exactamente como correspondía sí expresaban claramente y sin lugar a dudas preferencia.

A medida que el recuento avanzaba y era incontrarrestable la mayoría rotunda que en aquellas comunas tuvo el "NO", el regocijo empezó a ser evidente y a manifestarse, cada vez con más entusiasmo. Algún soldadito de guardia me preguntó murmurando y sin desviar la vista que cómo iban las cosas y, a mi respuesta, no pudo evitar insinuar una sonrisa.

Pero todo eso contrastaba severamente con el único y favorable al "SÍ" boletín oficial que a esa hora leyó en cadena nacional el subsecretario Cardemil. Algo no cuadraba, especialmente por el abrumador silencio oficial que siguió después, hasta pasada la medianoche.

Muchas personas comenzaron a temer que se consumaría un fraude y a sufrir lo que se vendría. Al respecto la Cooperativa cumplió un rol ultra trascendente porque, lejos de las instrucciones de mesura que nos habían dado, siguió durante la noche transmitiendo incesantemente los resultados de mesas en todo el país que sus periodistas relataban apasionadamente y sumando recuentos parciales que reafirmaban el triunfo del "NO".

Gonzalo Rojas rememora,"no sé si en la primera mesa cuyo recuento me tocó relatar, o en alguna de las que siguieron, los "No" se empezaron a levantar abrumadoramente por encima de los "Sí". Mi tono de voz se fue elevando, seguramente en torno mío la euforia también, y terminé despachando con una alegría y un entusiasmo que no podía disimular".

Creo que así hicimos todos.

Como a las 11 de la noche, tres helicópteros del ejército - los veo claramente - surgieron de la oscuridad y pasaron rasantes sobre las techumbres de Cerro Navia con rumbo norte, sembrando miedo. Llamé a Hoelzel para comentárselo. Poco después él me llamó de regreso y me dio instrucciones de regresar a la radio. Le dije que aparte de lo de los helicópteros todo estaba en calma y que era posible seguir reporteando, pero él insistió con mucha firmeza en que nos retiráramos.

Nos despedimos con mi guía y avanzamos en el radio taxi por la Alameda hacia el oriente. El acceso al centro estaba restringido en un cuadrante que comprendía por el oeste la norte-sur, por el sur Avenida Matta, por el este Vicuña Mackenna y por el norte el Río Mapocho.

Cuando bajamos a la Ruta 5 para rodear por el norte hacia Providencia, descubrimos que guarecidos al costado de la carretera habían camiones del ejército con tropas, tanquetas y diverso material pesado. Nos estremecimos y ahí entendimos porqué Juan nos pidió salir de manera perentoria.

Cuando llegamos a la radio lo comentamos también con el Director de prensa, Guillermo Muñoz Melo y entiendo que se dio aviso al Comando por el NO.

En medio de una gran tensión, al poco rato sucedió, por la señal de Cooperativa, el reconocimiento del general Matthei acerca de la victoria del "NO" cuando cruzaba raudo a La Moneda a enfrentarse con Pinochet, quien tenía preparado un decreto mediante el cual la Junta le otorgaba poderes especiales, según se narra en "La historia oculta". Era el autogolpe.

Pero el tirano no tuvo entonces el apoyo de sus secuaces y esta vez no supo cómo ser traidor. Después, circunspecto y aplastado, Cardemil leería su segundo y último boletín. Y todos nosotros en la sala de redacción estallábamos de júbilo.

"Al final de ese día, de regreso de los locales de votación de La Florida, pasé donde un tío que vive en esa comuna, a seguir a través de la radio y la televisión, los acontecimientos. Allí viví la realidad de lo que parecía un sueño. El plebiscito derrotaba a la dictadura. Eran horas inciertas, no se sabía bien en qué terminaría todo. Tenía que volver la radio a entregar los equipos y después, a celebrar? La cordura de otra instrucción me decía que me fuera a la casa. No de muchas ganas, pero esa sí la obedecí", narra Gonzalo Rojas.

Como a las dos de la madrugada del 6 de octubre, en Alameda con Lastarria, sede del Comando por el NO, centenares se abrazaban y cantaban. Yo, desde el balcón de la casa de mi padre, lo abrazaba mientras mirábamos.

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