El dilema del Frente Amplio es político

En los países donde el ballottage es un sistema consolidado se sabe que el voto de primera vuelta generalmente significa, para una parte importante del electorado, el expresar un sentimiento, el apoyo a un candidatura que le despierta empatía por las características personales del candidato, enviar un mensaje al sistema político, expresar un malestar, una protesta, y que el voto de segunda vuelta es el voto político donde en definitiva se decide quien gobierna.

Son elecciones distintas ya que en segunda vuelta los votos tienden a reagruparse en relación a intereses más estructurales, a aspectos que van desde la historia a lo programático, desde impedir que salga alguien que se estima un riesgo para determinadas conquistas ya adquiridas a considerar una mejor oferta que influya en la vida cotidiana del votante, tiende muchas veces, también, a ser un voto más ideológico.

Chile ya vivió una experiencia el 2009 cuando Marco Enríquez Ominami obtuvo el 20% del electorado que encarnó en su persona la distancia con el excesivo continuismo del candidato de la Concertación y votó en primera vuelta por aquello que apareció, desde la izquierda, como una idea de cambio, de renovación y novedad.

Se trató de un electorado concertacionista, especialmente socialista, que manifestó de este modo su malestar hacia el agotamiento de una fórmula que no reflejaba los anhelos de ir más allá de lo logrado durante la primera administración Bachelet, la cual, sin embargo, abandonó su gobierno con una altísima popularidad y apoyo ciudadano.

Frei recuperó gran parte del electorado que no había votado por él en primera vuelta y perdió solo por 3 puntos ante Piñera. Si Enríquez Ominami hubiera explícitamente llamado a votar por Frei tal vez este habría ganado la elección, al menos esta es la sensación que quedó en el país.

Enríquez Ominami ha pagado un alto precio político por dicha actitud y hace pocas semanas declaró, con valorable honestidad, que fue un grave error que no volvería a cometer. En efecto, esta vez fue el primero en anunciar su apoyo a Guillier.

En medio del debate abierto hoy dentro del Frente Amplio sobre la actitud que asumirá el bloque en esta segunda vuelta presidencial, el filósofo de la UC de Valparaíso y dirigente del Frente Amplio  Roberto Vargas declara en una entrevista a El Mostrador, “no podemos entregar un apoyo explícito a Guillier, si lo hacemos el Frente Amplio se diluye”. 

La verdad es que el sorpresivo e importante  20% obtenido por Beatriz Sánchez se moverá en esta segunda vuelta, de una u otra forma, independientemente de lo que digan los dirigentes del Frente Amplio.

Es cierto que esta vez es un voto más consolidado que el de Enríquez Ominami del 2009 ya que va acompañado de la elección de  20 diputados, de un senador y de una significativa cantidad de CORES en todo el país. Es decir, el resultado coloca al Frente Amplio como una nueva realidad política que rompe con la hegemonía absoluta del bloque de derecha y de centroizquierda que ha dominado el escenario político desde el año 90.

Sin embargo, a nivel parlamentario el Frente Amplio  obtiene el 16% de los votos y con este porcentaje elige 20 diputados básicamente porque hay un nuevo sistema electoral proporcional corregido que lo permite, que es fruto de largas luchas de la centroizquierda y una realización del gobierno de la Presidenta Bachelet, y por la ceguera política de los dirigentes de la Nueva Mayoría que, con este nuevo sistema electoral que requiere la máxima unidad para optimizar el número de electos, se presentan divididos en dos listas perdiendo con ello entre 12 y 13 diputados y 3 senadores.

De lo contrario, con cifras en la mano, el resultado del Frente Amplio se habría reducido en parlamentarios a la mitad. Un segundo dato, es que el Frente Amplio obtiene en la elección de CORES solo un 11% y no el 20 de la elección presidencial y para muchos éste es el voto más fiel de que goza el conglomerado.

La experiencia del balotage en el mundo y también en Chile es que nadie es “dueño” de los votos ciudadanos y nadie puede retenerlos o moverlos a su antojo.

Lo previsible es que el candidato de la centroizquierda Alejandro Guillier, que ya cuenta con el apoyo explícito de los ex candidatos presidenciales Goic, Enríquez Ominami y Navarro y de sus partidos, consiga atraer una importante cantidad del voto obtenido por  Beatriz Sánchez ya que en el hay mucho elector de la Nueva Mayoría desafecto por la intromisión de los negocios en la política o por las promesas no cumplidas y también aquellos que sólo en las últimas semanas, por los aciertos de la campaña de Beatriz Sánchez, se definió por esta opción en primera vuelta.

Hay, también, en ese voto, mucha gente que apoya los cambios que realiza el gobierno de la Presidenta Bachelet y que estima que un gobierno de derecha representa un grave riesgo de retroceso para el país y, finalmente, hay quienes se decidirán a favor de Guillier en virtud de la acogida de este a varios de los planteamientos programáticos planteados por Beatriz Sánchez y el Frente Amplio.

Es decir, en segunda vuelta el 20% del voto ciudadano obtenido por Beatriz Sánchez es imposible retenerlo integralmente porque están en juego dos opciones muy distintas de gobierno y porque, como lo reconocen muchos dirigentes el Frente Amplio, no da lo mismo si gobierna un presidente conservador, mercantilista que cuenta con el apoyo de los sectores más integristas del país y de los nostálgicos de la dictadura, que uno progresista que busca, al igual que el Frente Amplio, terminar con el Estado subsidiario y garantizar mayores derechos políticos y sociales para los chilenos.

Por ello, el verdadero dilema del Frente Amplio es enteramente político y no solo electoral. La ciudadanía no entendería el debate que hoy se da entre los dirigentes del Frente Amplio de si es mejor ser oposición a Piñera o a Guillier dado que lo que está en juego es el futuro inmediato de los chilenos y no sólo una “sutileza” intelectual de lo que para el Frente Amplio es mejor en la perspectiva de su propio desarrollo como conglomerado. 

La tesis de que es mejor que gane un gobierno de derecha porque agudiza las contradicciones sociales y permite el despliegue de la izquierda se ha comprobado históricamente como falsa, auto referencial y mezquina ya que privilegia más el interés de la propia tribu y de sus ambiciones de poder, por legítimas que ellas sean,  que los intereses y las condiciones de vida de los sectores sociales a los cuales se busca representar. Esto sería actuar utilizando la vieja y fracasada política de los grupos ultra izquierdistas del pasado.

El dilema del Frente Amplio es, por tanto, si llama explícitamente a su voto duro, aún con reservas, a apoyar a quien ganó en la izquierda el paso a la segunda vuelta o si decreta una ambigua libertad de acción y en la práctica propicia la abstención de sus votantes más fieles.

En mi opinión, en una elección muy estrecha como será esta segunda vuelta presidencial, esto podría significar que Guillier, aún aglutinando el voto mayoritario del progresismo no logre, por escaso margen, superar al candidato de la derecha y de la ultraderecha, tal como ya ocurrió con Frei en la elección presidencial del 2009.

Ello marcaría al Frente Amplio y tendría consecuencias muy nefastas para su propio futuro ya que, incendiando la pradera a su alrededor, lo que consigue es el aislamiento político para proyecto y para su declarada y legítima ambición de ser una opción válida para gobernar el país en 4 años más.

Lo lógico y responsable sería asumir que el país se pronunció en primera vuelta eligiendo democráticamente a Guillier para enfrentar a Piñera en segunda vuelta y declarar su apoyo al candidato de la centroizquierda respetando el programa que venció pero llamado a incorporar aspectos esenciales de lo que propio Frente Amplio llama el fin del Estado Subsidiario y de la democracia restringida, temas en torno a los cuales hay amplias coincidencias con la Nueva Mayoría y donde Guillier ha sido claro en expresar su voluntad de construir una mayoría programática sólida incorporando  planteamientos del Frente Amplio.

Solo la convergencia electoral de todos los progresistas en torno a Guillier puede permitir ganar a la derecha conservadora y mercantilista el próximo 17 de diciembre y estoy convencido que la mayoría de los chilenos progresistas esperan que en ello el Frente Amplio actúe con generosidad y demuestre que es un bloque capaz de hacer política con las demás fuerzas , de dialogar sin el prejuicio de que ello puede contaminar su propio perfil, porque para eso existen los partidos políticos, y que actúe con el convencimiento de que buscar acuerdos para hacer avanzar cambios en el país no coloca en riesgo su propia autonomía, su independencia y sus planteamientos ideológicos y programáticos que ahora podrá hacer avanzar  con una consistente bancada parlamentaria y  un significativo apoyo de la  ciudadanía.

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