En una perspectiva histórica, estos días de primavera del 2019 quedarán grabados a fuego en la memoria de quienes habitamos el país. Y, dado el alto nivel de conectividad actual, también quedarán en el registro de muchos a lo largo y ancho del planeta.
Estamos asistiendo al derrumbe de un mito, de una catedral cuyas columnas han sostenido el andamiaje ideológico del sistema económico que nos rige hace, al menos, 40 años: el neoliberalismo.
A ratos “el fin de la Historia”, al decir de Francis Fukuyama, parecía ser una teoría irrefutable, es decir, la ideología meramente capitalista era el último eslabón de la civilización. Hasta que, en Chile, la ciudadanía despertó, de modo espontáneo, con furia, reclamando un trato justo, un nuevo pacto social, dignidad para todos, no más estafa de los poderosos hacia los más débiles.
Es que por mucho tiempo la “pobre inocencia de la gente” (L. Gieco) presa de un exitoso acto de hipnotismo ejercido por las grandes corporaciones, se miraba al espejo como nación en una irreversible vía al desarrollo.
Si bien el Presidente de nuestra aporreada República, con su elocuente verborrea de vendedor viajero, corría los plazos a gusto en cada campaña electoral, gran parte de la población le daba su voto y confianza, porque. qué más da el 2022 ó el 2030, si el candidato nos asegura que llegaremos al ansiado “desarrollo”… vale la pena esperar.
El lenguaje embaucador de las cifras y la nomenclatura de los economistas formados en prestigiosas universidades gringas, con singular arrogancia, nos hacía comulgar con ruedas de carreta.
Así es el engañoso concepto de la “creación de empleos”, por ejemplo. ¿Se supone que los mega empresarios se reúnen e invierten grandes sumas para “crear empleos”, no para obtener utilidades? Hasta nos parece lógica la figura.
Cualquier ciudadano desprevenido puede imaginar a un grupo de grandes inversionistas muy concentrados en el propósito puro y bondadoso de “crear trabajo” para la gente pobre. No para aprovechar las ventajas de un país con bajos impuestos para los negocios y donde los salarios son la quinta parte de cualquier sociedad verdaderamente desarrollada.
El Presidente y su equipo de ministros han repetido hasta el cansancio que estos nuevos empleos no serían lo mismo que los “anteriores”, éstos involucran un contrato sólido, seguridad social, bonos, reajustes, aguinaldos.
Lo aseguran con tal propiedad que la gente común, especialmente aquella con baja escolaridad, cae en el juego hipnótico de su discurso. Y paga las consecuencias con los recortes leoninos del empresariado, los falsos reajustes y las pensiones miserables.
Aunque esto no es tan simple, porque los mega empresarios criollos se auto convencen que estamos ad portas de ser una nación muy desarrollada, ya que (en la lógica de la competencia capitalista) sus utilidades son superiores a sus pares de cualquier parte del planeta. Entonces, el progreso está muy cerca. Si no fuera porque la gente es “inconformista” iríamos mucho más rápido. Ellos, obvio.
Es compleja la maraña de artilugios engañosos sobre los que se sostiene el sistema económico que nos rige. No cabe en una columna de esta naturaleza, pero tal vez el ejemplo de la creación de empleos sea válido para poner en contexto el derrumbe de tanta estafa institucional, que la gente hoy atribuye fundamentalmente a una Constitución perversa, heredada de la dictadura del tristemente célebre general Pinochet.
En buena parte es así, pero eso por si solo no es la causa de este terremoto social que se nos vino de repente y que hasta ahora no parece llegar a buen fin.
Claro, aunque a estas alturas nadie puede asegurar nada. Excepto que el “vendedor viajero” que conduce nuestro destino como nación comete un error tras otro y pareciera que ha optado por apagar el clamor popular con violencia institucional, lo que nos está llevando a un abismo de insospechadas consecuencias.
La gente está en la calle exigiendo reivindicaciones diversas, y no se puede negar que se han cometido desmanes, desobediencia civil, destrozos varios y sobre todo mucha estridencia, como un desordenado coro abstracto y confuso, que necesita urgente ser encausado, para convertirlo en himno, en sinfonía, en una ópera ciudadana cristalina y dulce, que nos ayude a mirar el futuro de una nueva manera.
Pero hasta ahora la realidad indica otra cosa.
Porque sucede que desde el viernes 18 de octubre hemos visto, día tras día crecer un número inexplicable de violaciones a los derechos humanos. Hay registro de torturas, violencia sexual y varios homicidios, entre otros gravísimos delitos que habrían sido perpetrados por agentes del Estado. Exacto ¡por agentes del Estado! Está claro que la situación se les ha ido de las manos a los empresarios que nos gobiernan.
¿No es este el mismo país que se encaminaba al desarrollo a “pasos agigantados”?
¿No es el mismo país que un par de días antes que estallara esta primaveral revolución ciudadana, el Presidente exclamaba con arrogancia suprema? "En medio de esta América Latina convulsionada… nuestro país es un verdadero Oasis, con una democracia estable, el país está creciendo, estamos creando 176 mil empleos al año, los salarios están mejorando…”
El poeta Jorge Montealegre resumió de modo brillante, en una frase, la realidad que estamos viviendo, “El oasis era un espejismo”.
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