Como consecuencia de nuestra preciada libertad, las personas debemos tomar decisiones constantemente. Esta habilidad nos permite participar en la vida cotidiana, social y política, y convertirnos en ciudadanos. Tomar decisiones requiere ante todo valorar esta capacidad y al mismo tiempo es exigente en habilidades cognitivas, emocionales y conductuales que se pueden aprender. Si la escuela ofrece la posibilidad de aprender a tomar decisiones, entonces ésta no es una habilidad heredada, sino que todos los niños pueden tener acceso a ella.
Para tomar decisiones hay que haber aprendido a recoger evidencia (información), organizarla, evaluar su credibilidad, distinguir lo relevante de lo accesorio, planificar, adelantar escenarios posibles, analizar, evaluar consecuencias en el mediano y largo plazo, escuchar a otros, empatizar, autorregular la emoción y la conducta, y escucharse a uno mismo.
Cuando enseñamos a nuestros estudiantes por qué debemos elegir y cómo podemos hacerlo, les entregamos herramientas para ser ciudadanos comprometidos, participantes e informados.
Quienes han sido educados en el arte de tomar decisiones, sabrán reconocer dos cosas: que cada opción implica perder algo, pues elegimos esto y no lo otro y que la disyuntiva casi nunca es entre las dos posibilidades más aparentes. En nuestras salas de clase, podemos enseñar a reconocer la tercera opción—la que está “fuera de la caja”—la menos evidente.
Lee Shulman y David Perkins, en el libro Education and a Civil Society: Teaching Evidence-Based Decision Making, señalan que para aprender a ser ciudadanos se necesita haber adquirido tres tipos de hábitos: de la mente, de la práctica y del corazón. En otras palabras, se requiere educar el intelecto, regular la conducta y desarrollar un cariño genuino por un tipo de comunidad y de sociedad en que las personas participan, toman decisiones y se respetan mutuamente. Hago notar que la palabra elegida por estos autores es hábito, es decir costumbre, tendencia.
La realidad actual nos demuestra que los estudiantes han aumentado su participación y eso es un buen primer paso. Pero no es suficiente. Porque para convertirnos en ciudadanos es necesario hacerlo de manera informada, educar el intelecto, para ser capaces de tomar decisiones responsables.
La Democracia no es un regalo, es una conquista que hay que cuidar; el trabajo de los profesores es enseñar a sus alumnos a ejercer esa participación, a cuidar y enriquecer esta democracia desde la sala de clases, espacio donde se aprende a tomar decisiones.
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