Pareciera que los partidos de la Nueva Mayoría no se acostumbran a tener como candidato presidencial a un independiente, aquello puede ser determinante para la ciudadanía en un momento donde los políticos están más desprestigiados que nunca y sólo un independiente puede recuperar la confianza del electorado de la ex Concertación.
Lo cierto es que si bien Alejandro Guillier ha sido Senador los últimos cuatro años, no podríamos decir que es un conocedor de las dinámicas políticas tradicionales y de las prácticas de poder que habitan en los partidos, mucho menos, en las campañas electorales. Años atrás hubo varios intentos por tratar de reclutar al actual Senador como militante, sin embargo, él siempre se negó. Incluso en su campaña por Antofagasta trabajó sobre sus atributos como rostro de televisión e independiente y con un equipo desvinculado de los partidos.
Guillier no estaba en los cálculos de los dirigentes de la Nueva Mayoría. Emergió como en su momento lo hizo Bachelet. Nunca fue del establishment de los partidos ni de las conversaciones de los domingos en la casa de algún caudillo.
A los partidos de la Nueva Mayoría les incomoda un candidato desprendido, que su adhesión ciudadana viene de la televisión, que su discurso es simple y directo, que no trae consigo la historia de la Concertación, que declara relacionarse de manera horizontal y que, seguramente por su formación profesional, tiende a sentirse más cómodo trabajando con varios equipos a la vez que concentrar en una sola persona todo el poder.
Tal vez lo que esconden las declaraciones de algunos dirigentes de la ex Concertación que han golpeado el estilo de trabajo de campaña del Senador, es la desconfianza de no tener a uno de los suyos corriendo a La Moneda, es la incertidumbre de no poder ‘leer’ esta nueva forma de entender y practicar la política. Es la sensación, como ocurrió con Bachelet, que la fuerza electoral no está puesta en la “máquina”, sino en la credibilidad y en la cercanía.
Quizás los desafíos que tienen los partidos de la NM, así como en algún momento tuvieron que acostumbrarse a la idea de relacionarse con una mujer como candidata y luego como Presidenta, es aprender a relacionarse con un candidato independiente que ve y siente la política de una manera distinta, que no tiene la trayectoria tradicional de un militante, que tiene una profesión que marca su manera de pensar y actuar, que su historia no está vinculada a la política, que viene de región y que su liderazgo está fundado en la credibilidad como comunicador y nula relación con la política tradicional.
Hay que reconocer que por ahora un número importante de chilenos no quieren a un político tradicional en La Moneda, pero sí están dispuestos a volver a creer, ya que saben que son los partidos quienes están detrás del candidato y con ellos hará gobierno los próximos cuatro años.
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