Jaime Castillo

Normalmente, de quien ha llegado hasta los 89 años de vida y fallece, se dice que ha terminado el ciclo de su existencia y que descansa en paz.

No es el caso de Jaime Castillo: vivir, como él lo hizo, es trascender.

Recuerdo a Jaime Castillo en Caracas, cuando inició una huelga de hambre para protestar contra la prohibición que se le impuso de regresar a su patria.Centenares de personas desfilaron por el modesto departamento que habitaba en la Avenida Libertador para rendirle homenaje.

El Presidente de Venezuela, ministros, parlamentarios, pero también gente común, venezolanos y chilenos, y entre éstos últimos del exilio y de paso por Caracas, hicieron un alto en sus actividades para hacerse presente en el reducido espacio donde Jaime Castillo, recostado sobre un camastro, ayunaba.

Nada era imponente en ese lugar, que delataba el poco cuidado que su morador siempre tuvo por rodearse de comodidades.

Nada, salvo la nítida percepción de que nos encontrábamos ante un ser excepcional. La reciedumbre de su alma no se expresaba a través de una voz de timbre particular, o de una figura imponente, o de una mirada escrutadora. Hablaba en voz muy queda, era bajo de estatura, calvo y tan miope, que sus gruesos lentes apenas permitían reconocer de qué color eran sus pupilas.

El ser excepcional que era Jaime Castillo se manifestaba en lo que decía y en cómo actuaba.

La coherencia entre su pensar y su actuar le ganó tempranamente el apodo de “maestro” y, a lo largo de su vida, el cariño y la admiración de multitud de personas en todas las latitudes.

Su lucha, la que yo presencié, no fue contra la dictadura que asolaba su país. Fue en pro del derecho inalienable de todo ser humano a vivir en su patria. Su libro de entonces se tituló “El Derecho a Vivir en la Patria” y su mensaje llegó a todos aquellos lugares de nuestro continente, que entonces eran muchos, donde no se respetaban los derechos elementales de las personas.

Es este rasgo de signo positivo, esta actitud de estar en permanente disposición de construir, de abrir camino, de señalar horizontes, lo que hace de Jaime Castillo no sólo el “maestro” de los demócratacristianos, sino uno de los padres fundadores de nuestra nueva democracia, la que reconquistamos con el voto del 5 de octubre de 1988.

Lo veo sonriendo, con sus lentes gruesos, la cabeza levemente inclinada y haciéndome un gesto como para decirme “no exageres”.

Está bien, maestro, sólo trataba de explicar qué entiendo por “trascender”.

A Jaime Castillo y Eugenio Velasco les rindió homenaje el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos en enero de 2001, por haber sido expulsados de Chile durante la realización de su Asamblea General en Santiago, en 1976.

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