La convivencia en llamas y el pacto hobbesiano

La naturalización de la violencia corrobora la amenaza que implican los grupos antisistemas, el entusiasmo de pobladores invisibilizados y la agitación narco.

Respecto de esta última, estamos presenciando la consolidación del control territorial que se viene gestando hace años en la periferia segregada de las grandes urbes, que intersecciona con barras bravas y una juventud sin referentes culturales, más allá de la violencia sexualizada de la cultura narco. Mas, ahora, en el centro de la ciudad y bajo el amparo de la estética Instagram.

Pero más grave aún, es la ingenuidad de quienes ven un capital político democrático en estas expresiones, los que en redes sociales y la conversación cotidiana tienden a minimizar la violencia y a justificarla por falacias.

En este contexto, la resolución del conflicto por medio de un pacto recuerda el tratamiento hobbesiano a la psicología política expuesta en el Leviatán.

En ella se encuentra una propuesta teórica que surge justamente en el contexto ideológico de la ausencia de un poder común marcado por el faccionismo, la que queda ilustrada en la decapitación de Carlos 1ero en 1649 en manos del Parlamento.

A veces muy mal interpretado, el pacto hobbesiano es la salida institucional a una situación de conflicto constante, guiada por la auto conservación de los individuos y, por lo mismo, que busca evitar la mutua destrucción. Este ejercicio teórico no es meramente especulativo, reconoce un hecho político concreto que se encuentra en la literatura desde Aristóteles.

En las sociedades donde impera el faccionismo sectario, el conflicto produce quiebres en el régimen político. Y en nuestra breve historia republicana existe registro de este tipo de quiebres.

Por lo mismo, que el desafío es congregar fuerzas moderadas para crear la mayoría de un pacto social. Desde una mirada realista y pragmática, si el equilibrio se posa en la tolerancia a la violencia, la violación de las libertades básicas en manos de otros miembros de la sociedad, sumado al ataque constante a la legitimidad del estado de derecho, esto no ocurrirá.

Y el desenlace puede ser aún peor, ya que este es sólo el comienzo. La prudencia, virtud cívica que los modernos, desde Maquiavelo, resaltan como la vía de sobrevivencia de las repúblicas, hoy parece olvidada. Y ese es el mayor peligro.

Seguido de insistir que la violencia sistémica de nuestra sociedad puede ser abordada prescindiendo de una mayoría moderada, y siguiendo, en cambio, el camino de la polarización excluyente.

Como sea, esta violencia sistémica no tiene domicilio político democrático y tiene que ser enfrentada en un contexto donde los efectos del tráfico de drogas y el crimen organizado son un problema de seguridad nacional. Donde la prevención y construcción de una sociedad inclusiva es condición necesaria para reducir los efectos de la violencia, los que tiene componentes espaciales. Proviene de territorios que no cuentan ni con las iglesias, museos ni monumentos que hoy vemos arder en el centro de la capital.

 

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