La desigualdad, no sólo en la educación

Durante estos últimos días, la agenda noticiosa se ha copado por dos hechos principales, los cuales han afectado -o afectarán- a nuestro país. Por un lado, se encuentra el fallo de la Corte Internacional de La Haya, el cual ha traído consigo controversia en torno a los temas limítrofes que involucran a nuestro país, y también ha abierto nuevos debates acerca de nuestra relación con los países vecinos.

Por otro lado, ha estado presente en el debate público la designación de las autoridades que les tocará encauzar el próximo gobierno de Michelle Bachelet y, junto con ello, llevar a cabo el programa de la Presidenta electa.

Sin embargo, el debate público acerca de la gran problemática que afecta a nuestro país ha estado ausente en el último tiempo. Con esto me refiero a la gran enemiga: la desigualdad.

La sociedad chilena en su conjunto se ha ido convenciendo que los altos índices de desigualdad social impiden convivir con armonía y tranquilidad.Si seguimos avanzando con los índices sociales que actualmente tenemos, el país puede verse sumergido en una gran crisis social.No tiene sentido seguir creciendo económicamente -a nivel país- si la mayoría de los chilenos no están siendo parte de ese proceso.

La desigualdad social tiene muchas aristas en la cual se manifiesta. Una de las más evidentes ha sido la del sistema educacional imperante en nuestro país, que opera en función de los intereses que el mercado indica, generando una amplia desigualdad asociada a una segregación social brutal.

Esto ha llevado a juntar en un mismo colegio sólo a los “iguales”, socioeconómicamente hablando, rompiendo todo tipo de interrelación entre aquellos que pertenecen a una distinta clase social.

Sin embargo, la expresión de la desigualdad social no sólo es problemática en el ámbito de la educación. Sin duda que en el próximo periodo político se debe avanzar con fuerza a tener una educación gratuita, sin lucro y con mejor calidad para todos, en especial para aquellos que no la han tenido en muchísimos años.

Pero la desigualdad también se presenta en ámbitos donde afecta a miles de jóvenes que han estado alejados de los beneficios que ha otorgado la modernidad.

Todos aquellos jóvenes que actualmente no estudian ni trabajan, todos aquellos para quienes el problema no es “fumar marihuana” sino estar sumidos por completo en la “pasta” o que su principal problema no es la educación superior, ya que ni siquiera pueden acceder a ella.

Por cierto, también, todas aquellas jóvenes que, siendo madres solteras, aún no tienen donde tener a sus hijos -o hijas- mientras están en el trabajo o que viven día a día una extenuante jornada laboral que le agobia en su ámbito humano y personal.

La gran tarea es no agotar la reflexión social y política en torno a la problemática que embarca y que conlleva la desigualdad. Necesitamos urgente grandes reformas que apunten a acabar con todo tipo de abusos e inequidades que el sistema imperante ha conllevado. Necesitamos vivir en un Chile más justo y más igualitario.

Es por lo anterior que tenemos una nueva oportunidad, y no me cabe ninguna duda que el compromiso de Michelle Bachelet es con los que más necesitan; es por esto que ha manifestado su voluntad política para realizar las grandes reformas que nuestro país requiere.

Necesitamos un gobierno y una sociedad entera que camine y ayude a que las próximas generaciones comiencen a vivir en un país más igualitario, ya que a nosotros, los que vamos de “salida” de la educación superior, ya nos tocó estudiar en un sistema completamente injusto, en el cual importa de sobremanera la capacidad de pago más que las capacidades de cada persona.

Tenemos una gran oportunidad para dar un giro y preocuparnos de todos aquellos que han estado marginados de todos los beneficios, y así poder ir sentando las bases de un país con mayor igualdad.

Y en esto sin duda que las autoridades recién nombradas del gobierno deben enfocar todos sus esfuerzos y trabajar incansablemente para cumplir a cabalidad el programa de gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet. Es una deuda con el mundo más desposeído que debe ser zanjada.

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