Para nadie es un misterio que es imposible, independientemente de las simpatías más o simpatías menos que se tenga del ejecutivo y del gobierno, que los actuales acontecimientos que tienen al país y gran parte del mundo en una situación de emergencia de gran envergadura. En la actual coyuntura se exige y requiere de una combinación de voluntades pre-claras de todos los actores, ciudadanas y ciudadanos, así como de la sociedad toda sin importar ideologías, condición social, opciones sexuales, religión, condición etárea, entre otras.
Si no hay salud y vida, ninguna de las diferentes y legítimas opciones individuales tiene sentido ante el peligro colectivo, por tanto, esta amenaza pone en riesgo a las sociedades completas y de no enfrentarse de la mejor forma podría dejar en el camino a miles de víctimas en el mundo y obviamente también en nuestro país.
Esto exige a todos y todas las personas una forma de aportar desde la perspectiva del autocuidado, en el respeto por el otro donde conceptos como humanidad y solidaridad se deben expresar en forma práctica y no poética, de la mejor forma posible.
En tal sentido quiero reflexionar algo que me hace ruido, me incomoda, molesta y enfurece respecto de algunas acciones y hechos de algunos sectores de nuestro país toda vez que creo, que precisamente evidencian actitudes y prácticas que van en el sentido contrario de ese espíritu solidario.
¿Cuál fue la actitud primera e inicial de las grandes cadenas y centros clínicos privados frente a la pandemia del Covid 19 en nuestro país? Poner al mayor valor los exámenes. Si no hubiese existido la denuncia social, el gobierno no se hubiera pronunciado. Así, curiosamente y en forma mágica un examen que, en algunos centros privados alcanzaba un valor promedio de $150.000 pesos, bajo a sólo $ 25.000. ¿No debiese ser gratis como en muchos países?
¿Cuál es la pregunta que a cualquier persona desde la perspectiva del sentido común le asalta? Otra vez, y en forma grosera y descabellada, las grandes empresas lucran sin miramiento alguno, importándoles un carajo la situación del país y de sus habitantes y poniendo en el centro de lo económico, antes de la salud y la situación de catástrofe.
Sin embargo, son precisamente las empresas de menor tamaño, ojo no las grandes empresas, las que mayor comprensión y solidaridad han mostrado siempre para con sus trabajadores y las distintas causas y situaciones donde se requiere un aporte y colaboración.
En Valparaíso, tenemos un caso digno de comentar y de hacerlo público. Se trata de uno de nuestros socios en Unapyme A.G, el que refleja fielmente las desigualdades de trato y oportunidades, pero también la diferencia que constituye el ser un verdadero empresario: conciente y colaborador, con responsabilidad social y no de marketing.
Me refiero al Sr. Mauricio Quezada Estrada, antiguo empresario gastronómico y turístico de Valparaíso y dueño del Restaurant “Il Paparazzo” del Cerro Concepción y quien hace menos de 4 años se arriesgó y abrió el tradicional Hotel Condell de la misma ciudad, el que estuvo cerrado por años rebautizándolo como Hostal – Restaurant y Bar con el nombre del legendario Roland Bar.
Quezada se hizo a la tarea de construir la terraza más grande de atención que tenga Valparaíso, siendo ésta inaugurada 2 meses antes del estallido social. Lamentablemente y por encontrarse dichas instalaciones en el centro de la ciudad, en la zona cero, debió cerrar sus puertas a fines del mes de octubre. Desvinculó a 10 trabajadores aproximadamente. En su momento, el Gobierno anunció ayuda y medidas para las Pymes, a través de CORFO y SERCOTEC, lamentablemente nada de ello llegó a este empresario en la región. La razón, mantenía deudas previsionales en los últimos 3 meses. Ningún tipo de ayuda para él. No se entiende definitivamente. Porque, lo que él pedía era justamente que lo ayudaran a recomponerse y pagar esas deudas y otras más. Ello para seguir sobreviviendo como Pyme.
Mauricio, como miles de emprendedores en este país, intenta seguir manteniendo su negocio con mucha dificultad, tratando de mantener a sus trabajadores y trabajadoras. Luego, se desata en Chile las medidas y restricciones por el COVID-19, situación que concluye en la lamentable decisión de desvincular a sus trabajadores y cerrar definitivamente sus puertas. A pesar de la falta de apoyo absoluta que ha tenido desde el gobierno, lo primero que hace este Pyme es ofrecer su hotel y ponerlo a disposición de la autoridad sanitaria, a través de una carta oficial a la Seremi de Salud de Valparaíso, para transformar este lugar en un “centro de alberge sanitario”.
Esa es la abismante y brutal diferencia entre los pequeños empresarios y empresarias de este país y el gran empresariado chileno. En las situaciones de crisis, se desnudan las diferencias.
Por la otra vereda, sin embargo, veo a un gran empresariado que nos ha enseñado por años como es su avaricia, con los ejemplos ya señalados, y sentido del lucro, sin importar a cuantos chilenos están perjudicando. Por si fuera poco la elite política los ha defendido a rajatabla, dándoles todas las garantías para no morir.
La historia así lo consigna, desde el salvataje de los bancos en la década del 80, con una deuda subordinada, que sólo el año pasado algunos bancos terminaron de pagar después de más de 30 años.
Otro ejemplo, la gran minería que saqueó nuestros recursos y que, por años, declararon pérdidas para no pagar impuestos al fisco. Era Jauja hasta que se impuso el royalty minero. También tenemos aquellos empresarios patrióticos, que se hicieron de las empresas del Estado, a precio “huevo”, en los últimos años de la dictadura militar.
¿Quiere más ejemplos? El abuso de las cadenas farmacéuticas, aprovechándose de la pobreza y necesidad de los chilenos coludiéndose y cobrando a sus compatriotas por años precios escandalosos por los remedios, la colusión del confort, la de los pollos, los financistas truchos de la política. En fin, el resto es sabido e indignante.
Pues bien, sigo con la historia de Sr. Mauricio Quezada, porque él personifica lo que nos sucede a las Pymes de Chile, y al ciudadano común y corriente.
Hoy, lo único que le anima y preocupa es cómo poder colaborar y se coloca gratuitamente a disposición lo poco que tiene y queda. De la otra vereda, vemos ejemplos como el Espacio Riesco, que serán lugar de acogida de los enfermos en nuestro país por Covid-19, sitio por el cual el Gobierno selló un acuerdo económico. No estoy criticando el hecho de contar con un espacio como éste, que será muy relevante en el mediano plazo en crisis sanitaria, sino la actitud y la ética de los empresarios de seguir sacando provecho económico, hasta en una crisis como ésta.
Si una Pyme es capaz de ofrecer su espacio gratis para la recuperación de enfermos, ¿Es imposible para el gran empresariado? Acaso, ¿No pueden ceder por el bien común de la sociedad sus ganancias en favor de la recuperación de la salud de los chilenos?
¿Es que lo que ya han ganado no podría servir al menos para reconstruir un país, ya dañado en lo social por más de 30 años, y ahora en lo sanitario con una pandemia mundial?
Mi indignación suma y sigue. Sólo espero que esta crisis siga desnudando el país que hemos construido y que ha dejado en el último eslabón a su pueblo y su dignidad, que es la base de una nación.
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