La estrategia pinochetista de los bacheletistas

Recuerdo que hasta hace poco más de un lustro, cada vez que se cuestionaba públicamente la figura de Augusto Pinochet a propósito de las violaciones de DDHH acaecidas durante el periodo en que fue jefe de Estado, un considerable grupo conformado por políticos, periodistas, algunos sacerdotes y simpatizantes, se sincronizaba de modo automático para defender la figura del “General Libertador” de las cadenas del marxismo, como solían llamarlo.

La estrategia de defensa se puede resumir en una acción recurrente y común: lanzarse a modo de jauría contra todos aquellos que se atrevieran a “difamar la gloriosa estampa de Pinochet”.

Más allá de este reduccionismo, la desvergonzada defensa poseía un par de rasgos comunes a la mayoría de las defensas y/o ataques que se realizan hacia una figura política de peso por parte de sus cercanos y partidarios o de sus detractores y rivales.

Esta estrategia se puede resumir en cuatro rasgos, identificados de forma magistral por el escritor mexicano Alfonso Reyes –el mayor genio poético, filosófico e intelectual nacido en Hispanoamérica- a propósito de una situación similar ocurrida en el México pos Revolución.

Los cuatros rasgos son: Pasión, Inercia, Evidencia y Desmoralización.

Respecto a la Pasión, señala el maestro hispanoamericano que si bien es un sentimiento noble, válido y necesario para estimular cualquier acción, se presenta de forma negativa cuando impide observar y analizar los hechos producto de los principios e ideales.

En el caso de los pinochetistas, la pasión y los principios impidió, e impide hasta el día de hoy, reconocer un hecho evidente: las violaciones a los derechos humanos, la muerte de miles de chilenos de mano de instituciones del estado solo por pensar distinto.

La Inercia, por otra parte, se traduce en la incapacidad voluntaria del intelecto (producto de la pasión) para objetivar los hechos, la evidencia, más allá de los ideales. Esto conlleva a que aquellos que defienden a la figura política de turno nieguen los hechos, como nos acostumbraron a hacerlo los pinochetistas (muchos de ellos aún con un alto grado de “inercia” hasta nuestros días).

La Evidencia es clara: los hechos concretos. La Desmoralización, por último, “se reduce a considerar el funesto efecto que tiene para la educación cívica [de un país] el escatimar el reconocimiento” de los hechos concretos que tanto daño le hicieron y le siguen haciendo a una sociedad.

Esta estrategia es un lugar común en la política, por lo que cualquier lector puede asociarla con el o los nombres que se le vengan a la cabeza. En mi caso, mi memoria política vivida, no la leída o la que me han contado, es joven, y a los primeros que asocio con dicha estrategia es a los pinochetistas.

En las últimas semanas, sin embargo, la conmemoración de un nuevo aniversario del terremoto del 27 de febrero volvió a colocar en la palestra una serie de situaciones políticas asociadas al 27-F: desde la lenta reconstrucción del país, hasta las negligencias de los organismos encargados de dar la alerta temprana de tsunami, lo cual hubiera evitado cientos de muertes.

En este punto, cada vez que los políticos de la coalición de gobierno se ven acorralados por los cuestionamientos sobre la reconstrucción, el contra-ataque se ha centrado en la figura de la ex-presidenta Michelle Bachelet y su responsabilidad aquella madrugada del 27-F en la Onemi.

Y he aquí que nuevamente somos testigos de la estrategia de defensa que antes solían usar los pinochetistas, esta vez ejecutada por los bacheletistas en defensa de Michelle Bachelet.

El mismo escuadrón que ayer se enfrentaba a la terquedad y vehemencia verbal de los defensores de Pinochet hoy asume la estrategia retórica terca y vehemente contra aquellos que se atreven a encarar la responsabilidad de Bachelet y su silencio.

Esta defensa no deja de ser desagradable, especialmente cuando leemos y escuchamos a gente como Andrade, Escalona, Tohá o Vidal, asumiendo un rol de escuderos de Bachelet.

Desagradable, desgastante, después de oír todos los días los mismos discursos pero en distintas personas, y estéril, porque no fecunda nada positivo para la latamente “desmoralizada” educación cívica de nuestro país.

Sería bueno para la sociedad que cuando hablamos del 27-F la discusión se centrara en otros aspectos, siempre con altura de mira, pero sé que esto es pedir demasiado a la clase política dominante.

Tal vez la ex-presidenta Bachelet podría ayudar sacando la voz de una buena vez, lo cual fomentaría dos cosas positivas.

Primero: desmarcarse de los bacheletistas que a nivel retórico y de accionar político están bastante lejos de la actitud integral y digna que ella siempre mostró, incluso yendo en contra de lo que su coalición le sugería. Y, segundo: dar una lección cívica a este país, asumiendo su cuota de responsabilidad política en esa fatídica madrugada en que cientos de personas fallecieron confiadas en la información entregada por ella a los medios.

Después de todo, era ella la máxima autoridad del país esa noche, y es ella la responsable política, como “Jefa de Estado”, tanto de los aciertos como de las negligencias sucedidas durante su mandato.

Sabida es ya la escasa responsabilidad técnica que le compete, pues fueron los organismos técnicos los que fallaron. Pero sabido es también que como jefa de Estado esa noche, lo positivo para el país sería que ella reconociera públicamente su mínima cuota de culpa, pues en ella fue que millones de chilenos confiaron la conducción de un gobierno que demostró ser incompetente para afrontar un cataclismo de la envergadura del que sacudió a Chile.

Como reza el dicho, siempre ha habido gente más papista que el Papa. Los personeros de la concertación son más bacheletistas que Bachelet. Está en la ex-presidenta Bachelet darles una lección a sus defensores, a sus detractores y, sobre todo, al país y su idiosincrasia, aquella que nos tiene acostumbrado a guardar silencio y evadir nuestras cuotas de responsabilidad.

Reconocer un error, una responsabilidad, siempre nos engrandece. Callar sin dar la cara, en cambio, muchas veces equivale a otorgar. Si la ex–presidenta, aun sin tener grandes responsabilidades, persiste en callar, no solo otorga, sino que también está aprobando a los bacheletistas que reproducen la estrategia de defensa política que hasta hace algunos años pertenecía a los pinochetistas.

Que los bacheletistas se parezcan en esto a los pinochetistas no significa que ella tenga que parecerse a Pinochet y a tantos otros que siendo ministros durante la dictadura, hasta el día de hoy se niegan a reconocer su responsabilidad política en los hechos.

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