Estamos en crisis, lo sabemos, lo sentimos, lo verbalizamos en distintos logares, en círculos de amistades, en el trabajo y con la familia. Sin embargo, lugares que antes parecían seguros o a lo menos no amenazantes, hoy sí se han vuelto pequeños campos de batalla de opiniones y sentires diversos.
Así, me atrevería a decir que en cualquier espacio de más de dos personas se conversa de la contingencia nacional, tema en el cual se pueden debatir ideas a veces opuestas quedando integrantes de algunas familias o grupo de amistades enemistados.
Esto posiblemente es el reflejo del Chile de hoy, donde observamos pluralismo de discursos y demandas, y ante tal heterogeneidad, los grupos de poder acostumbrados a un solo discurso, el hegemónico, prefieren homogenizar a la población en “buenos” y “malos”.
Los “buenos” por supuesto son del grupo de poder y en el grupo de “malos” estarían los vándalos, saqueadores, ladrones y encapuchados. Las personas que se manifiestan pacíficamente, lamentablemente quedan en la misma categoría de “malos”, porque aunque las manifestaciones sean pacifica, serían las que facilitaría que aparezca el vandalismo.
Este país, en el cual ya sabíamos que existía desigualdad e inequidad, ahora se divide aún más concretamente bajo discursos radicales, extremos y absolutistas, perdiendo a ratos la racionalidad.
En medio de este caos cada uno marca su posición, de acuerdo a su historia, genero, raza y clase social. Por ende, nos interpela como individuos en los más íntimo de nuestra subjetividad, ¿cuáles son las ideas del Chile que queremos? ¿de la comunidad a la que pertenecemos? Y muchas preguntas más.
Además nos llama a preguntarnos por nuestras propias luchas en la vida.
¿He luchado por algo?
¿Sigo luchando por lo mismo que en el pasado?
¿Lucharé esta vez?
Esta pregunta no está aislada y distante de nuestro pasado y nuestra historia familiar, lo que en nuestro país no es menor si recordamos el periodo de dictadura militar, en la cual existió mucha violencia política y persecución. De esta manera, se escucha en los murmullos y gritos de la calle que se alude a las generaciones anteriores para opinar de la contingencia nacional, heredando muchas veces los jóvenes, una carga de resentimiento que debe ser saldada, sed de reivindicación, por lo tanto la lucha por la dignidad, es la dignidad de ésta y de generaciones anteriores.
Las familias de nivel socioeconómico alto, tienen por su parte recuerdos llenos de temor y carencias de generaciones anteriores, por lo que pueden vivir estas demandas sociales como un pasado que retorna de manera violenta, amenazante y sin tregua.
De acuerdo a la psicóloga psicoanalista Margarita Diaz, más allá del daño histórico al cual fueron sometidos las víctimas de violencia política de la dictadura, las personas viven en la actualidad un conflicto de difícil solución; por una parte si tratan de poseer su propia identidad y formar su camino, si intentan reinsertase en el proceso socio-político actual, pierden su pertenencia familiar y cometen deslealtades difícilmente soportables.
Si intentan, sin embargo, asumir el legado de su historia y ser hijos leales a sus padres y generaciones anteriores, entonces obligatoriamente entran en una dinámica nuevamente marginal y retraumatizante.
La pregunta por nuestras propias luchas del pasado y del presente son una oportunidad ineludible en estos tiempos, pero no hay cabida para esto cuando el trauma y la historia comandan nuestro accionar, cuando la razón desaparece y solo se expresa dolor a través de la rabia y cuando no nos preguntamos cuanto de esta lucha es nuestra y cuanto es de generaciones pasadas.
¿Estamos dispuestos y dispuestas a pelear, hasta dónde, hasta cuándo? Preguntas más que válidas si queremos marcar nuestra posición y hacernos cargo de lo heredado, lo propio y ajeno.
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