La modernidad se acabó en Chile

El pacto generado en Francia en 1789, libertad , igualdad, fraternidad, generó la base para el desarrollo de los gemelos liberalismo y socialismo después, como reacción al primero, pero a la luz de los acontecimientos, las dos caras del mismo dios Jano, dos rostros enfatizando y discutiendo desde hace ya casi 200 años ¿igualdad o libertad?

Pero el debate de la modernidad no llegó a puerto y tampoco la tercera vía logró solucionar el dilema dicotómico que nace con la revolución francesa. ¿Hubo falta de comprensión?

Hoy la lección es que la crisis chilena es de desconfianza, como no hay confianza, no hay liderazgos, no se logra conducir a la muchedumbre a las puertas del futuro.

El fin de la modernidad llegó con la muerte de la confianza.

Para resolverla debemos reformular el pacto generado por la modernidad, tres poderes del Estado, mutuamente vigilándose, o como en el caso chileno, con un cuarto poder,  el ministerio público, que es un sostén del poder judicial, labor investigativa necesaria para aplicar la ley.

Debemos llegar a un nuevo acuerdo social, nunca más ver al otro como un peligro ni  desde la desconfianza, sino como un conciudadano, un par, tan válido como uno  mismo, en la concreción material y la vida social.

Un nuevo pacto social debería poner su foco en el cuidado del medioambiente, territorio ancestral, cosmovisión donde la naturaleza es un lugar sagrado, porque en ella se desarrolla - a través del Misterio - la vida en si misma.

Una ética panteísta debiera guiar la construcción de este nuevo acuerdo social, que responda al cuidado de la naturaleza y al mismo tiempo reconozca las visiones no occidentales de la relación con la naturaleza, Pacha Mama ancestral a la que volvemos después de una vuelta de más de doscientos años de la modernidad.

Precisamente volver a conocer la cosmovisión original, donde los sagrado es la naturaleza que existe en el territorio que nos rodea, es la salida que sepultará a la modernidad, después de todo, la modernidad es el constructo político que permitió a la revolución industrial extenderse por todo el orbe, aplastando las éticas premodernas en su afán progresista obligatorio.

Volver a la visión panteísta será el camino de la época que se inicia. Quizás veamos a las instituciones sobrevivir, aunque sea solamente la cáscara hueca, sin espíritu, vacía de intenciones que alguna vez albergaron los valores humanistas más caros a los enciclopedistas, pensadores y políticos franceses que favorecieron los actos de 1789.

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