La ultraderecha pone su sello

En 1970 apareció el grupo terrorista de ultraderecha "Patria y Libertad", como réplica a la elección del Presidente Salvador Allende. También ahora (en pleno año 2023) aparecen distintos grupos extremistas de cuño ultraconservador que arremeten en contra del Presidente Boric y el proyecto de transformaciones sociales y económicas que su gobierno impulsa.

Decir que "Patria y Libertad" fue terrorista no es una afirmación antojadiza, esa condición está totalmente acreditada desde el siniestro crimen del general Schneider, su participación en los atentados dinamiteros a líneas férreas en el paro patronal de octubre de 1972, para interrumpir el abastecimiento y cercar por el hambre a la ciudad de Santiago; el intento de golpe de Estado del 29 de junio de 1973, conocido como el "tancazo"; y también en el crimen del edecán naval del Presidente Allende, comandante Arturo Araya, perpetrado un mes después, el 27 de julio.

El fascismo civil alentó la acción golpista y, una vez consumado el putsch se disolvió como organización, pero algunos de sus activistas se incorporaron a la DINA y otros organismos represivos siendo parte de las vilezas más atroces de la dictadura.

Transcurrido medio siglo, la voluntad popular logró el restablecimiento de la democracia a pesar del terrorismo de Estado y el atropello sistemático de los derechos humanos; asimismo, cambios fundamentales modificaron profundamente a Chile y el mundo. Hoy no existe la Unión Soviética y no tiene sustento pretender derribar el gobierno, como sucedió en 1973, con la acusación de que pretende entregar el país a un sistema comunista que se disolvió. Pero, agitadores ultraconservadores azuzan un odio visceral para frenar cambios sociales y económicos necesarios para Chile.

La opción del fanatismo de ultraderecha es revanchista y descalifica virulentamente a sus adversarios. Abusa de soluciones artificiales, bombásticas, sin posibilidad alguna de ser implementadas en la realidad del país, salvo que fueran entronizadas por medio de una violencia sistemática e institucional, como lo hizo la dictadura de ultraderecha, encabezada por Pinochet.

En la derecha tradicional saben que quien agita vientos cosecha tempestades, pero irresponsablemente siguen a la ultraderecha. Así sucede en la Comisión Experta que prepara el texto que se propondrá al Consejo Constitucional, como lo indica el constitucionalista Flavio Quezada en entrevista este domingo. La idea de imponer párrafos prácticamente copiados de la Constitución del '80 es una posición extremista con que la derecha parece tentarse.

Asimismo ocurre luego que el Presidente Boric anunciara la estrategia nacional sobre el litio y la decisión de establecer una Empresa Nacional del Litio, como hemos sugerido hace años. Así también en el tema del royalty a la gran minería generan una furiosa respuesta en contra. Los grandes intereses financieros en lugar de ser un factor de estabilidad se mezclan con turbios afanes de confrontación movidos por su ilimitada codicia.

Ante tan evidente inconsistencia en su conducta política, la derecha como excusa en la interlocución en el Parlamento, dice que si no copian esa retórica destemplada en contra del gobierno, de contenido racista y xenófobo, perderán su base electoral que está siendo fuertemente atraída por el sello ramplón y agresivo que pone la ultraderecha.

En definitiva, las fuerzas regresivas no han cambiado de naturaleza. Su proyecto político es de carácter totalitario, quieren imponerlo a la fuerza, presionando y manipulando, haciendo uso demagógico y populista de los desafíos reales que tiene el país ofreciendo soluciones mágicas, desgastando y socavando la gobernabilidad democrática.

En los años '70, el dirigente ultraconservador Sergio Jarpa capturó la jefatura del Partido Nacional, aun cuando no era un líder histórico en la derecha, era antiguo en la política chilena, pero en grupos marginales de ultraderecha, incluso participó en las organizaciones nazis que alcanzaron gravitación en los años '30, pero a pesar de que era reciente su inserción en el círculo político oficial o formal de la oligarquía, gracias a su beligerante retórica antipopular se instaló con facilidad en la conducción política de la derecha. Los personeros de posturas democráticas fueron acallados o se restaron.

Además, el llamado gremialismo liderado por Jaime Guzmán agudizó la ideologización autoritaria en el núcleo articulador de la derecha, su referente más recurrido era el corporativismo fascista que se expresó en el seno del franquismo español. En suma, el liberalismo fue sometido y subsumido por un extremo conservadurismo propicio para la aventura castrense y la instalación de la dictadura.

Eso fue fatal para la democracia chilena. El cuño golpista de la orientación estratégica de Jarpa y Guzmán fue inequívoco, el objetivo de derrocar al gobierno popular rompiendo la institucionalidad democrática alcanzó total preponderancia en la derecha civil y estimulo la conjura golpista, entregándole sustento en el Parlamento y en el sistema de partidos.

Aunque la ultraderecha tenga parlamentarios que participan del debate democrático, en su fuero interno la corriente autoritaria y populista no cree en la democracia, y postula el régimen del "orden" porque sus raíces empalman con el criterio de la "democracia protegida" o bajo tutela, tal como fue la versión original de la Constitución de 1980.

Por eso, las fuerzas transformadoras no pueden desatender el riesgo antidemocrático que su crecimiento significa para Chile y no se pueden recluir en los límites de sus propias fronteras sino que estar permanentemente fortaleciendo su unidad, ampliando su convocatoria y tensionando su capacidad de lograr acuerdos políticos, con vistas a afianzar la estabilidad democrática y conseguir el bienestar social de la ciudadanía.

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