Soy pesimista. Creo que las cosas se ven mal.
Las sumas negativas: la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas. En efecto, no serán vencidas en las urnas, pero ¿y después? Si la NM por su lado y la Alianza por el suyo, logran convocar sus respectivos caudales de votos llegarán a la recta final con números muy similares a los de las votaciones anteriores.
La decisión final se resolvería, como desde el 2000 (segunda vuelta de Lagos-Lavín), por una fracción mínima, que provendría de la capacidad que tenga cada coalición de mantener con vida a alguna pequeña facción de su competencia fuera del caudal del oponente. Esta idea ya está sabida, estudiada y calculada.
La cuestión aquí es que para que esto ocurra, cada coalición deberá arrodillarse y suplicar por el apoyo, lo que impedirá elaborar un Programa con libertad y propenderá a la construcción de equilibrios muy frágiles, basados en decirle a todos que sí, con lo que se avecinaría un diseño programático tipo Frankenstein elaborado por los retazos de una infinidad de promedios.
Piñera o Lagos, representan liderazgos fuertes, basados en trayectorias conocidas, de políticos que han probado ser capaces de conducir al país por rumbos predecibles. Ambos, para algunos observadores “iluminados”, constituyen versiones gastadas que Chile (no sabemos qué Chile, si el que vocifera o el que vota) ya no quiere.
El balance de logros y deudas dice que en ambos gobiernos mejoraron la situación anterior y que, al mismo tiempo, corrieron la línea de las expectativas para una ciudadanía debilitada en sus convicciones, cuya casi única expresión política es su errática y ocasional protesta callejera, alegando por no poder consumir más y mejor, y no por vivir en un país con valores más elevados (más libertad, más igualdad, más inclusión, etc.).
Así las cosas, estos “clientes” de la cosa pública, de votar, apostarán por un gerente que les brinde más por menos, que en la demanda cotidiana implica que se le socialicen los costos de salud, educación y todo lo posible, al tiempo que se mantengan privadas sus ganancias personales. En otras palabras, estos ciudadanos-consumidores-clientes, quieren cobrar por todo y que todo les sea dado gratis.
Piñera y Lagos, aunque se acerquen al nuevo ideario de la demanda social, no podrán satisfacer esas expectativas y, a lo más, podrán ofrecer una continuidad que supone la ausencia de decisiones arriesgadas, que implica que no habrá grandes cambios o, más bien, la imposición del statu quo.
En el otro lado están los candidatos nuevos que representan opciones viejas. Ossandón y Guillier. Ambos, más el primero que el segundo, con formaciones académicas modestas. Ambos, más el segundo que el primero, con experiencias de conducción políticas muy limitadas. Ambos son las caras amables de quienes carecen de trayectoria como para haber acumulado un currículum robusto de errores.
Sus planteamientos, hasta aquí muy breves, sugieren que no cambiarán demasiado las líneas programáticas de sus conglomerados, en gran medida porque no tienen la estatura ideológica y política para proponerle al país cambios de rumbo en materia de principios e intereses.
Ambos se refugian en la fórmula populista de elaborar un programa “desde y con la ciudadanía”, como una expresión de la pobreza de ideas y de la estrategia de hacer un “traje a la medida” de los consumidores (eventuales votantes).
Aún más, para ganar, igual que los candidatos conocidos, Ossandón y Guillier requerirán alianzas y pactos de no agresión, proyectos centrados en cuestiones de “baja política” (las cosas pequeñas) y necesitarán que el 40% que no se ha pronunciado hasta ahora (desde que votar es opcional) se mantenga en su anomia.
La Trump(a).
La próxima elección puede colocar a los chilenos con interés y decisión de votar, ante el decepcionante escenario de elegir entre una mala experiencia conocida y la inexperiencia predecible. Ambas opciones son malas, ambas predicen la perpetuación de un patrón indeseable. Para llegar al poder, cualquiera de las opciones necesita reunir un número de votos que le obliga al inmovilismo.
Esta es la opción de la política sin política, es la trampa de la elección presidencial chilena y en la que ya cayó el electorado de Estados Unidos. Votar por el candidato que le habla a los miedos del electorado. En este caso, no como un candidato amenazante, como es el caso de Donald Trump, sino que como un candidato inofensivo.
Sin embargo, en política no hay candidatos inofensivos, sea por sus verdaderos objetivos, que puedan beneficiar los intereses de algunos en detrimento de otros, o sea por su incompetencia, que termine dañando los intereses de todos.
Cuando la proposición es elaborar un programa como una lista de deseos, la gente confunde ese marco ideal con lo verdaderamente posible y en ese escenario la frustración es inmediata y el berrinche, como el que hacen todos los que tienen baja tolerancia al fracaso se hace crónico. De ahí a la caída en las encuestas hay un tramo muy corto.
Años atrás, Fernando Henrique Cardoso definía a Chile como una potencia conceptual, como un país cuya élite era poderosa en ideas. ¿Dónde están esas ideas, dónde están las propuestas que nos hagan soñar en un país mejor? La vara en el suelo y la vista en el cielo sentenciaba Tagore, eso es lo que necesitamos. No pura política de sastre, a la medida de los consumidores, no pura política de ensueño, como si se tratara de ensayos escritos por pre-adolescentes. ¿Dónde está la gran política? El horizonte se ve mal. Soy pesimista.
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