Los usurpadores de la memoria

Era un niño y aún recuerdo los vaivenes del post golpe de Estado a través de mi ventana. Observaba las filas de vecinos y vecinas, con sus pequeñas bolsas, para obtener cuotas de pan, aceite o verduras o de aquellas pichangas de barrio que se esfumaban, con la velocidad de un reflejo, cuando uniformados armados, imberbes y de pelo hirsuto, bajaban de vehículos militares exigiendo alguna identificación.

Los 50 años conmemoran un pasado doloroso y trágico que nos hace preguntarnos por qué reflotar esta escena sucia de nuestra historia, acaso no fuimos lo suficientemente golpeados que insistimos en la remembranza del golpe cívico-militar. Para muchos veteranos de la época, toma particular significancia recuperar el Estado de Derecho, para otros evitar el avance creciente del comunismo en plena guerra fría, para los militares -especialmente los fanáticos- en todos los formatos, Chile era el campo de práctica ideal para jugar con el miedo permanente, los secuestros y torturas.

En el fondo

Tal vez, lo que muchos no vieron es que también fuimos el escenario de experimentación de aquellas condiciones culturales futuras que nos sumergieron en el individualismo y la sospecha, quebrando cualquier figura que oliera a colaboración, unidad o la de exigir una explicación. El sueño americano se empezaba a tejer, desde el fin del mundo para el resto de Latinoamérica. Ya no importaba lo verde del césped ni el descapotable, sino el empleo de la violencia como herramienta legítima de usurpación de bienes y riquezas.

Este maquillaje macabro fue el pretexto para instalar un discurso de fondo, que fue el advenimiento de una economía neoliberal, jibarizando el Estado, pero atendido por sus propios dueños, vendiendo empresas públicas a precio de remates. Soquimich, LAN Chile (Línea Aérea Nacional), Entel, CAP (Compañía de Acero del Pacífico), IANSA (Industria Azucarera Nacional) o Endesa son ejemplo de este empobrecimiento estatal.

De hecho, una comisión investigadora de parlamentarios el 2004 concluyó que "entre 1973 y 1990 fueron 725 empresas que estaban en manos del Estado y que fueron vendidas a grupos económicos que surgieron y se consolidaron durante la dictadura", proceso que se aceleró antes de las elecciones de 1988. En otra arista, investigaciones periodísticas recientes (2021) señalan que Lucía Hiriart, a través de Fundación CEMA Chile, poseía más de 300 inmuebles, avaluados en varios millones de dólares, todos transferidos de manera gratuita por el régimen de Pinochet.

Paradójico que esta misma casta de usurpadores(as) -flagrantes- instaló la meritocracia como derrotero de éxito y que marcó a fuego, a las generaciones de los adultos de hoy.

Ahora se entiende mejor, porqué la centro y ultraderecha política y económica canonizan como sagrados los derechos de propiedad, especialmente de aquellas riquezas particulares, que se hicieron a costa del saqueo estatal. Este candado legal es otra forma de legitimar, con enmiendas predatorias, en la nueva Constitución la privatización de playas, iceberg, ríos, lagos o montañas, reeditando la explotación y apropiación de bienes públicos con un profundo valor social para la población.

La desmemoria

Entonces, vuelvo a la pregunta original, ¿por qué reflotamos este desastre social? Porque las experiencias de los felizmente adaptados a la dictadura y proclives a gobiernos autoritarios que pretenden olvidar y negar esta vergüenza histórica, no se condice con aquellos que vivieron el trauma de los vejámenes físicos, exilio, asesinatos y robos de bebés, los tribunales chilenos estiman que hubo, al menos, 8.000 adopciones ilegales entre las más de 20.000 que se "negociaron" a favor de parejas extranjeras durante la dictadura y cuyas causas se pueden sumar a los desaparecidos políticos, con un carácter de imprescriptibles.

Expertos sociales han abordado la construcción de la memoria en la población y ésta no se termina de modelar con el solo fin del gobierno militar. Sus efectos futuros se prolongan en la forma en que es contada la historia. Sus personajes,fisuras, horrores y silencios, hacen heterogénea e infinitas sus combinaciones, las que impedirían el cierre de esta herida. Especialmente por las violaciones a los DD.HH. que articulan nuestro propio relato a través del tiempo y que abren el flanco de una justica inconclusa y la ausencia de una verdad oficial.

La derecha política y económica no renunciará al negacionismo mientras éste mantenga y garantice su dominio cultural e ideológico, especialmente en las nuevas generaciones de votantes. Sin embargo, la historia y su narración exigen un acuerdo como sociedad, no la de una verdad única, pero sí una forma moderna de hacer hablar al pasado, evitando su reedición y su olvido. Eso es un homenaje, una estatua o un libro, evitar el robo de la memoria.

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