Marchas que no paran… ¿Por qué?

Nuevamente las calles de Santiago y de diversas ciudades se llenan de chilenos, miles de ellos jóvenes, que demandan respuestas concretas del Estado, ya no tan sólo del Gobierno.

El Ministro de Educación anunció 21 puntos para abordar soluciones para la educación en Chile. No es suficiente. Los Partidos Políticos, se mueven urgidos para tratar de sintonizar con un pueblo que no cede.
No lo logran del todo.

Los medios de prensa conservadores tratan con persistente empeño de introducir divisiones en el movimiento estudiantil y buscan aminorar los efectos de los caceroleos que se iniciaron en la noche del jueves 4 de agosto…No logran efectividad en las masas demasiado descontentas.

La derecha llama a los padres para que sus hijos no pierdan el año escolar.

Los apoderados responden con una marcha social y familiar indicando que apoyan a sus hijos. Se dice que los que marchan no representan a toda la sociedad chilena. Que serán cien mil…120 mil…400 mil en todo Chile y que la familia chilena es mucho más numerosa y quiere resolver en paz sus problemas y sin tensiones. La derecha apela al carácter conservador de la familia chilena…Y se equivoca, porque muchos no se unen a las marchas, como quisieran, porque tienen que trabajar y no pueden moverse de sus puestos.

A la Moneda ingresa un grupo de directivos del PDC para entablar un diálogo con el Gobierno en busca de algunas reformas. Son parte de una coalición. Los socios de esa coalición se muestran extrañados pues se requiere actuar en forma colectiva.

La acción de tales directivos es controvertida incluso para su propio partido. Pero el PDC quiere liderar. El PPD quiere liderar. El PS quiere liderar. El PRSD, prácticamente, se está desmarcando de la coalición democrática. Los partidos de izquierda marchan con la gente. Las bases de estos partidos marchan con la gente. Las dirigencias están urgidas y confundidas.

El Gobierno de derecha enfrenta una pesadilla: marcha tras marcha; caceroleos nocturnos en el país. No hay diferencias de clases. Señoras pitucas en los balcones de departamentos por sobre UF 4.000 (como me comentaba un amigo del llamado barrio alto) golpean sus ollas a presión.

En los barrios de clase media, el epicentro simbólico es Plaza Ñuñoa (en el corazón de la comuna pujante del RN, Sabat) las familias han enfrentado pacíficamente, estas noches, a la policía que arremete para disolverles. Carabineros lanza gases indiscriminadamente en edificios pudientes de Providencia. Y en los barrios populares, las cacerolas se acompañan con fogatas y barricadas.

¿Qué está sucediendo? ¿De verdad? se preguntan los políticos, los sociólogos, los psicólogos, los analistas.
Chile tiene una economía estable. Un amigo bromista me decía ayer que hasta podemos prestarle plata a EEUU en la crisis bárbara en la que está sumida.

El Ministro de Hacienda se esfuerza en TV para decirle al país que tenemos reservas suficientes para enfrentar el colapso financiero que se está produciendo en el mundo.

Una encuesta reciente indica que los chilenos, en general, se sienten satisfechos con su vida personal y familiar. No todos, por cierto. El promedio. Entonces, ¿porqué estas marchas gigantescas y este clima de tensión?

Los chilenos nos cansamos del sistema político y su hipocresía estructural.

Nos cansamos de un modelo de desarrollo que permite que unos pocos ganen hasta 45 veces y más ingresos que el promedio de un trabajador asalariado.

Nos cansamos de un Chile que para unos pocos es como Manhattan y para la inmensa mayoría es como Namibia.

Nos cansamos de un país en donde cada día se hace más difícil heredarle a los hijos lo único que podemos hacer mejor: una educación que les permita desarrollarse como personas y no se puede, porque cada día, la carga financiera del modelo educacional está destruyendo esta esperanza en distintos hogares.

Nos cansamos de un país en donde los empresarios, los bancos, los hospitales privados, los colegios exclusivos abusan sin misericordia de los consumidores y apuntamos a La Polar como el núcleo paradigmático del abuso de los grupos y familias económicas que controlan más del 80% del PIB.

Este es un país cansado de Gobernantes que hacen las cosas en la “medida de lo posible” y con políticos que tienen una importante responsabilidad: la derecha pinochetista y conservadora que todo lo ha frenado en 20 años, y que sigue frenando las ansias de cambios con sujetos como Carlos Larraín que no trepida en descalificar a los movimientos sociales (“inútiles subversivos”) y provocan más furia social. Son sujetos inconscientes e irresponsables.

Los políticos de la Concertación son cuestionados por su falta de compromiso testimonial y su relativa convicción en la lucha por derechos esenciales de los chilenos. En suma: este es un cuestionamiento global de la sociedad y se requiere tener caminos para cambios profundos.

Las respuestas del Gobierno, del Parlamento y de los partidos políticos no están siendo suficientes. Los estudiantes están al límite de perder su semestre e incluso el año escolar. Los efectos que esto tiene sobre el sistema educativo en Chile son enormes. Pero ellos y la familia chilena, que hoy se pronuncia mayoritariamente (y en forma abrumadora) en contra del lucro en la educación, están dispuestos a un sacrificio y no ven igual disposición en la clase política, en el Gobierno y en el Parlamento.

Los acuerdos cupulares tampoco son aceptados y lo que se demanda es una democracia directa, participativa, plebiscitaria.

La derecha dice que esto es un riesgo. Los políticos conservadores, de un lado y otro, temen a lo impredecible: que una consulta plebiscitaria vuelque el sistema.

¡Pero si de eso se trata! Entonces, la demanda social no podrá ceder ni disminuir si los políticos y el Gobierno no comprenden que estamos ante un reclamo de participación directa en la solución de los problemas señalados.

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