Más Ciencias Sociales en las políticas públicas

Mauro Basaure
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“El que madruga será ayudado con una tarifa más baja” fue una de las frases más célebres del octubre chileno. La dijo el ex ministro de economía Juan Andrés Fontaine al momento de anunciar el alza de 30 pesos de la tarifa del metro en horario punta. Eso ocurrió el diez de octubre; es decir, diez días antes del estallido. Diez días más tarde, el 28 de octubre, Fontaine salía expulsado de economía. 

¿Cómo entender esta frase clave? Hay al menos tres alternativas, de las cuales solo la última es la correcta. No equivocarse en esto es muy relevante para hablar de programas de cambio social en sentido progresista. 

Muchos entendieron esta frase como el mero exabrupto o disparate de un ministro insensible, despiadado, sin ninguna empatía, etc., que, peor aún, quería mostrar su ingenio casi citando el viejo refrán “al que madruga Dios lo ayuda”, una de cuyas variaciones conocemos también desde el Quijote. Cuando Piñera le pide la dimisión a Fontaine se da esta señal de responsabilización individual. Según esta primera lectura, el problema sería Fontaine y nada más. 

Otros, los más, entendieron dicha frase como signo y ejemplo de la falta de respeto y maltrato hacia los chilenos de una elite económica, política y social, encerrada y ciega, que, desde siempre, ha abusado e ignorado las condiciones de vida que deben soportar la mayoría de los chilenos. La frase de Fontaine sería propia de la cultura autoritaria, el maltrato de clases y la lógica patronal que, desde los inicios de la república, persiste en la cotidianidad chilena. 

Estas dos lecturas no son completamente falsas, pero hay otra que es la correcta. Según la tercera lectura, esta frase no dice nada más que los actores, los habitantes de la Región Metropolitana, son agentes racionales a los que se les benefició abriendo una alternativa de elección, que antes no poseían: levantarse más temprano para acceder a una tarifa más baja, como quien decide atrasar una decisión de compra a la espera que lleguen los días de oferta.

Lo neoliberal de esta racionalidad es que las políticas públicas del Estado se concentran en el establecimiento de incentivos (positivos o negativos) dirigido a actores individuales, en quienes se deposita la elección. Según esta lectura, lo que hace Fontaine es una oferta: subir el horario punta y bajar el horario valle, con lo que de paso se descongestionaría el Metro en el primero de estos horarios. 

Las palabras de Fontaine expresan, sin duda, insensibilidad, pero esta no proviene necesariamente de un rasgo psicológico malvado o de un sesgo e inmoralidad de clase. Es fácil decir que se trata del individuo despiadado, o del típico patrón de fundo. Pero con ese camino fácil se pasa de largo el verdadero problema, al punto de que resulta hasta irresponsable no detenerse y ver de qué estamos hablando. 

La de Fontaine es una ceguera generada por el propio modelo cognitivo de racionalidad individual, que abdica ya no solo del rol del Estado en perseguir metas colectivas sino de la propia realidad y condiciones de vida de las personas.

Lo que se tiene al frente es al Fontaine técnico, economista neoliberal, Chicago boy. Y eso no cambia sacando a ese o a este ministro, pues se trata de un tipo de racionalidad, de una gubernamentalidad, diría Foucault.  

Frente a esa forma de gubernamentalidad, hay que volver a hacer entrar a la realidad que viven las familias en nuestro país. Considerar ni más ni menos que al ser humano en sus condiciones concretas de vida. La mejor respuesta a los muchos “Fontaines”, de banderas políticas distintas, no necesariamente de derecha, es mostrarle, con datos duros, incluso geo referenciados, lo que viven los y las trabajadores de Santiago; cómo usan su tiempo; mostrarles que muchos salen de madrugada para siquiera llegar puntualmente o a sus trabajos. 

De una manera no articulada discursivamente, fue esa realidad social, ignorada, alienígena, la que hizo explosión en octubre. Hoy toca darle contenido y sentido transformador. Una buena forma de hacerlo son los estudios de uso del tiempo, con sensibilidad territorial, de género, socioeconómica, entre otras. Hace falta más ciencias sociales y menos economía en las políticas públicas.

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