Ante el estallido social que vive nuestros país, donde millones de personas dicen basta de abusos, basta de tanto privilegio para unos pocos, basta de violencia, de tanta soberbia y de esconder ese otro Chile que hoy sale a luz.
Eso que empezó como un llamado de estudiantes secundarios a evadir el Metro por sus constantes alzas, y que ha sorprendido a todos por su fuerza, por su protagonismo ciudadano, por su convocatoria, por el apoyo transversal y su radicalidad.
La movilización se tomó la agenda pública, medios de comunicación, redes sociales, lugares públicos, las casas, todo el mundo habla de que #ChileDespertó.
Estas manifestaciones han provocado que la gente vuelva a hablar de política. Nadie ha quedado fuera de estos diálogos, pareciera que la política en vez de dividirnos, nos unió. Y lo hizo en la indignación, en la impugnación, en la movilización y en la participación política.
Porque salir a la calle a manifestarse es hacer política en expresión pura y, por ende, es participar políticamente más allá del voto.
Esta movilización nos ha llevado a un retorno hacia lo político, que nadie esperó, pero que es expresión de las urgencias de la ciudadanía que ya no puede esperar y que ve la política como instrumento y vehículo de respuesta a sus demandas.
La primera expresión es la ruptura de la concepción tradicional del poder, que se sustenta en su verticalidad, donde el poder es entendido como dominación de uno sobre otro.
Esta concepción del poder, ha provocado que la gente común lo vea como muy lejano (porque lo es) y sienta que tener o ejercer el poder es algo negativo, que debe ser rechazado y que le corresponde a unos pocos.
Existe una ruptura de este paradigma sobre el poder, porque se ve en la gente cierta conciencia de la existencia e importancia de un poder como potencia, ese poder colectivo, ese poder que se construye, ese poder horizontal que requiere de todos y todas; poder contrahegemónico, que no busca dominar ni oprimir, sino que rebelarse, ese poder que libera.
Esto se traduce en una conciencia de que juntos y juntas no tenemos miedo, de que sólo juntos y juntas logramos cosas, nos defendemos, luchamos y somos más.
También existe una ruptura en el paradigma de la a-política, porque a pesar de que la gente está diciendo “váyanse todos”, al mismo tiempo está exigiendo respuestas políticas a la crisis, lo que no quiere decir respuestas institucionales, sino que respuestas políticas que superen la institucionalidad y que sean capaces de responder a las demandas más profundas de la gente.
Esta idea de la unidad nacional, como muestra de responsabilidad y seriedad política, representa una fractura profunda, porque la gente no quiere más a esa élite que decidió sola y de espalda a la ciudadanía.
En otras palabras, existe en esta movilización - aunque quieran minimizarlo - un adversario claro para la gente, una configuración entre un nosotros/ellos que se expresa en las calles todos los días, cuando la gente pide que se vaya Piñera, Chadwick y los ministros; cuando la gente bota las esculturas de los llamados “héroes de la patria”, cuando la gente dice somos el pueblo unido contra los poderosos, una clara dicotomía entre la élite y la gente.
El momento que vivimos es de impugnación y la fuerza de la ciudadanía, ha movido de tal forma el tablero político que los ejes en que se mueve la política, izquierda - derecha; lo nuevo - lo viejo; arriba - abajo, también se encuentran en tensión y en una reconfiguración absoluta.
Hoy día, nadie podría determinar qué es ser de izquierda, qué es ser lo nuevo y qué es ser los de abajo, estos ejes se encuentran también afectados por el momento destituyente, porque hay una disputa abierta por el posicionamiento que tendrán cada uno de los actores políticos, por ende, estamos en un proceso de resignificación, de reconfiguración y de reposicionamiento del sistema político, donde lo que existió hace un mes atrás ya no será.
Esto nos lleva de inmediato a la discusión sobre qué viene después del momento destituyente y por ende, cuáles son los desafíos que como sociedad tenemos con miras a futuro. La primera tarea que debe asumir el mundo progresista y transformador, es generar las condiciones (materiales, de fuerza, es decir, la factibilidad del poder) para que la salida de esta crisis, sea una salida de profundización democrática, sustentada en la garantía de derechos y en el protagonismo popular.
Democrática, porque asumimos que es posible una salida en un Gobierno con rasgos autoritarios, y regresivo en derechos fundamentales.
Con enfoque de protección de derechos, porque todas las familias chilenas tienen derecho a una vida digna, y que esto no esté determinado por el mercado, sino por las garantías que da el Estado.
Y con un claro protagonismo popular, porque la élite ya habló mucho, es momento de escuchar a la ciudadanía y generar mecanismos institucionales de participación política en espacios de decisión, pero también de control ciudadano a las instituciones democráticas y sus representantes, de modo que la gente pueda decidir sobre sus propios destinos.
La política, las instituciones y la democracia deben estar al servicio de la ciudadanía, es la única forma de que la gente recupere la confianza, deben ser útiles para mejorar sus vidas y superar las urgencias que hoy no permiten esperar más y que los han motivado a salir a la calle.
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