No queremos más muertes

Nadie puede estar de acuerdo con la muerte del Sargento Albornoz, asimismo como nadie puede estar de acuerdo con la muerte de Alex Lemun, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío, supongo. Lo que se debe poner en la discusión es el nivel de violencia que ha ido adquiriendo la cuestión social Mapuche.

Desde el Estado, se ha diseñado una política frente al mal llamado “conflicto” que no busca resolver de manera política algo que es ideológico, porque es propio de un continente indianizado a partir de la década de los ochenta, que señala como objetivo último la autodeterminación.

El Estado ha generado una óptica policial para su resolución, militarizando las comunidades, que a su vez muestra la incapacidad en la comprensión de la demanda Mapuche. Desde ese ámbito, el Sargento Albornoz como los Mapuche, no son más que una consecuencia de ese pésimo diseño.

Corría el año 2001 cuando en ese entonces el Jefe de la IX Zona, José Alejandro Bernales, comenzó a implementar una estrategia que desde el Movimiento Político Mapuche se ha denominado la “militarización”. Bernales, en su paso por la DIPOLCAR diseñó un plan, creando una unidad especializada para temas relacionados con el “conflicto” Mapuche.

El primer diagnóstico que realizó, fue “que no existía información sobre los dirigentes mapuches”. Para ello unificó a los mandos de la región octava y novena, creando una plana mayor asesora, con un encargado de Inteligencia regional, cargo en el que designó a un antiguo subordinado que levantó desde la DIPOLCAR.

Con aquella mirada empezó a enfrentar la agitación mapuche como un problema de orden y seguridad.

Un segundo eje, fue apostar retenes de Fuerzas Especiales afuera de las comunidades.

Desde ese momento los comuneros tuvieron que aprender a convivir diariamente con un contingente de Fuerzas Especiales como vecino.

Producto de ello, pequeñas confrontaciones se fueron haciendo periódicas, con imágenes de ancianas, niños y padres golpeados por las fuerzas policiales o defendiéndose con palos ante la arremetida de tanquetas, patrullas y buses.

Han pasado cerca de diez años de esa estrategia, a grandes rasgos, lo único que ha generado es la agudización y la escalada progresiva de la violencia.

Sin más, un año después del inicio oficial de ella, muere por un balín metálico en su cráneo Alex Lemun (2002), seis años después cae muerto por una bala en su espalda Matías Catrileo (2008) y sólo un año después de la misma forma Collío (2009).

Sin contar los heridos por balines y la infancia Mapuche que entra en pánico cada vez que escucha a la policía acercándose a las comunidades. Hoy, fue el turno de un carabinero,

¿Cuántos más deberemos ver morir para entender que la solución no pasa por mantener en un estado policial a las comunidades Mapuche?

Nadie puede justificar la antigua frase de “ojo por ojo”. Lo que se debe poner en cuestión es la manera en cómo se ha desarrollado la resolución de este conflicto que no es policial, sino político.

Asimismo, poner en juicio la efectividad de la militarización de las comunidades, con los brutales allanamientos como lo han denunciado distintos organismos de Derechos Humanos.

Esta estrategia de ocupación, muestra lo cortoplacista de la clase política en la búsqueda de una solución y el escalamiento de la violencia es la demostración que dicho diseño cada día muestra su ineficaz resolución, que al contrario, acumula rabia, miedo y pesimismo.

Es allí donde debe centrarse la discusión.

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