Probablemente todos hemos presenciado el desagradable sonido del acoplamiento de un micrófono, que se produce cuando uno de estos aparatos se acerca a un parlante, emergiendo un sonido agudo que irrita hasta al oyente más estoico. Esto se produce debido al fenómeno acústico conocido como Efecto Larsen. Esto es cuando el sonido emitido por una fuente es amplificado por un sistema recursivo.
Más en simple, un sonido imperceptible para el oído que capta un micrófono, es amplificado por el parlante cercano y el sonido emitido vuelve a ser captado por el micrófono y amplificado por el parlante y así, en una escalada ascendente.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con las encuestas? La situación de las elecciones en Chile provoca que los sociólogos y otros profesionales que se dedican a los estudios de opinión, se ruboricen (o al menos debieran hacerlo) al resultar sus previsiones tan alejadas de la realidad. Esto en atención a que esta disciplina oferta a la sociedad en su origen, la capacidad de proyectar sus comportamientos. Para leer el pasado, está la Historia; para los microprocesos, la Psicología Social y para los fenómenos de la cultura, la Antropología.
Ciertamente cada una de estas disciplinas en sus procesos de desarrollo han “invadido” campos vecinos como fruto de la “interdisciplinariedad” tan en boga. Pero es la Sociología la que nace asociada a la capacidad predictivo-explicativa de las metodologías cuantitativas y ella debe hacer la autocrítica, al menos en el ámbito de los estudios de opinión.
Sin embargo, el problema está lejos de quedar acotado a nuestra realidad nacional. Probablemente el caso del Brexit constituyó el primer gran fracaso ampliamente conocido de las estimaciones electorales.
Luego vinieron las elecciones en España, el acuerdo de paz en Colombia, las elecciones en EEUU, como situaciones destacadas en un nutrido continuo de sonados fracasos predictivos, que no pueden ser explicados solo por la mala calidad de los sondeos realizados, porque todo tipo de instituciones en el mundo se han visto afectadas.
Desde empresas pequeñas y sin mucho bagaje en el campo, hasta grandes instituciones estatales de reconocida trayectoria. Frente a esto flota sin respuesta, el porqué de los errores predictivos tan manifiestos.
Un primer acercamiento nos lleva por el derrotero de los problemas metodológicos de los instrumentos aplicados. Se puede tratar de debilidades del muestreo que determina qué población encuestada puede resultar representativa del universo estudiado y con qué confiabilidad y margen de error se trabaja, hasta la adecuada formulación de las preguntas del cuestionario.
Esto último se relaciona con el hecho de preguntar adecuadamente lo que se desea saber y también con que las conclusiones que se inducen, sean consistentes con los datos recogidos.
Creo que pretender afirmar esta línea de razonamiento para explicar el problema en cuestión no nos conduce muy lejos. Es efectivo que el análisis de la ficha técnica de algunas de las encuestas aplicadas revela una gran imaginación por parte de los diseñadores de los estudios.
También ocurre que la innovación ocurrida en este campo ha diversificado la manera de capturar la opinión de las personas, pero muchas veces los desarrollos metodológicos que acompañan a estos nuevos instrumentos, podrían ser discutibles. Incluso, aparecen mezclas de metodologías del todo reprobables, según opiniones expertas.
Sin embargo, en sentido contrario, se pueden encontrar metodologías e instituciones con una larga trayectoria de pulcritud en lo que podríamos considerar, buenas prácticas y que se han visto igualmente sorprendidas por el impacto de su fracaso predictivo. Esto no significa que los casos anteriores no sean incidentes, solo que no es una hipótesis plausible para enfrentar el problema.
Una explicación alternativa parte de la teoría formulada a finales de los años setenta, por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, conocida como “espiral del silencio”. En ella se plantea, grosso modo, que las personas ajustan permanentemente su disposición manifiesta, de acuerdo a lo que constituye el estado de opinión prevaleciente en su entorno.
¿Por qué lo hacen?, simplemente porque son adversas al aislamiento que se produce o se teme, al tener posiciones contrarias a las mayoritarias. En ese contexto, las personas se vuelven más resistentes a emitir una opinión distinta a medida que perciben que la opinión imperante se fortalece. En ese contexto, la espiral que silencia la opinión personal es incremental.
En este escenario, se puede afirmar una segunda hipótesis que resulta más plausible. Asumiendo la teoría de Noelle-Neumann, podemos recuperar la noción del Efecto Larsen reseñada al principio y concebir a los sistemas de monitoreo de la opinión pública, como una gran caja de reverberación, en que el micrófono son las encuestas que recogen la voz de una opinión pública envuelta en una espiral de silencio, y que con la difusión de sus resultados, se convierten en el parlante que profundiza la espiral. Las personas que ya no manifiestan abiertamente las opiniones contrarias a las tendencias que considera mayoritarias, ven fortalecida su convicción cuando se informan de los resultados ya distorsionado de las encuestas.
Años de saturar los sistemas de información pública con resultados muchas veces que tienen el solo objetivo de favorecer la imagen de ciertas posiciones políticas, ha conducido a esta espiral de silencio que el propio sistema profundiza y que ha puesto en una delicada posición a los estudios de opinión.
Necesitaremos varios años de silencio estadístico para volver a monitorear con eficacia la percepción de las personas.
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