Esta semana el presidente Piñera anunció el inicio de la licitación de la red 5G, que en sus palabras, “permitirá a Chile tener una navegación 10 veces más rápida y 100 veces más poderosa que las redes actuales de 4G”.
En tanto escuchaba el anuncio, llamé a mi mejor amiga, que vive en Río Claro (Maule), para darle la noticia. No lo logré y asumí lo de siempre, estaba sin señal de teléfono e Internet. Así pueden pasar días sin poder comunicarme con ella. Vive sola y queda a su suerte en caso de emergencia.
Con la cuarentena se conocieron realidades en distintas materias. Una de ellas fue la imposibilidad de los niños de conectarse a clases online. La imagen de una niña haciendo sus tareas en el techo de su casa se viralizó. Sólo allí tenía acceso a la red.
En regiones y zonas rurales falta infraestructura, sistema de transporte, servicios básicos y un largo etcétera (material para otra columna). Ni hablar de zonas extremas.
Pero ¿qué pasa con la conectividad digital? La Subtel indica que casi 9 de cada 10 hogares tienen acceso a Internet. Interesante. Sin embargo, no hace referencia a la calidad del servicio.
Es evidente que el acceso en la Región Metropolitana es casi ilimitado. Pero ¿qué pasa con los “otros” 8 millones de chilenos? Me refiero a los que viven en regiones, en donde las carencias mencionadas arriba pueden ser, en parte, subsanadas por las telecomunicaciones.
En el anuncio del 5G, el presidente dijo que es la posibilidad de incorporarnos en plenitud a la sociedad digital, lograr avances en materia de ciudades inteligentes, modernización del Estado y telemedicina. Yo agrego el teletrabajo y me pregunto ¿estaremos hablando de esto para todo Chile?
Con conectividad, incluso la demografía podría cambiar muy positivamente, permitiendo que empresas o personas altamente calificadas se trasladaran a regiones, en donde podrían contar con algo absolutamente básico para sus operaciones. Esto lógicamente también aportaría al desarrollo.
Pero ¿quién querría vivir como mi amiga, que no sólo debe trasladarse a alguna estación de servicio de la carretera para hacer asesorías a distancia, sino que además no puede tener una comunicación fluida con su familia, y mucho peor, queda habitualmente incomunicada y, por lo tanto, presa del temor a una emergencia?
El coronavirus nos está dando varias lecciones y una de ellas es la necesidad de comunicación. Aquella que mantiene los vínculos entre las personas, pero también la que permite trabajar, más aún cuando el teletrabajo ha sido una revelación.
Muchos conocemos casos de personas que trabajan desde el extranjero para una institución en Chile, o un empleado que decide cambiarse de localidad sin que ello altere su vínculo con la empresa.
En Chile cuando los privados no cubren una necesidad, el Estado debe hacerlo, pero como en casi todo, tenemos un Estado centrado en la RM, lo que contribuye al círculo vicioso de vivir en Santiago porque “acá está todo” y sigue dejando a las regiones de lado, sin acceso al desarrollo.
La conectividad digital, en un país con nuestra geografía, es una prioridad. Si no es rentable para las empresas, corresponde que el Estado asegure el acceso (como Estado Subsidiario que es) y que lo haga bajo el concepto de rentabilidad social.
Mientras esperamos la nueva tecnología 5G, se necesita un buen servicio de telecomunicaciones, y se necesita ahora, para que gente como mi amiga acceda a telefonía e Internet en Río Claro, o en cualquier lugar de Chile, y así pueda mantener sus vínculos sociales y también seguir contribuyendo con su trabajo desde el lugar que eligió.
No hay más tiempo. Las autoridades no pueden seguir diciendo que “Santiago no es Chile” para parecer ecuánimes, porque la realidad es que, en materia de conectividad, y en muchos otros aspectos, Santiago SÍ es Chile.
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