Se acaba el ciclo de autocomplacencia

El conocido refrán de la cultura popular "echarle la culpa al empedrado" grafica certeramente la intervención de Sebastián Piñera en el Congreso Futuro 2022, al responsabilizar a las personas, "el ser humano" dijo directamente, tanto de los desequilibrios medioambientales y de fenómenos como las pandemias o la lucha por la preponderancia en el planeta.

Ese discurso libra de responsabilidad a los que tienen el poder de decisión por las repercusiones y efectos -algunos lamentables- que sus órdenes y políticas generan, provocando los grandes retos contemporáneos de la civilización humana, como el cambio climático, la desigualdad social, la demanda de igualdad de género y los reclamos de dignidad y justicia social que se plantean a la humanidad en su conjunto.

Al hablar tan suelto de cuerpo de lo humano y lo divino, echando las culpas de tantas penurias y calamidades al "ser humano", Piñera oculta expresamente su propia responsabilidad y mirada "ideologizada" de la historia, así como una visión interesada y deforme del devenir social que evade completamente referirse a su rol como gobernante y el comportamiento del grupo social del que forma parte.

En efecto, Piñera poco antes del estallido social de octubre de 2019 señaló que Chile era un "oasis" en América Latina, lo hizo en instantes de incontrolable autocomplacencia y en el tono arrogante que descubre el delirio de grandeza que lo caracteriza.

Por cierto, el éxtasis en sus auto alabanzas excluyó cualquier referencia al aumento de la desigualdad económica y social, del déficit habitacional, la crisis del sector público de salud y la postración de las escuelas en las comunas populares, las vergonzosas prácticas antisindicales para impedir la negociación colectiva en las empresas, la violencia en contra de la mujer y los atroces femicidios, el impacto del cambio climático y las consecuencias de una larga sequía.

No causaban desvelos en el oficialismo, liderado por Piñera, los conflictos de interés y el enriquecimiento indebido en la administración pública ni las prácticas de financiamiento irregular de la política, tampoco el crecimiento de la violencia delictual en las poblaciones y el agobio del mundo popular con la impunidad del narcotráfico y su nefasto impacto en las familias aumentando la pobreza y la marginalidad.

En síntesis, el "oasis" piñerista no podía integrar esa realidad salvo para notas televisivas de burda propaganda, como cuando obligó a que lo filmaran en un patrullero de Carabineros en un supuesto operativo nocturno. El espejismo del "oasis" era un país cero falta, con un Presidente perfecto, él mismo.

En fin, el gobernante tenía en su cabeza los intereses de una parte ínfima pero poderosa del país, el mundo de las finanzas y los grandes negocios, en especial los que multiplicaron sus fortunas gracias a la temeraria gestión a favor del libre mercado a ultranza que recibió un gran empuje desde el Estado para seguir incrementándose escandalosamente y, al mismo tiempo, fomentar los abusos de poder y la desigualdad que llevaron al estallido social de octubre de 2019.

Por eso, su frase para el bronce no tiene ninguna credibilidad: "... muchos creen que la mayor amenaza de la humanidad no es la pandemia, la inmigración o el cambio climático, es el ser humano", viniendo de Piñera, un voraz acumulador de recursos humanos y naturales, tal afirmación carece de toda sustentación. Hay un sistema de producción y un régimen de gobierno que obliga y/o determina la conducta de las personas.

Tras innumerables proyectos que atentan contra la preservación del medio ambiente y de las aguas, en Chile y otros países, no puede pretender situarse en el rol de supremo sacerdote, aquel que pontifica, condenando genéricamente al ser humano cuando su conducta como gobernante no hizo más que incitar al enriquecimiento ilimitado de quienes podían hacerlo, a los abusos de poder y la depredación de los recursos naturales.

Con el volumen de información que hoy existe en el mundo, gracias a la acción de las nuevas tecnologías, la ciudadanía detecta prontamente la separación entre las palabras y los hechos que hoy constituye un factor determinante del desprestigio de la política y de la democracia. El recurso a la palabra fácil pero demagógica y al intento de engaño masivo es de corto alcance y al quedar al descubierto provoca más rabia y descontento social.

Por ello, la denuncia de la demagogia y la manipulación de la información por gobernantes y/o caudillismos maleados e inescrupulosos, es decir, la sanción social promoviendo el derecho a la transparencia y la plena libertad de opinión sacará al régimen democrático de la crisis de credibilidad que tan profundamente le afecta en este período.

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