La sociedad chilena se auto convocó en la protesta más radical desde la lucha democrática de los años 80. En esa época, la política se conectó con la ciudadanía y fueron los partidos políticos los conductores de un proceso de cambios profundo.
Ello permitió inaugurar en 1990 un largo ciclo de crecimiento económico, paz y bienestar social. No sabemos con certeza cuándo terminó ese ciclo.
Lo cierto es que el sueño de ser los jaguares de América Latina, ampliando el consumo individual mediante la adquisición de nuevos estándares de vida material, como mecanismo de integración social y cultural, ya no parece suficiente. Nadie sabe a ciencia cierta cuáles son las claves del próximo cambio, pero sabemos que ya empezó un nuevo ciclo.
Siendo la política, los partidos y los hombres y mujeres en política quienes habitualmente por doctrina y costumbre están encargados de conducir los cambios y generar la adhesión a los métodos y objetivos de ese cambio, la pregunta es porqué hoy la dinámica política pareciera tener escasa influencia en las movilizaciones sociales y que, más bien, sea una ciudadanía acéfala y a veces errática quienes llevan el protagonismo.
La protesta puso de relieve un fondo institucional degradado, donde el liderazgo funciona bajo el piloto automático de la inercia política, que es precisamente el que la ciudadanía se encargó de apagar.
Ciertamente podemos aventurar explicaciones. Por un lado, la corrupción de los partidos políticos, que impide la legitimidad de los liderazgos emergentes y crucifica los liderazgos de larga data y, por otro, el incivismo, o la carencia de educación y conductas cívicas, que impide visualizar a la política como campo de acción válido para canalizar las demandas del vivir diario.
Así, la política se torna inoficiosa como mecanismo de canalización de las opiniones de la ciudadanía hacia los centros de poder. La política esta desconectada de la ciudadanía.
El movimiento social demostró que es posible romper la inercia. Los cambios son posibles. Entre todos. Pero ¿cómo lo hacemos? Es ahí donde el movimiento y sus seguidores se equivocan cuando siguen la lógica de las dictaduras y descalifican a todo evento a la política, a los partidos y a los políticos. La ciudadanía está convencida que todos son sucios y corruptos, además de incompetentes. Siendo lógico que la élite desconfíe de los liderazgos desde abajo hacia arriba, lo extraño es que el movimiento social también lo haga.
En una sociedad moderna con cientos de voces, no es posible apropiarse de todas las voces. La lucha por la hegemonía de todas las voces está instalada desde el 18 de octubre. Es natural y es bueno que así sea, pues sin liderazgos, el movimiento social solo será una olla de grillos.
No será movimiento, será espasmo. La paradoja consiste en que esa heterogeneidad y esa diversidad nace del modelo individualista que nos enseñó a desconfiar del otro, a criticar todo desde la virtualidad sin pagar ningún costo, a ser protagonistas de nuestro metro cuadrado sin considerar al vecino del lado o del frente.
Es una política de nicho, de club de amigos, donde todo lo externo se descalifica de inmediato y todo lo que pertenece al club se valida, sin discusión ni examen.
Es una política de supermercado, donde cada quien tiene su lista de demandas, similar a las listas de compra. Cada grupo quiere que su lista prevalezca y somos incapaces de ver que todas las listas tienen productos en común, demandas colectivas.
Es improbable que la elite resuelva desde arriba este entuerto. Pero es posible resolver el problema desde múltiples lados. En ese sentido, de nada servirá que el movimiento social descalifique todo intento de liderazgo político para despejar el escenario. La única manera es validar las demandas comunes.
Hay al menos dos vías: desde arriba hacia abajo, voto obligatorio. Desde abajo hacia arriba, votando en el plebiscito para redactar una nueva constitución y construir una agenda para la equidad. Derechos y deberes. Si la democracia representativa hoy no es legítima, validemos una democracia de alta intensidad, con interacciones fuertes desde abajo hacia arriba y desde arriba hacia abajo.
La democracia siempre puede funcionar con más democracia.
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