Una voltereta para adaptarse

El alcalde Joaquín Lavín logró aumentar la cantidad de comentarios que genera en los medios de comunicación al señalar que su actual mirada política propone “incorporar muchos de los conceptos de la social democracia europea”.

Esto significa que Lavín, autor de “la revolución silenciosa”, otrora texto de cabecera del neoliberalismo chileno intenta borrar, una vez más, la repulsiva cicatriz de su pasado como difusor de la dictadura, esa etapa de intransigencia libre mercantilista en que se definió como “gallo de pelea” en la campaña de candidato a diputado de la UDI, en 1989.

Después ajustó la mira y en 1999, levantó la vaga idea del “cambio”, no se sabía cual pero le acarreó un buen apoyo electoral, luego se volvió a redefinir, esa vez, como “aliancista-bacheletista”.

Es decir, es una figura adaptable, cuya retórica se ajusta a lo que desea le escuchen para rehacer su imagen política dado que su temprana pasión pinochetista es un lastre adverso. Así para sacudirse esa mochila de plomo, dijo que de haber sabido las violaciones a los Derechos Humanos, en el Plebiscito del 5 de octubre de 1988, habría estado con la opción del NO.

Su etapa pinochetista lo hace ser lo que es, alguien “controvertido”, un ex ideólogo que quiere ser “cosista”, light, nada denso, huye las profundidades conceptuales, con todo se ha mantenido como una opción en la derecha, lo que no es poco, pero no logró alcanzar la Presidencia de la República.

Ese objetivo le ha sido esquivo, lo tuvo cerca en 1999, cuando la diferencia con el triunfante Ricardo Lagos fue en promedio menos de un voto por mesa, pero luego la posibilidad de instalarse en La Moneda, lo ha tratado con el mal sabor de la lejanía.

Su antiguo rival Sebastián Piñera le copó un sitial que Lavín creía le aguardaba, liderar la derecha para entrar a La Moneda de terno y corbata, sin destruir la democracia como el 11 de septiembre de 1973, sin recurrir al terrorismo de Estado, ni tanques, corvos, bayonetas y bombardeando el edificio, incendiándolo.

Cuando el mega millonario Piñera tuvo el favor de la división de los demócratas y ganó la Presidencia, Lavín perdió la senaduría en Valparaíso, tuvo que aceptar ser ministro de Educación y reprobó el examen. Así volvió a la Alcaldía, al cosismo de “laskondesburgo”.

Ahora el vacío de liderazgo en la derecha y la debacle piñerista le ha dado un espacio para rehacer la fama y la opción presidencial lo vuelve a ilusionar.

Que en democracia, sin aventuras golpistas, quiera llegar a Presidente es legítimo, ese propósito no es objetable, pero para alcanzarlo fue adquiriendo la manía de decir a todo que sí, se sube en todas las micros sin importarle dónde se dirigen y a cada uno de sus interlocutores acomoda el mensaje, por eso, se ha ido deformando en tal grado que puede ser un recipiente en que cabe cualquier cosa.

Hoy no se sabe que es “el lavinismo”. Quiere ser el candidato de la UDI sin las ideas de la UDI, pretende ser el candidato de la derecha aunque desea vestirse como de “centro”. A la postre puede ser que la afición de Lavín por los matinales televisivos obedezca a que le agrada ser un maniquí, un objeto inocuo que no molesta y que se adapta a la moda, indiferente a quienes no gustan andar a la moda, pero con ese “programa” no se puede gobernar el país, sería condenarse a la prolongación indefinida de la crisis actual.

Le encanta el libre mercado pero habla de derechos sociales, tiene que apoyar a Piñera, pero cada día hace fintas para desmarcarse del gobierno porque ahí ve el “abrazo del oso”.

Sin duda que esa es la pesadilla de Lavín, la fatalidad de ser la candidatura del continuismo piñerista, sabe que ahora el cambio es inaplazable, porque Chile no soporta más de lo mismo, eso sería dejar inmediatamente de ser competitivo e intenta camuflarse. Piñera y su gobierno son un salvavidas de plomo, así se lo confirman los análisis de sus asesores.

Ahora bien, hay que examinar con más detalle su último acomodo, el querer ser “socialdemócrata”. No cabe duda que para quienes en la izquierda postulan articular y materializar la justicia social en una potente institucionalidad democrática, con un Estado social y democrático de derechos, está incursión lavinista de exaltar el fuerte Estado social de Europa les da la razón.

Es cierto que sus cálculos apuntan a mejorar su caudal electoral y eso causa el malhumor en muchas personas de centroizquierda e izquierda por el desenfadado oportunista de los malabares retóricos del edil, de eso no cabe duda, pero también es cierto que Lavín está confesando que el neoliberalismo a ultranza que el mismo ayudó a implantar con la dictadura se agotó totalmente y como opción y/o proyecto de sociedad para Chile fracasó, resistió cuatro décadas y el estallido social desplomó su imagen de imperturbable indiferencia al descontento y la desafección social y política.

La derecha, el continuismo piñerista y quien sea la candidatura del bloque dominante carece de una alternativa sustantiva, cuyos contenidos estratégicos saquen al país de la crisis, por eso, la ansiedad lavinista lo lleva a vestirse con las ideas de sus rivales porque como candidato de la derecha inhumana cuyo gobierno abandonó a su suerte a las familias durante la pandemia no tiene como ganar, así va a ser el perdedor, entonces se presenta como lo que no es y quiere disfrazar el mercantilismo salvaje como espíritu solidario.

Como el pragmático Lavín, la derecha, que no es fundamentalista de mercado hasta la irracionalidad, sabe que viven un dilema moral profundo, comprobar que tanto crimen, dolor y amarguras no tienen justificación histórica alguna. Han sostenido un modelo de dominación que carece de legitimidad y perdió sustentabilidad.

La idea de un nuevo “estallido” los sobresalta, perdieron la tranquilidad. Hay demasiada desigualdad y la estabilidad dada por la resignación social ya no está asegurada.

Por tanto, más razones fundamentan y exigen la construcción de una alternativa unitaria desde la oposición porque el libre mercantilismo, el consumismo y el individualismo no son la bandera para ganar en las presidenciales del 2021.

De allí que el camaleón deba arriesgarse al escarnio o el ridículo con tal de adaptarse a las nuevas circunstancias. El estrés lo impulsa a robar las ideas ajenas para cubrir la ausencia de proyecto político estratégico.

La izquierda debe levantar su propuesta de un Estado social y democrático de derechos, con vistas al ejercicio de la justicia social con plena libertad y progreso económico. La derecha fracasó. Hay que darle un nuevo horizonte a Chile.

Tantos años acusados de “estatistas”, incluso encarnizadamente perseguidos y descalificados por esa caricatura que satanizaba la izquierda en los tiempos en que el mismo Lavín - el que desea ser socialdemócrata - era operador del régimen castrense, son muchos miles los que ahora son indirectamente reconocidos.

Por eso, en los aprontes lavinistas de viraje hacia “el centro” falta lo más importante, esto es que rechace el Estado subsidiario, la demoníaca criatura neoliberal pinochetista que ha sido el instrumento usado para desbaratar el Estado, jibarizarlo e impedirle cumplir su objetivo de cautelar el bien común.

El Estado subsidiario es un Estado impotente, intencionalmente debilitado para que no cumpliera sus tareas fundamentales y que la fuerza económica del país se concentrara en los mega conglomerados que deciden la acción de la economía y el Estado en su propio beneficio. Esta es una definición esencial del proceso constituyente y la adaptabilidad de Lavín es incalculable, pero no se le puede permitir que eluda esta definición medular.

El dilema está planteado. El Estado futuro podrá tomar definiciones y adoptar decisiones que reorienten en un sentido solidario y de sustentabilidad el modelo de desarrollo o deberá conformarse con ajustes que no corrijan el agravamiento de la desigualdad y los abusos estructurales en contra de los trabajadores y la clase media.

Por eso, lo que finalmente ocurra en el Plebiscito del 25 de octubre será decisivo. Esa es la gran responsabilidad de los luchadores por la justicia social en la actual encrucijada que está frente a Chile.

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