¡No estamos tan mal!

Verdaderamente no estamos tan mal; los que están mal son ellos. La mayoría de los chilenos ya estaban mal antes de octubre. Los analistas e intelectuales orgánicos están asustados. Una verborrea llena de miedos sobre su propia posición en la estructura social, su capacidad de comprender lo qué ocurre y los naturales intereses que tienen, hacen que sus análisis parezcan más citas de Apocalipsis zombi que reflexiones críticas ponderadas. 

Es cierto que este 2020 será un año de mucha incertidumbre, pero también de inmensas posibilidades. Hay que apostar por lo segundo. 

Seamos serios y rigurosos. Este gobierno estaba quebrado antes de la crisis. En junio del 2019 el crecimiento había sido rebajado por el Banco Central a un rango de entre 2,7 y 3,5%. Desde enero a agosto, la tasa de crecimiento se redujo en 1%.

La economía global no está exenta de problemas. El crecimiento mundial se redujo en junio a un 2,7%. El Banco Mundial anunciaba por esas mismas fechas que Estados Unidos podría crecer un 1,7% y la zona euro un 1,4 % en 2020. Nada auspicioso realmente. El neoliberalismo extremo se encuentra en una crisis agónica y esto se evidencia en las revueltas sociales en distintas latitudes del mundo. 

No es verosímil sostener que Chile cayó en una crisis abrupta luego de octubre. Es cierto que se agudizó. El tiempo social sufrió una aceleración violenta. Sin embargo, el discurso de crecimiento, empleo y seguridad, motor de campaña de la derecha, estaba lejos de ser cumplido y arrastraba al gobierno a una crisis institucional sin precedentes. 

Si vamos a la tasa de aprobación a la gestión del presidente, las cifras de Cadem (no precisamente una encuestadora de izquierda) muestran, en junio del 2018 un 60% de aprobación y en junio del 2019 un 31%.

Consecuente con esto, la tasa de desaprobación, para el mismo periodo, subió de un 24% a un 59%. Todo esto, antes de la crisis. Es evidente la descomposición política que el gobierno de Piñera venía arrastrando desde mucho antes de octubre y que, sin duda, dado el pésimo manejo que tiene de las demandas sociales, fue agravado hacia finales de año. Ante las opiniones catastrofistas hay que señalar algunas cuestiones. 

Chile ya estaba lastrado. La crisis estaba anunciada en sus inequidades estructurales. El flagelo de la desigualdad mundial se expresaba desde hace décadas en el país. El sistema de AFP´s explotó en las narices de sus creadores pues es un modelo creado para enriquecer a sus operadores, a los que crearon el “Mercedes Benz”.

La historia está llena de giros y recovecos: son tiempos de un Piñera que explota lo creado por otro Piñera.

O también se podría leer como la continuidad de los mismos nombres a lo largo de la clasista historia política chilena (el lector puede elegir la interpretación que desee). Lo cierto es que la miseria a la cual quedan sometidos los mayores es un caldo de cultivo para cualquier pequeña o gran revolución social.

Sume a esto las colusiones, los robos institucionales, el precio de los medicamentos. Un sistema público de salud sobrepasado.

Una crisis ecológica bestial: carencia de agua y monocultivo de bosques que, a precio de trabajo o bajo amenaza de desempleo (el lector nuevamente puede elegir la interpretación), depredan el agua y causan incendios. Junte estos elementos y tiene una revuelta. Búrlese, tal como lo hicieron ministros, subsecretarios y otros agentes del Estado, y tendrá una revuelta violenta. 

La Constitución estaba muerta desde hace tiempo. Tanto así que el gobierno socialista neoliberal de Michelle Bachelet inició el camino de su reemplazo.

Otro giro de la historia, debe ser Piñera, el más neoliberal de todos, el que cambie la carta fundamental.

Hoy, debido a intereses de clase y otros arraigos ideológicos, esta será defendida como el último bastión del pinochetismo histérico, pero la Constititución de 1980, así como sus reformas sucesivas, ya está políticamente muerta.

La cuestión es por qué “engendro” será reemplazada. O si, en cambio, la ciudadanía correrá aún más el cerco hegemónico establecido por la clase política y movido por el poder popular. 

Está en suspenso el papel que desempeñarán los militares en este tablero. Estos son la verdadera incógnita del proceso que comenzó en octubre. ¿Están deliberando?  ¿Se mantendrán al margen, cómo debe ser?

Con todo, me parece que evaluaron bien su presencia/ausencia en el conflicto toda vez que este es un problema de la ciudadanía con la clase política y con el modelo de desarrollo que a fuerza fue impuesto durante la dictadura. 

Como se puede ver, no estamos más mal que antes. Estamos, en realidad, en el desierto de lo real, como diría por ahí un filósofo.

Las heridas ahora están expuestas. La cuestión es cuanto demoraremos en limpiar, curar y dejar sanar. Todo indica que será un tiempo más o menos largo.

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