El Papa Francisco dejó nuestro país. De inmediato comenzaron los análisis en clave política y de “redes sociales”, algunos hablan de la falta de espectacularidad y falta de “hitos simbólicos”.
Otros escudriñan sesudos análisis sociales para señalar que el Papa ya no arrastra multitudes debido a la secularización de la sociedad chilena, y poco menos que Chile ya “maduró”, por lo que vemos la visita del Santo Padre con la distancia de un adulto y no con ojos de niños, tal como vimos a Juan Pablo II.
Esto sin mencionar la vergonzosa cobertura periodística y de análisis que pusieron al Obispo Barros en el centro de la visita. Creo que en la centralidad de la figuración de Obispo de Osorno hay mucha responsabilidad del periodismo.
Falta mucho por entender a qué vino el Papa cuando se trata de una visita apostólica. La elite de opinión (periodistas y analistas) parece que esperaban que Francisco llegara crucifijo en mano a juzgar los grandes temas de la coyuntura criolla.
Poco menos que a decir ex cátedra si quienes tenían la razón eran la Machi Linconao o los Lucshinger; los que escribieron “El otro modelo” o los que afirmaban su profundización; si el Obispo Barros se queda o se va (como si se tratara de la visita del presidente de una compañía ante los trabajadores de una sucursal); si le sonreía más a Bachelet o a Piñera…tan liviano llegó a ser cierto nivel de análisis que un reconocido periodista-indignado esperaba que el Papa se pronunciara en la UC, una de las universidades católicas más importantes del mundo, sobre la responsabilidad de haber tenido egresados vinculados al caso Penta.
Livianito…livianito.
Rafael Gumucio señaló que “hacer una misa igual que en una capilla, pero frente a miles de personas, es una estupidez”. Para mi este es el corolario de no entender a qué vino un Papa como Francisco.
Me atrevo a afirmar que justamente ese sería el mejor elogio para el Sumo Pontífice: hacer notar que, aunque 450.000 personas en el Parque O´Higgins estén en presencia del Papa, la centralidad es la Eucaristía y no él; que el auto más pequeño de la comitiva tenía que ser el suyo; que era tan importante el encuentro en la Cárcel femenina como el de la Universidad Católica.
Y es porque el mismo Papa le ha pedido a la Iglesia “ser pastores con olor a oveja”. Creo que la visita de Francisco fue eso, un mensaje de fe y de esperanza a las conciencias de las familias cristianas. Dedicó su homilía en Santiago a las bienaventuranzas, recordando que Jesús viene a decirnos “Bienaventurados vos y vos…y a cada uno de nosotros”.
Les dijo a los Jóvenes “salgan al tiro al encuentran de sus amigos (…) sean ustedes, se los pido por favor, los jóvenes samaritanos que nunca abandonan a nadie”… recordó que tenemos que mirar al inmigrante igual que a la Sagrada Familia, cuando ellos también fueron inmigrantes en la huída a Egipto.
El Papa no vino a hablar como político, no vino a hablarle a los políticos, habló a los corazones mansos de creyentes y no creyentes que lo quisieran escuchar. Habló del encuentro con Jesús, de evitar el consumismo que produce el egoísmo…habló de construir la paz.
Curiosamente, leí en un vespertino que las riñas en la cárcel femenina se detuvieron (hasta el momento de escribir esta columna) luego del mensaje de Francisco. Creo que cosas como estas sólo podría conseguirla el Papa. Pero claro, esas cosas no están en la pauta de la elite de opinión.
Como dijo Jesús, quien tenga oídos (y corazón) para oír…que oiga.
La visita fue extraordinaria.
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