Se supone que las fechas señaladas como feriados en el calendario tienen motivos profundos para distinguirse de otro día normal de la semana, uno de esos motivos es sin duda la efeméride que representa es un día que simbólicamente deba recordarse, en que la ciudadanía conmemore situaciones y hechos ocurridos en un día como aquel, que -se entiende- representa un acontecimiento relevante para la cultura, identidad o memoria nacional.
Ese día feriado sirve para que las personas se desconecten de su quehacer cotidiano y laboral y destinen su tiempo para conmemorar un hito, que no es sino recordar sus enseñanzas y su ejemplo. Como consecuencia de ello, es un día de descanso, dependiendo de su ubicación en la semana incluso, puede transformar un simple feriado en un largo weekend lo que estimula la industria del turismo y la calidad de vida de las personas.
Todo muy bien. Pero sabemos que detrás de esta reflexión palpita -una vez más en nuestro folclor nacional- una cierta hipocresía, la misma que ya tiene a la población contando los días para "el 18", sacando cuentas alegres de los días de asueto que significará este año en algunas semanas más, uno de los festivos más largos, atractivos y esperados del calendario mundial en el que no se celebra la Independencia de Chile, como mayoritariamente cree la gente y surge -aunque sea en forma momentánea y circunstancial- un espíritu patriótico feble con carácter de pastiche, en donde destaca más la cantidad de alcohol consumida, el baile de ritmos extranjeros y el abundante consumo de comida, sin contar que el festivo comienza antes de lo que indica la norma y por cierto termina mucho después.
Los otros festivos aislados suponen días sándwich, proliferación de permisos administrativos y solicitud de vacaciones, y lo que puede ser peor, la indiferencia absoluta de lo que realmente se celebra ese día. Pregunto: ¿Cuántas personas saben que se celebra este jueves 15 de agosto? ¿Cuántos utilizan el día para lo que se supone fue objeto su instauración como festivo?
Nuestro calendario debe transparentarse. Estamos llenos de feriados que obedecen a una lógica de país católico, de un país que necesitaba otorgar a los fieles estos días especiales para celebrar o asistir a misas y ritos religiosos, participar en ayunos o procesiones, ir a ver a sus difuntos, dedicar el día a la oración o qué se yo; reflexionar en familia acerca del sentido de la vida o realizar lecturas de los textos sagrados con sus respectivos guías espirituales.
Asimismo, existen aún feriados que conmemoran otras fechas cívicas también sin sentido, al menos para la gran población y quedan reducidas a una entrega floral a una estatua por parte de las autoridades, a un ritual anónimo y privado de una minoría interesada o, por último, para generar un atractivo punto de prensa de algún político que, en el fragor del agendamiento mediático doméstico, no encuentra espacio para instalar sus pareceres de sus temas de interés; con todo, la gente está más preocupada de su propio descanso, de levantarse tarde, de salir de vacaciones o de jugar con los niños en la plaza, todas actividades positivas, necesarias y deseables sin duda, pero que atentan contra el espíritu del festivo que el legislador o el gobierno de turno tuvo como motivación en el momento de decretarlo. La mayoría, festivos de larga data y extraviado sentido.
Aunque parezca provocación a mis amigos creyentes y más conservadores, y sin desconocer la importancia que tienen estos días de descanso en el intenso calendario laboral, propongo eliminar los significados religiosos de los feriados, lo que no afecta en nada para que los creyentes sigan dándole el mismo sentido de siempre a su feriado; mal que mal el feriado por ejemplo de este jueves 15 será utilizado para su función original por una ínfima parte de la ciudadanía, por la creciente minoría que aún va a misa, suponiendo incluso, que aquellos que asisten a los sagrados oficios, comprenden cabalmente de qué se trata este feriado. Pero claro, ese ya no es problema mío, ni del Estado.
A mí, lo que me interesa, es la inmensa mayoría de la gente, incluso creyentes menos comprometidos o católicos culturales que no sólo no participaran de los rituales del día de la Asunción de la Virgen, por ejemplo, sino que ni siquiera les interesa el tema ni saben muy bien qué significa para ellos ni para la Iglesia ni para la doctrina ni comprenden los alcances del dogma ni sus orígenes apócrifos (¿Es necesario conmemorar la Asunción de la Virgen para ser un buen ciudadano, generoso, caritativo, solidario, incluso para ser un buen cristiano?). Entonces, ¿se justifica marcar el calendario con festejos que son ajenos al interés de la inmensa mayoría de la gente?
Los católicos podrán celebrar lo que quieran, no necesitan que el Estado les otorgue un día en rojo para conmemorar a sus santos ni para ir a misa ni que el estado les organice los festejos. Someter a toda la población, además en la lógica de un estado laico, separado de la iglesia hace casi 100 años, me parece un abuso. Puedo comprenderlo en la lógica del Chile del siglo XIX, pero no en estos tiempos en que nos proponemos no imponerle a todos las ideas de unas minorías ni siquiera a pocos las ideas de las mayorías comprendiendo que en materias de creencias individuales el estado debe preservar su condición de neutralidad, garantía de libertad para todos, creyentes y no creyentes, religiosos y ateos.
Cambiaría el sentido de estos feriados, los trasladaría todos a días lunes o viernes (como ya se hizo con muchos de estos festivos), de manera que evitemos el subterfugio de los días sándwich; así cada feriado supondría al menos un fin de semana de tres días y destinaría recursos para que el estado organice rituales y celebraciones ad hoc a la circunstancia por la cual se reemplaza el festejo, qué se yo, por ejemplo, el día de la Solidaridad, el día del Respeto, el día de nuestra Independencia (5 de abril), el día del Laicismo (20 de septiembre y aprovechar los días de "Fiestas Patrias") y por supuesto adicionalmente también eliminar la celebración del Te Deum de la agenda presidencial, sacar las clases de religión en las escuelas públicas y eliminar los capellanes de La Moneda y las FF.AA., por nombrar algunos ejemplos. Ideas que de revolucionarias no tienen nada y que, de hecho, comparten incluso varios creyentes y religiosos.
Que cada chileno haga lo que quiera en esos días de descanso, si quiere los une a su fin de semana para arrancarse a la playa, al campo o a la cordillera, si quiere, los duerme o los dedica a ver películas en Netflix o a ordenar los closets; si así lo desea, podrá salir a andar en bicicleta o a caminar con la familia; si prefiere, asistir a misa o conmemorar el santo o el hito cristiano (o judío o musulmán) que desee, mientras, el Estado resignifica esos días subrayando significados que a todos una en torno a una identidad y una cultura que nos sea común y no la imposición, por la mera excusa de una tradición que tener que destinar significados de días que ni siquiera la menor de las minorías entiende o practica.
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