La importancia de lo precario

"Todos estamos acá en un tiempo muy cortito y ese tiempo es precioso. Entonces, lo precario convierte a todos los gestos en importantes", le dijo la "poliartista" Cecilia Vicuña a Matilde Burgos en el programa "CNN íntimo". En efecto, la precariedad es uno de los elementos más característicos, si no el más, de nuestra común condición humana.

Experiencia de ello hemos tenido en este duro tiempo de pandemia que nos enrostró sin anestesia nuestra vulnerabilidad fundamental, la cual, naturalmente, a través de diversas triquiñuelas (como el poder, los títulos, honores, homenajes, y un largo etcétera) tratamos de encubrir.

Esta precariedad la recuerdan año tras año tanto la fe judía como la fe cristiana. La fe judía en la fiesta de Sukkot (tiendas o cabañas) y la cristiana en el tiempo de Cuaresma, que culmina en el Domingo de Resurrección o Pascua. La fiesta de Sukkot recuerda las tiendas en las que tuvieron que pernoctar los israelitas cuando Dios los liberó de la esclavitud de Egipto y marcharon por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Hoy en día, quienes la celebran preparan chozas hechas de cañas, juncos y materiales livianos. Durante los siete días que dura la fiesta, se ha de pernoctar en estas cabañas endebles. El techo ha de ser de paja o un entramado de ramas de tal forma que de noche se puedan ver las estrellas y de día el cielo para indicar que el fundamento de nuestra existencia es celestial y que cualquier seguridad terrenal no es más que pseudoseguridad. Estas moradas endebles son una clara imagen de la vida humana, ambas son inconsistentes, pasajeras, transitorias, dispuestas a desmoronarse en cualquier momento. Sukkot es la fiesta de lo pasajero.

La Cuaresma, por su parte, recuerda los 40 días que Jesús estuvo en el desierto, siendo tentado por Satanás. Nuevamente, aparece el desierto, que no es precisamente el que recorre el rally Dakar con un impresionante despliegue de medios de apoyo, sino un lugar de despojo, donde no hay nada que pueda distraer o entretener y uno se ve enfrentado a la propia precariedad. Es un tiempo de reflexión, recogimiento, reconocimiento de las propias carencias y errores en el que se nos llama a la confianza en Dios y a la conversión, es decir, a dejar de hacer el mal y a hacer el bien. Los israelitas en el desierto sucumbieron en ocasiones a la tentación de la desesperación y reclamaron contra Moisés y Aarón diciendo: "¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahveh en el país de Egipto cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda la asamblea" (Éxodo 16,3). Jesús, en cambio, fue tentado, pero su fe, su confianza en Dios fue mayor y triunfó en esta circunstancia crítica.

La experiencia del desierto, la conciencia de nuestra transitoriedad, es ambivalente, porque nos lleva a melancólicas reflexiones que pueden terminar en desesperación. Pero, también nos puede llevar a descubrir nuestra dependencia en una doble dirección: en relación a los demás y en relación a ese alguien que es el fundamento de nuestra existencia.

La importancia de la precariedad radica en que nos invita a valorar todos los momentos de nuestra vida. Nos lleva a considerar con agradecimiento el milagro de existir y los dones que diariamente recibimos. Como Jesús, la confianza en Dios, que nos salva de la propia inconsistencia, nos impulsa a vivirla no centrados en nosotros mismos, sino vueltos hacia los demás.

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