Según datos entregados por el Ministerio Público, en Chile son denunciadas en promedio 17 violaciones por día. Por lo tanto, en un mes, 510 mujeres son violadas, y en un año llegamos a 6.205, sin contar las que no son denunciadas. El 66% de las víctimas son menores de 18 años, es decir, niñas y adolescentes. De éstas, el 12% son niñas menores de 14 años. El 44% de estas violaciones son reiteradas (lo más probable es que concluyan en un embarazo) y 9 de cada 10 casos, el hombre es un cercano a las niñas y jóvenes: padre, tío, hermano, primo, vecino, conocido. Las cifras son alarmantes y elocuentes.
Pero en una sociedad clasista como la nuestra, un embarazo no deseado, producto de una violación puede tener resultados muy distintos según el origen social de la mujer. La propia ministra de Salud, Helia Molina, señaló que existen clínicas privadas que realizan abortos y viajes al extranjero donde el aborto es legal. Sólo hay que tener las lucas y la decisión de hacerlo.
¿Y qué hace que un hombre viole a su hija, su mujer, su sobrina, su pequeña vecina, una, dos, 20 ó más veces?
¿Podemos entenderlo, como una desviación, en el supuesto que entendemos desviación como algo que se sale de la norma, como algo extraordinario, raro?
Más de 6.200 denuncias por violación y 12.410 por abusos por año (está claro que son muchísimas más las no denunciadas) hacen de estos hechos una anormalidad bastante normal y casi forma parte del cotidiano de muchas niñas de nuestro país. Ocurre en los sectores de mayores y menores ingresos.
En una sociedad machista como la nuestra, el acto sexual muchas veces es concebido como un acto de conquista, de apropiación (el cuerpo de la mujer pasa a ser propiedad privada del hombre), un acto de dominación, de imperio, de potestad. La violación debe ser entendida entonces como el acto más violento de dominación, donde el violador penetra y se adueña del cuerpo de la mujer.
Si ella queda embarazada, no importa: ella no decide, no es dueña de su cuerpo y nunca lo ha sido. No tiene cuerpo, es nadie, no existe. No sólo su cuerpo es posesión del violador sino que de la sociedad que la reduce a un mero receptáculo, “si no quieres ese hijo, fácil, regálalo.”
Una mujer, una niña a la que violaron es una mujer y una niña a la que le arrebataron su cuerpo. El mínimo acto de humanidad es devolvérselo.
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