Una crisis sanitaria como la que está viviendo el mundo entero parece ser, por lo menos en nuestros tiempos, el peor resultado de la ansiada globalización. Así es como un virus que tendría su origen a 20 mil kilómetros de distancia, hace su estreno en nuestro país 2 meses después y trae consigo una enfermedad, se expande y traspasa fronteras, con aviso, pero sin permiso.
Luego del impacto que desata en la salud un fenómeno de esta magnitud, comienza a intuirse que hay algo más afectado que los mismos infectados: todas las personas que hemos visto torcidas nuestras lineales rutinas y que de distintas formas padecemos esta pandemia, desde lo psicológico, desde lo emocional, desde lo relacional. Esto es lo que llamamos impacto en la salud mental.
Se espera un aumento de trastornos depresivos, de ansiedad, estrés pos traumático o consumo de sustancias. Sin embargo, esto que parece tan previsible, pareciera ser lo menos relevante en las decisiones político-sanitarias en muchos lugares, de los que Chile no es la excepción.
Quienes trabajamos en el ámbito de la magullada “salud mental” hemos padecido por años una inversión pública en lugares de colista de la tabla OCDE, así también una deficiente y cuestionada cobertura en el ámbito privado. Para los que además trabajamos en un contexto de vulnerabilidad, vemos con asombro como un tema que merece penosas portadas, no merece prioridad estatal.
Gregory Bateson, un famoso y estudiado antropólogo , allá por los años 50, acuñó un concepto que ha trascendido la psicología y la psiquiatría, el “doble vínculo”. Este concepto, es un dilema que se da en la comunicación cuando se entregan dos mensajes que entran en conflicto, crean una disyuntiva no solucionable y podrían resultar tan complejos que incluso gatillan trastornos mentales graves.
Por un lado, se alienta a la ciudadanía a protegerse en sus espacios, distanciarse físicamente, evitar traslados y multitudes. Por otro lado, se conmina a volver a la normalidad, desde tomar un café hasta salir de sus casas en afán de heroísmo.
Esto es lo que Bateson cataloga como doblevinculante: “Debo hacer algo, pero no puedo; puedo hacer algo, pero no debo”.
Tener a estudiantes y padres estresados por adaptarse a un formato de colegio que pareciera solo enviar tareas, asumir vacaciones en un contexto donde descansar no cabe, una televisión que parece mostrar un eterno especial de pandemia, vivir la angustia de que no salir podría significar no tener para vivir, son aspectos que van a tener un coletazo en los estertores de la pandemia.
Históricamente, el apoyo a la salud mental ha sido también algo doble vinculante. Se le da una relevancia absoluta en los debates o discursos públicos, se utiliza como argumento para volver a retomar la vida con cierta normalidad, pero termina siempre siendo el hermano pobre de la salud, con una inversión que no supera el 3% de toda la inversión en salud.
La pandemia no es solo contar contagiados y muertes, también debe haber una actitud previsora, que vaya allanando el camino para superar el impacto en la salud mental que tendrá este fenómeno global.
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