Vacunas y anti-vacunas: lecciones desde el pasado

Al momento de escribir mi primera columna de opinión para esta tribuna, un hecho lamentable y temido está ocurriendo en nuestro país: se ha confirmado la existencia de un quinto caso de sarampión, patología que en nuestra historia se ha llevado la vida de miles de niños.

Es un hecho lamentable, pues grandes fueron los esfuerzos para lograr en 1993 interrumpir la transmisión endémica (local) de este virus, así como para lograr en 2014 el reconocimiento, ante autoridades sanitarias internacionales, de eliminación del sarampión de nuestras fronteras. Pero también era un hecho temido, pues la amenaza de reemergencia de esta enfermedad está siempre presente, recordándonos que éste no es un enemigo chico.

¿Cómo se explica lo ocurrido? Técnicamente hablando, la respuesta es simple. En muchos países del mundo existe circulación del virus sarampión –a pesar de existir hace décadas una vacuna eficaz, segura y muy barata– el cual puede importarse al territorio nacional transportado por algún viajero. Ahora bien, si el 95% de la población está protegida contra el sarampión, ya sea mediante vacuna o bien mediante la inmunidad natural que dejó el virus a quienes en décadas pasadas se expusieron a el, nuestro país alcanza el llamado “umbral de inmunidad de rebaño” (o protección comunitaria), siendo el virus incapaz de generar casos locales al no encontrar suficientes individuos susceptibles.

Lamentablemente la cobertura de vacunación contra el sarampión disminuyó a cifras entre el 88 y 94% (con importantes variaciones regionales), impidiéndonos alcanzar dicho umbral. En tales circunstancias, al ingresar desde el extranjero el virus en nuestro país (recordemos que el caso primario fue importando presumiblemente desde China), éste encontró un ambiente favorable para generar los casos de enfermedad que actualmente estamos observando.

Surge entonces una pregunta clave: ¿por qué en Chile bajamos nuestras coberturas de vacunación? La respuesta es multifactorial, sin embargo, un rol importante lo han jugado quienes históricamente se han opuesto a la vacunación. Y es que la oposición a la vacunación es tan antigua como la vacunación misma, iniciándose su historia formal en 1796, año en que Edward Jenner torció el destino de la humanidad al crear la primera vacuna de la historia (vacuna anti–viruela). Desde aquel entonces hemos escuchado toda clase de argumentos para oponerse a la vacunación, los cuales no encuentran respaldo en evidencia científica, y apelan más a la emocionalidad que a la racionalidad.

En Chile, hacia fines del siglo XIX nuestro parlamento debatía si la vacunación contra la viruela debía ser obligatoria. Por un lado estaban quienes la rechazaban, pues consideraban que ésta era una violación inaceptable de la libertad y autonomía individual.

A ellos se enfrentaban quienes la apoyaban, argumentando razones científico–técnicas y la defensa del bien común, considerando negligente el no administrar la vacuna a toda la población y así desterrar la viruela. El entonces diputado Dr. Adolfo Murillo (1840–1899) pronunciaba el día 6 de julio de 1882 un señero discurso, del cual reproduzco algunos fragmentos, conservando la ortografía de la época[1]. Pienso que sus palabras, pronunciadas hace ya 133 años, tienen absoluta vigencia el día de hoy. Me permito hacerlas propias, traerlas al presente y compartirlas especialmente con aquellos que se oponen hoy en día a la vacunación.

El aislamiento de los variolosos i la vacunacion obligatoria, son en el dia pedidas por las principales corporaciones sábias del mundo, i es una cuestion que se ajita por todas partes i que se considera como de absoluta necesidad, porque son medios probados, conocidos i aceptados como los únicos que hoi dia ponen a raya a afeccion tan repugnante como mortífera.

Existe en el pueblo una antigua i arraigada preocupacion contra la vacuna, que no ha podido hasta ahora ser vencida a pesar de los esfuerzos hechos por las autoridades i por la junta encargada de propagacion de la vacuna. Esta preocupacion impide la conveniente jeneralizacion del flúido jenniano, i deja a una gran parte de la poblacion en aptitud de ser atacada por la viruela (…) Miéntras que la vacuna no se jeneralice, miéntras que no llegue a ser obligatoria, hemos de ver repetirse con desesperante regularidad la afeccion que hoi dia se ceba con encarnizamiento en casi toda la República.

Creo, por mi parte, que la libertad es el uso del derecho en su sentido mas absoluto, siempre que vaya encaminada al bien, jamas al mal (…) Sostengo que nadie tiene derecho para ser un foco de infeccion que perjudique al vecino, i que la autoridad debe velar por el derecho de terceros.

En nombre de la humanidad, en nombre de la ciencia de la que soi humilde representante, en nombre de mis colegas aqui reunidos, en amparo de la ignorancia que se mata i que mata, en nombre de la civilizacion que nos acusa por los estragos de un mal que tiene reconocidos remedios, pido a la Honorable Cámara se sirva aprobar el proyecto que nos ha sido enviado por el Honorable Senado, por que es mas lato, mas eficaz, mas constitucional, i responde mejor a nuestras necesidades patolójicas.

Espero que estas palabras muevan a la reflexión a quienes insisten en oponerse al uso de la herramienta de salud pública más importante que ha conocido la humanidad. Asimismo, sea éste un sencillo homenaje al Dr. Adolfo Murillo, valiente y visionario defensor de la salud del pueblo.

[1] Vacunación Obligatoria. Discurso pronunciado en la Cámara de Diputados (sesión del 6 de julio de 1882) por el Dr. Adolfo Murillo, diputado de Santiago. Disponible en www.memoriachilena.cl

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