Ebullición global y las nuevas pobrezas

"Los pobres no tienen conciencia de riesgo", decía un experto al que escuché al pasar en una radio.

Y hacía una elocuente descripción: "Se ubican a la orilla de un río medio seco, de un torrente escuálido, donde pueden. En una ladera, sobre una quebrada reseca llena de basura, cruzada por ráfagas de aire tibio, que en verano, a la menor chispa, arderá como yesca. Levantan el campamento sobre un vertedero que sigue emitiendo gases tóxicos, sin pensar en la salud de los niños".

Nos encontramos con esa realidad cada día. En nuestro país, los ciudadanos necesitan un lugar en el mundo, aunque vivir ahí sea un potencial peligro, porque eso es mejor, mucho más digno que vivir de allegados, sin intimidad, siendo parte de un montón de gente, donde la idea de familia se diluye y la privacidad no existe.

El experto hablaba a propósito de las crecidas de ríos que arrasaron con casas sólidas y viviendas precarias, sin discriminar estratos socioeconómicos, la última semana del pasado agosto. Fueron días en que para explicar el desastre conceptos como "río atmosférico" e "isoterma cero" coparon los noticieros y los meteorólogos se convirtieron en los gurús del momento.

El agua, como se dijo también, tiene memoria y vuelve a su cauce, cuando debido al cambio climático, el planeta corcovea y la naturaleza nos hace sentir su reclamo con fuerza por el daño que le hemos provocado. Suena poético eso de "la memoria del agua", pero es horroroso si ese torrente te deja sin nada, si se lleva tus enseres más básicos, como ha sucedido con tantas familias de las regiones del centro sur del país y, en varios casos, por segunda vez en el año.

Y como deja vú de un ciclo cada vez más frecuente, vienen las campañas solidarias, la visita de las autoridades, las entregas de bonos, las viviendas de emergencia que terminan siendo definitivas. Nosotros como Hogar de Cristo también levantamos una campaña de ayuda con Mega: "Juntos en acción ante la emergencia climática".

Y logramos llevar kits de higiene y alimentación a damnificados de Licantén y Constitución, entre otras comunas. Fue la tercera de este año, lo que refuerza que el cambio climático es real.

Como siempre, nos impactó la resiliencia de las personas, sobre todo de las más excluidas, que son las más duramente afectadas. Sabemos que los desequilibrios medioambientales empujan a nuevos hogares a engrosar el número de los vulnerables a la pobreza y a mantener a muchos en ella.

Por eso, incluir la variable medioambiental es crucial para las políticas que buscan erradicar la pobreza en el largo plazo. Necesitamos incorporarla en los análisis de construcción de viviendas, de programas de protección social, de salud física y mental, porque los habitantes del país están cada vez están más expuestos a estas emergencias climáticas. Es fundamental considerar el contexto territorial al diseñar estrategias de protección comunitaria, así como la equidad y la justicia medioambiental en las políticas que buscan reducir las causas y efectos del cambio climático.

El calentamiento global, hoy rebautizado "ebullición global", por Antonio Guterres, el secretario general de Naciones Unidas, nos obliga a abordar estas "nuevas pobrezas", donde la resiliencia o capacidad de las personas, familias y comunidades para afrontar la adversidad, es clave.

Chile completo ha puesto a prueba su resiliencia con ocasión de terremotos, maremotos, incendios, sequías, erupciones volcánicas, pero esa condición tan chilena, no puede ser la única respuesta. Porque si bien puede servir para reducir la vulnerabilidad de las personas en situación de desastre, lo es a costa de su propio bienestar en el largo plazo. Y esto es particularmente claro en el caso de las más pobres y vulnerables. Y no lo es porque carezcan de conciencia de riesgo, sino porque no les queda otra.

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