El reciente escándalo del abogado Luis Hermosilla ha sacudido profundamente a la sociedad chilena, lo hablamos con amigos, familia, reflexionamos en soledad y esto no porque sea nuevo -casos para atrás hay mucho-, pero hoy lo vemos con desesperanza en muchos, no solo por la magnitud de las causas judiciales en las que estuvo involucrado, sino por lo que este caso revela sobre la fragilidad de nuestra ética colectiva.
Hermosilla, un abogado de renombre, figura en casos emblemáticos como Penta, SQM, Caval, y Cascadas, entre otros. Su influencia se extendió a lo largo de una veintena de procesos judiciales, algunos de ellos sin tener un patrocinio formal. Sin embargo, lo más alarmante de su conducta no es su habilidad para maniobrar dentro del sistema, que una de sus fortalezas, sino el modo en que sus acciones reflejan un debilitamiento de los valores morales en nuestra sociedad y él es solo un ejemplo más.
La corrupción de los principios éticos
El caso de Hermosilla es un recordatorio sombrío de cómo personas con poder e influencia pueden corromper el sistema en su propio beneficio. La ética, entendida como el conjunto de principios que guían nuestras acciones y decisiones, se ve gravemente erosionada cuando quienes están en posiciones de poder manipulan el sistema judicial para proteger intereses personales o de sus clientes, dejando de lado el bien común. Lo más grave es que no sienten vergüenza, culpa, tristeza o una sensación de dolor moral, porque según ellos, "acá no ha pasado nada grave". Es decir, ausencia de culpa, claramente un rasgo psicopático grave.
En este contexto, las emociones morales -como la culpa, la vergüenza y la indignación- como suelo decir, deberían desempeñar un papel central en la regulación del comportamiento ético. Sin embargo, cuando estas emociones se debilitan o son ignoradas, los individuos pueden justificar acciones inmorales como parte del juego de poder. Hermosilla, al intervenir en procesos judiciales sin representación formal o al buscar información privilegiada, actúa desde una posición de impunidad, mostrando una desconexión preocupante con estos valores fundamentales. ¿Y tuvo esta carga valórica cuando niño, cómo actuaron sus redes de contención y de guía? ¿Alguien le dijo que eso no era correcto? ¿Quién fallo, la universidad? tema para largo y debatir.
La necesidad de reforzar la educación emocional y ética
La situación que vivimos con casos como el de Luis Hermosilla no es un problema aislado, sino una señal de una crisis más profunda en nuestra sociedad. Si no abordamos esta crisis desde su raíz, corremos el riesgo de seguir en una caída libre hacia una sociedad donde la moral es flexible y los valores se negocian.
La educación emocional y ética debe ser un pilar fundamental en la formación de nuestros niños y jóvenes. Desde la familia hasta las instituciones educativas y las empresas, es crucial fomentar una cultura donde las emociones morales no solo se reconozcan, sino que se respeten y se valoren, pero sobre todo se entrenen. La culpa y la vergüenza, bien entendidas, pueden actuar como frenos a la inmoralidad; la indignación puede motivar acciones correctivas y una búsqueda genuina de justicia.
El rol de la familia y la sociedad
Es en la familia donde se forjan los primeros valores y se inculcan los principios éticos que guiarán a las personas a lo largo de sus vidas. La escuela, por su parte, debe reforzar estos principios, proporcionando no solo conocimiento académico, sino también herramientas para la reflexión moral y emocional pero lamentablemente no se hace, no hay espacios para cultivar el pensamiento crítico y esa carga valórica tan escasa y que todo reclamamos. Pero eso las empresas y las instituciones, por otro lado, tienen la responsabilidad de crear ambientes donde la ética sea no solo una expectativa, sino una realidad tangible. Y no basta con firmar el prepicado de un código de ética. Eso no es suficiente.
Finalmente, el caso de Luis Hermosilla debe servir como una llamada de atención urgente para nuestra sociedad. No podemos permitir que la corrupción y la falta de ética se conviertan en la norma. Hoy es Hermosilla, antes 14 carabineros en redes de corrupción, luego un niño que vende droga, luego una municipalidad de entrega licencias de conducir a futbolistas. Es por todo esto que imperativo que reforcemos nuestra carga valórica desde la base, en la familia, la escuela y todas las instituciones que componen nuestra sociedad y mostrar el rechazo. Si no lo hacemos, nos arriesgamos a perder nuestra integridad colectiva, y con ella, la posibilidad de construir una sociedad justa y equitativa para todos.
Este caso nos recuerda que la corrupción no es solo un problema de unos pocos, sino un síntoma de una sociedad que ha perdido el rumbo en términos de valores y principios éticos. La solución pasa por un compromiso firme de todos nosotros para recuperar y fortalecer estos valores, antes de que sea demasiado tarde, por eso la educación emocional es clave.
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