Generaciones sin legado: la importancia de los testimonios y los límites

En el ámbito público solemos encontrarnos con una tendencia hacia dos extremos al tratar con las nuevas generaciones. Hay excesiva indulgencia o crítica desmedida, y puede parecer una paradoja, pero en realidad son dos caras de una moneda: la renuencia o renuncia a asumir las propias responsabilidades frente a esas mismas generaciones.

De este modo, la nueva generación que ha ascendido al poder es etiquetada como "amateur". Esto transforma los atributos positivos que anteriormente se les asociaban, como nuevas caras y energías, en sinónimo de incompetencia.

Carlos Peña, en su reciente libro titulado "Hijos sin padre", retrata a la generación actual como carente de orientación normativa y desprovista de legados de las generaciones anteriores. No podemos ignorar que este fenómeno no se limita solo a las nuevas generaciones, sino que abarca nuestra época en general. En este contexto, se presentan características que varían en función de las particularidades de cada comunidad, como la ausencia de ideologías organizadoras y la persistente búsqueda de la libre expresión de los deseos y su satisfacción. Estos aspectos tienen tanto una faceta liberadora como la aparición de nuevas enfermedades del alma.

En la década de los años '70, el psicoanalista francés Jacques Lacan anticipó lo que él denominó como "la evaporación del Nombre del Padre". Esta noción se refiere a la disminución de la función simbólica de autoridad y sentido en la cultura y sociedad contemporáneas. Sin embargo, la responsabilidad de esta situación no recae únicamente en las nuevas generaciones. No debemos olvidar ni excusar nuestras propias responsabilidades al respecto. En ocasiones, renunciamos a dar testimonio de los límites que hemos tenido que tolerar o enfrentar y, paradójicamente, exigimos a las nuevas generaciones que los asuman. Olvidamos aquello que fue fundamental para permitirnos vivir en el mundo con deseos y, al mismo tiempo, con responsabilidad.

Si nos encontramos ante una generación desprovista de algún legado, es también debido a la omisión de responsabilidad por parte de las generaciones pasadas. Sin embargo, no se trata de invitar a una recuperación nostálgica de ideales del pasado, sino de la comprensión de la experiencia de los límites y el testimonio singular de cómo enfrentarlo. El legado no radica en transmitir recetas rígidas o moldes inflexibles, sino en compartir testimonios únicos que representen lo que no tuvimos la oportunidad de experimentar o alcanzar, debido a los límites y restricciones que enfrentamos o no supimos doblegar. Eso es un testimonio, no una herencia.

En un intento por evitar responsabilidades, la extrema indulgencia hacia las nuevas generaciones no quiere saber, seriamente, de sus críticas y objeciones. Por el contrario, se intenta rápidamente mimetizarse con sus posturas, cruzar la vereda y señalar acusatoriamente desde esa posición. Cuanto mayor es la culpa, mayor es la virulencia.

El psicoanalista italiano Massimo Recalcati sostiene que el capricho surge cuando se desliga la responsabilidad entre los actos y sus consecuencias. No se trata de aspirar a una representación perfecta de ideales o deberes correctos, sino de otorgar sentido a nuestras propias acciones y palabras del pasado, asumiendo las consecuencias que ellas conllevan. Reconocer y dar testimonio de nuestros propios límites implica dejar de lado la ilusión de la omnipotencia y comprender que nuestra experiencia con los límites no depende de nuestra voluntad, sea buena o mala, sino de nuestra disposición a renunciar a ella.

Es imperativo abandonar los extremos de la indulgencia y la crítica desmedida hacia las nuevas generaciones y adoptar una perspectiva para comprender las dinámicas subyacentes. Reconocer que la falta de orientación normativa y la búsqueda desenfrenada de la satisfacción de los deseos, son manifestaciones de una sociedad que ha perdido sus referentes simbólicos.

En lugar de responsabilizar únicamente a las nuevas generaciones, es crucial asumir nuestro papel en la configuración de su realidad. Momento de dar testimonio de los límites que hemos enfrentado y compartir experiencias que contribuyan a construir un legado auténtico, basado en el reconocimiento de la responsabilidad y la asunción de las consecuencias. No debemos desentendernos de ella, bajo el semblante de condescender complacientemente con las nuevas generaciones.

La virtud de un testimonio reside en su capacidad de no ser una lección ejemplar, sino más bien un contraste con un Ideal. Al ser una experiencia singular frente a dilemas también inéditos, brinda la posibilidad de tomarlo para crear algo original; y así poder recogerlo para generar nuevas huellas.

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