Muchos se preguntan qué habría dicho y cómo habría actuado el cardenal Raúl Silva Henríquez ante la profunda crisis que vive la sociedad chilena. Vivimos hoy un conflicto social de hondas repercusiones, en momentos que se advierte un descontento generalizado a un modelo económico y social que está muy lejos de satisfacer el alma nacional.
El cardenal Silva dijo en cierta oportunidad, al referirse al modelo neoliberal, cuando muchos aplaudían sus cifras que mostraban aumentos sustantivos de crecimiento económico y del ingreso per cápita, "el crecimiento económico, el aumento del Producto Interno Bruto, no debe ser la medida del bienestar, sino solo un instrumento para resolver los graves problemas de la desigualdad social".
Y agregaba: "Así pues, el crecimiento no es un mero problema económico, sino que se inscribe al interior de un problema ético, de justicia social redistributiva".
Estas expresiones de don Raúl nos muestran con claridad su pensamiento social. No se opone al crecimiento económico. Al revés, lo estimula, pero lo condiciona al servicio de la justicia social agregando una palabra clave: REDISTRIBUTIVA.
El Banco Central de Chile informó, el 19 de marzo del año recién pasado, que el ingreso per cápita de los chilenos había alcanzado la suma de US$25.891, el más alto jamás logrado por ninguna nación latinoamericana. Al transformar esa cifra a moneda nacional, a la cotización del dólar en el mercado interbancario de $729 al día de hoy 24 de mayo, ello significa que a cada chileno le corresponde la suma de $18.874.539 anuales, por lo que a una familia promedio de cinco personas le correspondería más de 94 millones de pesos al año.
Estas cifras demuestran cuánta razón tenía el Cardenal del Pueblo al exigir que cualquier modelo económico, debe procurar la justicia social redistributiva. No lo hicimos así. El modelo ha logrado que el esfuerzo de los más débiles permita a los ricos ser más ricos y ellos, los pobres, sólo pueden observar esa riqueza frente a la pobreza en que se debaten día a día, cuando su sueldo mensual es de $300.000 o su pensión de vejez de $120.000.
El cardenal Silva en su testamento espiritual nos dijo "mi palabra es una palabra de amor a los pobres. Desde niño los he amado y admirado. Me ha conmovido enormemente el dolor y la miseria en que viven tantos hermanos míos de esta tierra. La miseria no es humana ni es cristiana. Suplico humildemente que se hagan todos los esfuerzos posibles, e imposibles, para erradicar la extrema pobreza en Chile. Podemos hacerlo si en todos los habitantes de este país se promueve una corriente de solidaridad y de generosidad. Los pobres me han distinguido con su cariño. Sólo Dios sabe cuánto les agradezco sus muestras de afecto y su adhesión a la iglesia".
Posteriormente don Raúl, en 1970, nos dijo:
"Es preciso que la comunidad entera se abra progresivamente al mandato inapelable de la justicia, que exige dar a cada uno lo suyo. Es urgente educarnos y educar de una nueva manera de pensar, tan antigua como el Evangelio, que nos lleva a interrumpir nuestro camino cuando en él yace atropellado, nuestro hermano el hombre, y responder por él".
Interrumpamos el camino nos dice don Raúl. Ante la existencia de 500.000 jóvenes que no estudian ni trabajan, interrumpamos el camino, ante la creciente desigualdad social y económica, interrumpamos el camino, ante el endeudamiento de nuestros jóvenes profesionales que nacen a su vida activa con deudas impagables, ante una sociedad que encarcela la pobreza, interrumpamos el camino, ante la delincuencia que muchas veces responde como consecuencia que nuestra sociedad les niega oportunidades y dignidad, interrumpamos el camino, ante sueldos que no alcanzan para vivir, interrumpamos el camino, ante la opulencia de quienes ostentan riquezas desmedidas, interrumpamos el camino, ante los abusos de poder de tantos empresarios inescrupulosos, interrumpamos el camino, ante la miseria de los sin casa, interrumpamos el camino, ante la corrupción que destruye el alma nacional, interrumpamos el camino, ante la ambición y la codicia desmedida, interrumpamos el camino, ante el egoísmo de lograr ventajas a costa de los demás con sueldos y prebendas públicas que hieren la conciencia quitándoles recursos al pobre, interrumpamos el camino, ante la desconfianza que generan las instituciones por actos incompatibles con la moral y la equidad, interrumpamos el camino... y Chile interrumpió el camino.
Este camino tenemos que recorrerlo unidos, reconociendo nuestras faltas. No miremos el pasado, miremos el futuro, no busquemos a los culpables, todos los somos, trabajemos juntos para enmendar rumbos, pongámonos de acuerdo en la solución a la inequidad. No hablemos más de la justicia social, pongámosla en práctica en los hechos, todos juntos pensando en Chile y la convivencia nacional, como un imperativo al que todos debemos sumarnos, aun cuando para lograrlo tengamos que renunciar a intereses personales o políticos, miremos a nuestros hermanos y sus angustias y a través de ellos miremos a Jesús que nos interpela a amarnos los unos a los otros como Él nos amó.
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