Emocional y/o psicológicamente la autoestima personal juega un rol crucial en nuestro desarrollo personal. No sólo en lo que es la íntima relación con nosotros mismos, aún más, en la manera en cómo nos manifestamos en el mundo material.
Históricamente, hemos sido entrenados mediante la «acumulación» y «obtención» como la principal (o única) forma socialmente viable para cimentar una impronta que tenga significado. Ostentar, el silente nutriente que nos otorga retroalimentación y satisfacción como forma de vivir.
Muchas veces, este camino debe enfrentarse, una y otra vez, con el estrés y tensión como principales obstáculos, dada las semillas de competitividad y diferenciación que sustentan este sendero.
El tiempo es un recurso más que limitado, encasillado en nuestros continuos viajes al ilusorio «pasado» o «futuro», lugar donde ansiedades y expectativas parecieran descansar por un momento. Cada día se torna algo similar, más que vivir, sinceramente, se intenta «evitar» cualquier accidente o tragedia que desestabilice nuestra pseudo-seguridad.
En esta visión, el dinero es el único medicamento que puede alimentar la autoestima; pensar mayoritariamente en el «adquirir» el tónico que satisface quien soy.
En un artículo publicado en el septiembre de 2011 en este mismo medio, se expuso la Declaración de principios de Felipe Cubillos, resumiendo las enseñanzas que le dejó la Regata de la Vuelta al Mundo.
Entre ellos, es interesante su «metáfora» de comprar más tiempo que dinero y más libertad que esclavitud. Interconectado lo anterior, es prácticamente imposible, dado lo ajetreado de la vida moderna, establecer una autoestima consistente en ausencia de libertad y tiempo, tal como lo señala Cubillos.
El ciclo de «conseguir» va muy de la mano de entender los «porqué», los «cómo», los «hasta cuando», circuito que nos auto-atrapa en nuestra individualidad, restando la innata capacidad de escuchar, expresar y sentir con el corazón.
Dependemos mayoritariamente de un pensamiento más que de una sensación. De hecho, el pensamiento desaparece con una rapidez increíble, en cambio, la sensación puede mantenerse por momentos.
Así también, el pensamiento nos separa de circunstancias y personas, por el contrario, el sentimiento nos empuja a descubrir atributos como la compasión y empatía.
Con ello, no quiero decir que el «pensar» sea negativo, más bien, abrir nuestros horizontes a un sano equilibrio entre ambas polaridades para definir con total experiencia al respecto (o ser consciente de ello).
Autoestima es clave en el desarrollo del potencial interior de cada ser humano, no obstante, dada la evidente falta de orientación y tiempo para investigar y trascender esta área, ¿qué podemos hacer para avanzar?
¿Qué acción/es podemos emprender para aumentar el sentido de valor personal?
Me inclino por cultivar un propósito o sentido de «colaborar» «cooperar» «compartir» y «dar» en la vida cotidiana, donde no debemos demostrar nada en especial, tan sólo interrelacionar lo que llevamos en nuestro interior con el anhelo de manifestar.
El «dar» es un atajo al, muchas veces, incomprensible drama de nuestros problemas emocionales y psicológicos.
¡Cuándo estás dando ni siquiera hay tiempo para pensar en ello! Una forma de simplificar todo lo que conocemos como culpa, sufrimiento, timidez y vergüenza. Un camino para romper ese hábito tan profundo de «creer que todo es un problema».
Una vía para reconectar con el entusiasmo, inspiración y, por sobre todo, «unidad». Hay mucho que podemos descubrir en este aspecto, desde mi experiencia, un sutil sentido de enriquecimiento personal mediante la celebración, comunicación y humildad.
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