Esta semana, en la que se conmemora a las cuidadoras y cuidadores informales en nuestro país, y en donde se inicia la votación en particular del proyecto de ley Chile Cuida, es momento adecuado para reconocer el invaluable y, en muchos casos, invisible trabajo de quienes dedican su vida al cuidado de otros(as). Esta reflexión adquiere especial relevancia, por cuanto buscamos avanzar hacia un Sistema Nacional de Cuidados que garantice el derecho al cuidado como una prioridad tanto para el Estado como para la sociedad.
Este proyecto de ley es más que un reconocimiento simbólico, pues responde a un contexto demográfico y social que reclama una transformación. La tasa de fecundidad en Chile ha caído a 1,5 hijos(as) por mujer, y se proyecta que para 2050 una de cada cuatro personas será mayor de 60 años. Este escenario exige que el cuidado sea reconocido no como una responsabilidad individual, sino como una tarea colectiva que requiere atención urgente y un compromiso claro de todos los sectores de nuestra sociedad.
El cuidado en nuestro país, como en muchos otros, lamentable e injustamente tiene rostro de mujer, por cuanto históricamente se les ha asignado a ellas este rol dentro del hogar, lo cual limita su desarrollo personal, laboral y social. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), las mujeres dedican un promedio de 5,89 horas diarias a tareas no remuneradas de cuidado, mientras que los hombres solo 2,74 horas. Esta desigualdad de tiempo también refleja la falta de reconocimiento del trabajo de cuidado, un problema que Chile Cuida busca abordar al plantear un sistema que incluye tres dimensiones: recibir cuidados, cuidar y el autocuidado.
Sin embargo, el proyecto enfrenta desafíos que podrían diluir su alcance. Algunas propuestas parlamentarias sugieren restringir el acceso al sistema solo a personas con dependencia funcional, una visión limitada que ignora la variedad de necesidades de cuidado que existen en la sociedad. Además, eliminar el enfoque de género en el proyecto de ley sería un retroceso, pues más del 87% de las personas cuidadoras no remuneradas en Chile son mujeres, lo que perpetúa la desigualdad de género y limita las oportunidades de miles de mujeres en nuestro país.
Otro aspecto crucial es que pueda ser incluido en este sistema, al universo de programas residenciales que atienden a niños(as), adolescentes, personas con discapacidad, personas mayores, entre otros. También resulta esencial establecer un marco regulatorio que apoye a los equipos de cuidados y garantice una atención adecuada para todos(as) sus residentes, así como también a estos equipos de trabajo a cargo. Además, es fundamental avanzar en el principio de corresponsabilidad, que redistribuye el cuidado entre familias, Estado, sector privado y comunidad. Esto es indispensable para reducir la carga desproporcionada que recae sobre las mujeres y construir una sociedad verdaderamente equitativa.
En este contexto, el llamado es a reconocer el valor del cuidado como un pilar de nuestra sociedad. Un sistema de cuidados inclusivo y robusto no solo apoya a quienes cuidan, sino que dignifica la vida de quienes necesitan recibir cuidados buscando que logren una mayor autonomía, promoviendo así una sociedad más justa y equitativa. Avancemos hacia un Chile donde el derecho al cuidado sea realmente un derecho para todos y todas. Hagamos del cuidado una prioridad colectiva y un compromiso real.
Infinitas gracias a cada una de esas personas, en especial mujeres, que cuidan incondicionalmente, aun cuando tristemente nadie las cuida a ustedes.
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