El año 1985 quedó grabado en la historia de América Latina como un punto de inflexión sobre la gestión de los riesgos naturales. Tres eventos catastróficos -el terremoto de Chile del 3 de marzo, el terremoto de México del 19 de septiembre y la erupción del Nevado del Ruiz en Colombia, el 13 de noviembre- dejaron miles de víctimas y expusieron las vulnerabilidades de la región. A 40 años de estos desastres, sus enseñanzas siguen vigentes en la gestión del riesgo, la cooperación científica y la preparación comunitaria.
El 3 de marzo un terremoto de magnitud 8.0 sacudió la zona central de Chile, con epicentro frente a las costas de la Región de Valparaíso. El sismo, que se sintió entre las regiones de Coquimbo y Biobío, dejó 177 fallecidos, más de 2.500 heridos y cerca de un millón de damnificados. La destrucción de 142.489 viviendas y daños severos en infraestructura crítica evidenciaron la vulnerabilidad del país ante estos eventos. Desde el punto de vista científico, este terremoto representó un hito por ser uno de los mejor registrados en campo cercano, lo que permitió avances significativos en el entendimiento de la sismología de subducción y el inicio de colaboraciones internacionales, considerándose a Chile como un "laboratorio natural" de la sismología.
Seis meses después, el 19 de septiembre, México enfrentaría su propio infierno. Un sismo de magnitud Mw 8.1 con epicentro frente a las costas michoacanas sacudió brutalmente la capital, donde los efectos se amplificaron de gran manera debido a las características del subsuelo de origen lacustre. Por ende, el lugar y las características de las edificaciones pudieron haber sufrido diferentes niveles de daño, de acuerdo a su vulnerabilidad, periodo de vibración, los materiales y técnicas con las que fueron construidos. El Hospital Juárez, el Hotel Regis y el edificio Nuevo León en Tlatelolco, entre otros, se convirtieron en símbolos de una tragedia.
Por otro lado, la respuesta ciudadana, con la emergencia de grupos de rescate como los "Topos", contrastó con la descoordinación inicial de las autoridades. Como explica Gerardo Suárez de la UNAM, este evento "fue un parteaguas que llevó a la creación de sistemas de alerta sísmica, programas de vivienda e inversión en infraestructura de medición sismológica".
Mientras México aún se recuperaba, Colombia enfrentaría su peor desastre socionatural. La erupción del volcán Nevado del Ruiz desencadenó mortales lahares que arrasaron con el municipio de Armero, cobrándose la vida o desapareciendo a más de 23 mil personas (el 94% de su población).
La tragedia fue particularmente dolorosa porque, como documentó Humberto González Iregui de la Universidad Nacional de Colombia, existían advertencias científicas previas que no fueron adecuadamente comunicadas ni atendidas. Un mapa de riesgo que se estaba elaborando semanas previas a la tragedia había identificado precisamente a Armero como zona de alto peligro, pero la falta de protocolos claros y la descoordinación entre autoridades condenaron a la población. Esta amarga experiencia llevó a Colombia a desarrollar uno de los sistemas de monitoreo volcánico más avanzados de la región y a implementar estrictas políticas de ordenamiento territorial.
Aunque estos tres eventos no estuvieron geológicamente conectados, comparten importantes lecciones para América Latina. Todos ocurrieron en países con alta actividad tectónica y volcánica, donde el crecimiento urbano no planificado aumentó la exposición al riesgo. En los tres casos, la falta de sistemas adecuados de monitoreo y alerta temprana, sumada a deficiencias en la comunicación de riesgos y mitigación, exacerbaron las consecuencias, pero también demostraron la capacidad de resiliencia y aprendizaje: Chile fortaleció su red sismológica, México revolucionó sus normas de construcción, y Colombia implementó un sistema de vigilancia volcánica.
Cuarenta años después, instituciones académicas y científicas de estos países conmemoran estos eventos no solo como recordatorio del pasado, sino llamando a la acción. En particular, la Universidad de Chile, a través del Programa Riesgo Sísmico (PRS), ha organizado en alianza con diferentes instituciones y redes una campaña internacional llamada "1985+40 años de aprendizajes ante desastres", que comprende una serie de coloquios internacionales, relatos ciudadanos, discusiones interinstitucionales, cursos y un gran evento presencial a realizarse en Santiago de Chile en agosto 2025, teniendo como principal objetivo analizar y conmemorar 40 años de políticas de reducción de riesgos de desastres en América Latina.
Los sismos y erupciones no se pueden predecir, pero los desastres sí se pueden mitigar. Los eventos de 1985 nos dejaron un legado doloroso pero valioso: la certeza de que la preparación, la ciencia aplicada y la cooperación internacional son nuestras mejores herramientas para construir sociedades más resilientes. En un mundo donde los fenómenos naturales extremos son cada vez más frecuentes, estas memorias y lecciones resultan más relevantes que nunca.
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