Futuros en prueba: cómo la simulación aumenta la inteligencia pública

Ante la creciente complejidad social, ambiental y económica que supera la capacidad humana para el tratamiento de información en la toma de decisiones cuyos efectos impactan a todo un país, la simulación emerge como una potente herramienta. En efecto, la simulación entendida como la representación simplificada de algún sistema-entorno para realizar alteraciones tanto al sistema como al entorno y así observar el comportamiento del uno, del otro o de ambos, tiene notables ventajas.

La gracia de la simulación es que no compromete a la realidad, sino al modelo; es decir, a la representación de ella. Y son los resultados observados en dicho modelo los que sirven para tomar las decisiones que sí afectan a la realidad. Es decir, cuando se simula se está actuando sobre un escenario ficticio. Algo se prueba ahí para, según cómo resulte, decidir la manera en que se intervendrá un escenario real.

Aunque con los avances tecnológicos la simulación se vincula al empleo de software y algoritmos computacionales, su historia y alcance van mucho más allá de lo digital. Desde maquetas físicas de muelles ante marejadas recreadas en miniatura, hasta ensayos de una nueva bebida sobre un grupo de voluntarios representativos de un mercado objetivo; la simulación tiene diversas formas de modelar la siempre enmarañada y dinámica realidad.

Pero es en el ámbito público donde realiza sus más importantes contribuciones, pues los funcionarios que tienen la obligación de optimizar la gestión estatal disponen de una herramienta que no solo reduce los costos operativos durante el proceso decisional, sino que además aumenta la probabilidad de éxito de la opción final.

En efecto, intervenir la realidad para probar cómo funcionaría en la sociedad una alteración aditiva (incorporar algo), sustractiva (sacar algo) o sustitutiva (reemplazar algo), por una parte, distorsiona la respuesta que tendrían las personas al saber que se trata de un experimento de cuyos resultados se tienen dudas y, por otra, requiere de un significativo consumo de recursos. Por el contrario, realizar la alteración en cuestión sobre el modelo en un computador o en un laboratorio, no perturba la realidad mientras se hacen las pruebas. Además, por tratarse de un medio controlado y simplificado, todas las alteraciones que se experimentan en cualquier escenario artificial requieren mucho menos tiempo y energía de los que se demandarían para realizarlas en la realidad.

Todos estos costos operativos que se reducen con la simulación son minúsculos si se comparan con aquellos que ella evita al tomar decisiones erradas. Por ejemplo, ante la incertidumbre respecto de la altura que debe tener el muro de un embalse, resulta más conveniente probar los distintos tamaños, ya sea en maqueta o en un programa computacional gráfico, para seleccionar la mejor dimensión. Así, las variantes de esta obra de acumulación hídrica pueden testearse para elegir la óptima antes de materializar en terreno dicho embalse que puede quedar sobredimensionado debido a que se construyó con una altura mayor, mereciendo el calificativo de "elefante blanco", o que pueda quedar subdimensionado, rebalsándose cada año.

El empleo de la simulación en contextos públicos para el apoyo en las decisiones no es nuevo en Chile ya que muchos organismos estatales, formal o informalmente, recurren a ella ante la incertidumbre de las reacciones que tendrán los sistemas que se pretenden cambiar y sus respectivos entornos. Pero las aplicaciones que ofrece esta tecnología son más amplias que las que actualmente se disponen en nuestro país.

¿Qué ocurriría con la fauna nativa y con los cauces naturales de agua si en el Altiplano se excava una zanja de 3 metros de ancho y 2 de profundidad para entorpecer la inmigración ilegal? ¿Qué ocurriría en el mercado de la literatura si los libros de autores chilenos quedaran exentos de IVA? ¿Qué ocurriría con la disposición al ahorro si, al nacer en Chile, todos recibieran del Estado un bono de un millón de pesos que se administre con inteligencia artificial, quedando todo ese capital individual a disposición de cada beneficiado únicamente al cumplir los 80 años?

Frente a la esencial pregunta que propicia cualquier simulación -"¿Qué ocurriría si...?"- ya se puede tener un satisfactorio repertorio de respuestas. Por lo tanto, el desafío no consiste en identificar la mejor respuesta, pues eso lo hace la simulación una vez que "corre"; sino en realizar las preguntas adecuadas. Y eso no es tarea del computador ni de la maqueta, sino del empleado público que decide por encargo del pueblo.

La ciudadanía merece que dicho empleado público encuentre, con satisfactorio nivel de confianza, el resultado más probable de cada una de las alternativas en competencia, antes de implementarlas. Así, la simulación permite experimentar futuros diversos y elegir el mejor sendero antes de dar el primer paso. Pero lo verdaderamente poderoso de esta tecnología no está en sus algoritmos ni en sus espacios virtuales, sino en el insumo que enciende el proceso decisional: la imaginación.

Porque antes de cualquier cálculo digital y antes de cualquier ensayo virtual, hay una mente humana que se atreve a formular la pregunta imprescindible con todas sus posibles variantes: ¿Qué ocurriría si lo hacemos de esta forma? ¿Qué ocurriría si lo hacemos de esta otra forma?... Estas interrogantes no surgen de una máquina, sino de la capacidad de concebir lo distinto, de proyectar lo no evidente, de intuir perjuicios aún invisibles o beneficios que nadie ha considerado. Omitir una pregunta pertinente, y por lo tanto privarse de su respuesta, puede provocar la pérdida de un bien y/o la ganancia de un mal.

Simular es, en términos más simples, un estilo ordenado y premeditado de imaginar. Es poner a trabajar la creatividad junto a la lógica, y a la audacia junto a la evidencia. Es generar anticipadamente, desde un mundo imaginado, esa información que no solo permite dar en el clavo; sino además, con suficiente precisión y exactitud, caracterizar el martillo apropiado y cuantificar la justa fuerza del golpe.

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