La violencia de género.
El abuso de menores.
El racismo.
El maltrato animal.
El tráfico de personas.
Todas estas son situaciones (y muchas más) que ocurren en la vida real. Y como tales, cualquier artista puede escribir una canción, escribir un libro o hacer una película alabándolas, según desprendo de la tolerancia que se está mostrando con algunos cantantes que nos cuentan lo entretenido que es ser asesino a sueldo o trabajar a las órdenes de un cartel mafioso.
Genial, seré el manager de algún artista cuya obra diga que hay que pegarle a la mujeres, aprovecharse de las niñas, escupir a la gente de piel más oscura, cazar pudús y traer inmigrantes ilegales para que trabajen como esclavos. El arte al servicio de la sociedad y el bien común. En una de esas llegamos hasta el Festival de Viña.
¿Dónde está la línea? Porque todos celebran las películas de Tarantino que muestran como chistosos los asesinatos que cometen los mafiosos, pero el documental "El triunfo de la voluntad", de Leni Riefenstahl, un filme de propaganda del régimen nazi, es casi imposible de obtener de manera legal.
Otro ejemplo interesante es la pornografía. No se exhibe en televisión abierta, y en plataformas como Youtube o Instagram está prohibida. O sea, censura a una manifestación que, siendo generosos, podría ser considerada artística. Y no hay mayores reclamos.
En las décadas de 1960-1970 la Nueva Canción Chilena tuvo un mensaje muy claro: "en Chile los pobres son explotados y viven mal". Luego, en 1980-1990 fueron grupos de rap y bandas de rock como Los Prisioneros que decían: "somos pobres, somos explotados y vivimos mal". El mensaje de la música urbana es: "salimos a la mala de la pobreza, hacemos que nuestro entorno viva mal y es genial que sea así". El arte conformista no genera buenos productos.
Más allá de la popularidad, cierta simpatía o complicidad que puedan provocar cantantes de trap o corridos tumbaos, creo que el arte, así como la libertad de expresión, tienen límites y ciertas manifestaciones deben restringirse (sucede en Europa con grupos de rock nazi). Lo advierte el experto en crimen organizado, Pablo Zeballos: "No hay que convertir a la delincuencia en símbolos, no hacer crecer su marca: al contrario de lo que creemos, su alza de estatus es un incentivo para el ingreso de nuevos miembros".
Prohibir la presentación de un cantante en un festival que se transmite por televisión abierta, o restringir ese género en radios, no va a eliminar el problema del crimen organizado. Pero difundir esa cultura es probable que lo fomente o, al menos, lo valide.
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