Sir Ringo Starr y por qué lo amamos

Esta semana Ringo Starr, mítico baterista de The Beatles, recibió el título de “Sir” de manos del príncipe William de Inglaterra. El reconocimiento, más que merecido, por su aporte a la música y la cultura británica viene veintiún años después de que hicieran lo propio con su colega Paul McCartney.

¿Quién sabe? Tal vez también compartiría el título con George Harrison, si un cáncer no lo hubiera despedido del “mundo material” en 2001, e incluso con John Lennon, probablemente menos contestatario a estas alturas, si un loco no lo hubiera borrado a balazos.

¿Qué sentido tiene interesarse por estas distinciones nobiliarias para quienes no tenemos mucha más relación con la realeza británica que The Crown? Probablemente muy poco, salvo que tenemos una excusa para robarle a los obituarios el derecho de recordar la obra y figura de Ringo, mientras aún está con nosotros.

Lo primero que hay que decir, es que Ringo es un sobreviviente, y no sólo porque nació en medio de la II Guerra Mundial, en el seno de una familia de clase trabajadora de Liverpool. A los 6 años una peritonitis lo tuvo en estado de coma, y cuando recién pudo incorporarse de nuevo al colegio, a la edad de 8, era aún analfabeto.

Como si fuera poco, un par de años después, una tuberculosis lo tuvo dos años en el hospital, donde, probablemente por aburrimiento, descubrió la batería.

Sus compañeros de curso comenzaron a apodarlo “Lázaro”…y con justa razón. Y aunque Ringo no terminaría sus estudios, comenzaría prontamente su carrera en la Escuela del Rock, de la que nadie duda que se ha graduado con los más grandes honores.

Al comienzo de la década de los 60’s, Ringo ya era uno de los mejores bateristas del circuito local. Antes de entrar formalmente a los Beatles, en los movidos tiempos de Hamburgo, ya los conocía y había tocado con ellos.

Pete Best, baterista original del grupo y probablemente integrante del top 5 de personas más arrepentidas de la historia, mostraba poco interés y los “dejó botados” más de una vez, por lo que pronto sería reemplazado definitivamente.

Alineadas ya las estrellas, la historia de la música no volvería a ser igual. Ringo sería el “pegamento” de un grupo de genios, con su simpatía y humildad.

En los años difíciles de los Beatles, una vez dejó la banda momentáneamente, al sentirse aislado. Cuando fue a decírselo en persona a cada uno de los otros tres por separado, encontró idéntica respuesta: “yo pensé que eran ustedes tres los que estaban más unidos”.

Sea como fuere, a su vuelta a las sesiones, sus compañeros tenían su batería llena de flores y mensajes de amor. Una vez disuelto ya el grupo, Ringo comenzaría una exitosa carrera hasta el día de hoy, incluyendo dos número uno en el país de Tío Sam (“Photograph” y “You’re Sixteen). Sería, además, el único que colaboró en la etapa solista de cada uno de los otros beatles.

Sin embargo, pensar que el aporte de Starr se reduce a ser un músico decente en una banda legendaria, su simpatía natural y los ringismos (lapsus verbales que quedaron inmortalizados, como “A Hard Day’s Night”), sería en extremo injusto.

Ringo fue y es una mente maestra de la batería, como cualquier conocedor del catálogo Beatle sabe. Si no lo tienen tan claro, escuchen “I Feel Fine”, “Ticket To Ride”, “Rain”, “Tomorrow Never Knows”, “A Day In The Life” o “Come Together”.

Después de hacerlo, piensen que la gran mayoría de los bateristas de rock de la época no hacían mucho más que marcar el ritmo, y si hoy eso es distinto, en parte es por ese señor que nació bajo el nombre de Richard Starkey.

Su gran talento fue dar a cada canción lo que ésta necesitaba, no menos, pero tampoco más. Fuera de los bombos y los tambores, habrá que admitir que sus contribuciones en la composición son escasas y de algún modo, inferiores a la de sus compañeros de grupo.

Pero habrá que admitir también que - con la ayuda del bueno de Harrison mediante - nos legó una de las canciones más memorables y bellas de The Vétales, “Octupus’s Garden”.

Finalmente en el ámbito musical, no podemos dejar de mencionar su gran capacidad para cantar y tocar la batería al mismo tiempo, como mostraba en los números en vivo, o cómo plasmó la voz principal en clásicos como “Yellow Submarine” o “With A Little Help Of My Friends”.

Personalmente, tengo mucho que agradecerle a Sir Ringo. Si bien como músico no supero por mucho el nivel fogatero, la música es mi principal hobby y “terapia de relajación”.

He aprendido y adquirido distintos instrumentos musicales, que he amado con devoción, pero el primero fue una batería que me regalaron mis papás a los 12 años, luego de machacar cuanto cojín y olla había. Y eso fue por Ringo, sin duda.

Si aún este millennial pudo inspirarse en esos golpes grabados hace décadas, me imagino cuantos niños y jóvenes, de todos lados del mundo, lo han hecho a partir de la música de Ringo a través de los años.

¡Grande Sir Ringo!

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