A pesar de la pandemia que nos asola, en los últimos días se ha puesto en el tapete una práctica poco usual en Chile: premiar o, más bien, premiarnos. Tarea que tan bien hace en general y mejor aún, en esta crisis sanitaria, social y cultural. Sin embargo, tanto del Estado como de la sociedad civil, no va acompañada del impacto que debiera tener el galardón a alguien a quién imitar, divulgar y reconocer.
Muchas veces, en las discusiones de las políticas culturales que (aún) nos rigen, se planteó la necesidad de tener una política de premios y galardones. No prosperó.
En la mente de quienes lo promovíamos, estaba la gran celebración que prosigue a la sobria entrega de los Premios Nobel - en un escenario repleto de flores históricamente donadas por el municipio de San Remo - entrega el rey de Suecia y el homenajeado agradece con una leve inclinación de cabeza.
Luego viene la cena de mil invitados de gala, en el ayuntamiento de Estocolmo, donde los premiados pueden agradecer y, mientras avanzan hacia el podio, las banderas de las facultades universitarias se inclinan en señal de admiración y respeto. Luego la cena en que quinientos mozos, al unísono, depositan los platos con los manjares, los brindis y ... el baile.
Pero, nada de eso ocurre acá. Es casi un trámite: se publican las bases, se constituye un Jurado - semi opaco en sus integrantes - y se anuncia el galardón: llamada telefónica ministerial, palabras de rigor, fotografías, abrazos y discretos titulares al día siguiente.
De fiesta, nada. Reflejo del taciturno carácter nacional.
Sin embargo, en este invernal conjunto de galardones, se advierte algunos cambios.
Los Premios Pulsar a la Música, en un nuevo envase virtual, fueron interpretados por El Mercurio como una suerte de reconocimiento a las lenguas indígenas, y los ganadores tenían un componente de "pueblos ancestrales".
El indiscutido premio nacional de Derechos Humanos al abogado Roberto Garretón, parece marcar también una señal de reconocimiento - y así él lo reconoce - a un colectivo: los funcionarios y funcionarias del comité de Cooperación para la Paz y la Vicaría de la Solidaridad, que habían sido, hasta ahora, tan injustamente postergados.
Presencia indígena y aplausos a los funcionarios de derechos humanos son dos señales no menores en un desierto de reconocimientos en esa línea.
Algo parecido puede estar gestándose en los premios nacionales, por resolverse pronto.
Desde luego, debutan en el caso de Literatura y Música, dos jurados adicionales, nombrados, según Ley, por el Consejo Nacional del ministerio de las Culturas. Este último es una instancia participativa y transversal que trae aire fresco a un jurado de cinco miembros que aún se mantiene en los premios no artísticos.
Justamente en Literatura se ha iniciado, mucho más abierto que en otros años, una conversación sobre la necesidad de premiar a una mujer y quizás algún(a) indígena. Justamente en ese jurado se designó a una poeta mapuche.
También es novedoso el que la solicitud de considerar poetas mujeres, solo Gabriela Mistral lo obtuvo antes, sea una petición de colectivos femeninos que no se abanderizan con una candidata en particular, solo refuerzan la importancia del género.
En el caso de la Música, una publicación de prensa mostrando solo postulantes hombres, agudizó tales demandas de tener postulantes mujeres, que no se han visto hasta ahora concretadas en nombres específicos.
Lo que subyace es la distinción entre música docta y música popular y aquella de premiar o no a músicos que han hecho gran parte de su carrera fuera de Chile, como ha acontecido recientemente.
Sin dudas, la ampliación del jurado, va a agregar complejidad al debate y podemos tener sorpresas respecto de la ampliación de las fronteras auto impuestas por jurados anteriores.
En el caso del premio de Historia, que conserva el jurado de una quina de integrantes, se ha hecho público el apoyo a la profesora Ana María Stuven, al parecer única candidata mujer, de 24 mujeres destacadas que, en carta al director, llaman la atención sobre que “el país está en deuda con el reconocimiento hacia la participación femenina en la historia”. Deuda que comenzó a atenuar la anterior ganadora, Sol Serrano.
Es posible pues que en los próximos Premios Nacionales comiencen, paulatinamente, a reflejarse algunos cambios culturales que ha experimentado nuestra sociedad.
Tal vez entonces, podamos comenzar a pensar en una política que amplíe y celebre los reconocimientos.
Quizás sea una de las lecciones que nos deje la pandemia.
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