Ucronía

Imaginemos,cómo nuestro país hubiera enfrentado la pandemia en 1995. Chile vivía sus primeros años del retorno a la democracia y entonces no habría sido posible trabajar ni estudiar desde casa, nuestra entretención se hubiese reducido a ver televisión y hablar desde el teléfono residencial.

¿Alguien ha pensado cómo sería vivir esta pandemia sin Internet, sin plataforma alguna, sin aplicaciones, redes o incluso sin teléfonos móviles? ¿Cómo hubiese sido esta crisis 25 años atrás?

Todas esas interrogantes tienen respuesta desde la Ucronía, un género literario que se basa en un mundo ficticio determinado por algún acontecimiento, pero desarrollado en su relato en forma diferente a como ocurrió en la realidad.

Entonces, veamos cómo hubiese sido el Chile de 1995, pero enfrentado al coronavirus.

Menos viajes, menos intercambio, menos virus

Hace 20 años el mundo recién comenzaba a globalizarse y, nuestro país, a abrirse a este nuevo orden de la mano de una democracia frágil, gobernada por Eduardo Frei Ruiz-Tagle, pero que nos permitía insertarnos en el intercambio comercial mundial.

Así, a partir de los años noventa, comenzaron a llegar a nuestro país nuevas tecnologías, como el teléfono móvil y la televisión por cable. También comenzaron a aparecer restoranes de comida rápida y locales de arriendo de películas o videojuegos de empresas estadounidenses, entre otros muchos eventos de la modernidad.

Sin embargo, todo aquello ocurría a paso cansino, pues no existía el nivel de intercambio que existe hoy, en tanto no existía Internet y se viajaba muchísimo menos.

Para 1995, nuestro país tenía 1.539.600 visitantes extranjeros, una cifra casi cuatro veces menor que la registrada en 2018, último año que podemos considerar normal para el turismo nacional, cuando fuimos visitados por 5.722.928 turistas extranjeros.

En cuanto a los viajes realizados por chilenos, estos se quintuplicaron, pasando de 1.091.700 a 4.804.500 en el mismo periodo.

Hay múltiples factores que explican aquello, pero lo cierto es que hoy es muchísimo más fácil viajar que hace 25 años. Para el coronavirus habría sido igual, por lo que sus posibilidades de propagación se hubiesen visto muy limitadas. De hecho, los chilenos que en esa época viajaban a lugares desde donde hoy se propagó el virus hacia nuestro país eran poquísimos.

China prácticamente no era visitada por compatriotas y hasta Europa solo llegaron 64.700 personas del millón y un poco más de chilenos que viajaron en 1995. Es decir un poco más de un décimo de los 500.000 que viajaron al Viejo Continente en 2018.

El bendito teléfono

Quienes necesitan el teléfono para trabajar, pololear, pedir comida e incluso informarse, lo habrían pasado realmente mal.

Lo que hoy se hace principalmente por correo electrónico, whatsapp o instagram, hubiese sido solamente por teléfono. Y residencial. Fijo. Aun cuando la Compañía de Teléfonos de Chile (CTC), antecesora de Movistar, aclaración necesaria para los millenials que probablemente no han escuchado nunca la famosa sigla, ganó en 1988 la licitación para implementar la telefonía celular.

Lo cierto es que, para la mitad de la década de los noventa, ésta era una tecnología muy costosa y poco extendida. Los teléfonos se vendían con plan y debían ser pagados de 12 a 18 cuotas. Solo dos compañías proveían el servicio: CTC y Entel.

El prepago no existía e incluso, quienes tenían un aparato móvil debían pagar las llamadas que recibían, modalidad que cambió en 1999 con la implementación del “quien llama paga”. De esta forma, claramente, el teléfono residencial hubiese sido nuestra única vía de comunicación.

Imposibilidad de “tele trabajar”

En 1995 era impensable el teletrabajo. Quienes hoy estamos trabajando desde nuestros hogares solo lo logramos gracias a Internet. Aunque en 1992 REUNA (organismo de la Universidad de Chile)  llevó a cabo la primera conexión por este medio, no fue sino hasta 1997 en que se creó NAP Chile, un punto de interconexión de tráfico de Internet en Chile, formado por varios operadores, que hizo posible la comercialización de la red y el comienzo del acceso a ésta por empresas y particulares.

La imposibilidad de trabajar desde el hogar no solamente habría sido desde el punto de vista práctico, sino también desde la legalidad.

Los trabajadores que se hubiesen acogido al novedoso y seguro sistema no habrían sido tratados como tales, sino como meros proveedores comerciales.

Si bien antes de 1981, nuestra legislación laboral regulaba el “trabajo a domicilio”, cuestión distinta al “teletrabajo”, la reforma laboral de tinte neoliberal llevada a cabo por el gobierno de la época lo excluyó del alcance de la legislación del trabajo.

Por ello, recién en 2001 se dictó la ley 19.759 que hizo viable el trabajo desde otro lugar que no fuera las instalaciones del empleador y eso hizo posible solo en parte el teletrabajo. Como las reformas al Código del Trabajo introducidas por dicha ley fueron insuficientes, en 2020 entró en vigencia la ley 21.220 que regula la materia.

Menos ocio y comida

Para peor, el confinamiento en nuestras casas hubiese sido durísimo. Hoy es amenizado para algunos de nosotros por series y películas que podemos ver en la televisión por cable, Netflix o Amazon, sin contar a otras plataformas que ofrecen otro tipo de contenido, como por ejemplo, YouTube.

Pero en aquellos años nuestro tiempo de ocio, por lo menos televisivo, podría haber sido gastado solamente viendo los seis canales analógicos de televisión abierta. Eso en la capital, porque si de provincia se trata, algunas regiones no tenían más de 3 señales.

Nuestros niños se hubiesen entretenido con Pipiripao en el canal de la Universidad Católica de Valparaíso o con los programas Cachureos y Hugo de Televisión Nacional de Chile.

Como consuelo, para los más grandes, ese primer semestre de 1995 se estrenaba una de las mejores teleseries de TVN, Estúpido Cupido. Durante el segundo semestre igual nos hubiésemos entretenido con otra buena teleserie, Amor a Domicilio del Canal 13, protagonizada por el hoy diputado Luciano Cruz-Coke.

Y por las noches, nuestro encierro nocturno hubiese sido animado por Kike Morandé y Viviana Nunes en los últimos capítulos del estelar Martes 13 también trasmitido por la señal que para entonces pertenecía a la Pontificia Universidad Católica de Chile.

En ese clima, solo unos pocos santiaguinos podrían haber disfrutado del TV Cable proporcionado por las empresas Intercom, Metrópolis y Cablexpress. VTR no existía, ¡felizmente!, porque si hubiésemos querido disfrutar de películas y videojuegos, la única opción habría sido que Blockbuster implementara un servicio de despacho a domicilio.

En cuanto a la comida, ¡ni hablar! En 1990 llegó a Chile McDonald’s, abriendo su primer local en avenida Kennedy al lado del Mall Parque Arauco.

En 1991 lo hizo Domino’s Pizza y al mismo tiempo Pizza Hut y Kentucky Fried Chicken, los cuales, junto a la cadena nacional Burger Inn (Ojo, no Burger King, para los millenials), eran las únicas opciones de comida rápida -pero en el local - por lo que hubieran estado cerrados igual.

Aparte de la comida china, que ya era famosa desde los ochenta en nuestro país. Nada de sushi ni de un bocado thai.

Lo que no hubiésemos perdido

El virus nos hubiese arrebatado la vida de muchos seres queridos, pero, guardando las proporciones, también nos hubiese arrebatado historias personales, vivencias y momentos inolvidables.

Los que éramos niños en aquel entonces no hubiésemos disfrutado en el cine de la linda historia del vaquero Woody ni de Buzz Lightyear en la película Toy Story. Tampoco hubiésemos conocido a la linda princesa Pocahontas. A los ojos de los más adultos, tampoco hubiese llegado Corazón Valiente, interpretada por Mel Gibson ni tampoco el film Los puentes de Madison, que narró una particular visión del amor maduro, en tiempos en que para los chilenos la tercera edad solo podía tejer y leer en añosos sofás.

En lo deportivo, para los hinchas de la U, todo hubiera sido terrorífico. De haber estado el coronavirus presente en 1995, probablemente no habría habido campeonato nacional, lo que no solo les habría privado del bicampeonato, sino del tremendo espectáculo que supuso la encarnizada competencia que la Universidad de Chile mantuvo con la Católica, sino también de la aparición del máximo ídolo de su historia, que si bien había aparecido un año antes, fue en 1995 y 1996 que alcanzó su gloria: Marcelo Salas.

Pero el  “Matador” no hubiese sido el único ídolo que podría haberse perdido. También otro de los más grandes de nuestro fútbol, Iván “Bam Bam” Zamorano que, un 3 de junio de 1995 alcanzó la gloria marcando el segundo gol que le dio el triunfo al Real Madrid sobre el Deportivo La Coruña y que, televisado por Megavisión y relatado por Juan Manuel Ramírez, hizo vibrar a todos los chilenos que nos congregábamos de Arica a Magallanes a verlo. 

El gol no solamente consagró al Real Madrid como campeón de la Liga Española ese año sino que llevó a Zamorano a la galería de históricos del club merengue.

Un sistema de salud que habría colapsado

No cabe duda de que en el ámbito sanitario hubiésemos sufrido un colapso total. Durante la década de los noventa, la red hospitalaria era muy débil, ya que desde 1973 no se había construido ningún hospital en Chile. Solo a modo de ejemplo, para 1995 el Hospital San José, que es probablemente uno de los que más usuarios ha atendido durante la pandemia, funcionaba en un edificio que databa de 1872 y donde hoy muchos aseguran que penan las almas.

El Hospital Padre Hurtado, que atiende el sector sur de Santiago fue inaugurado recién en 1998 y el Luis Tisné de Peñalolén en 2002.

En cuanto a las clínicas privadas, estas eran pocas y estaban ubicadas en el sector oriente. Destacaban la Clínica Las Condes, Alemana, Indisa, Santa María y la de la Universidad Católica en el centro. No había más.

No cabe duda entonces de que, si la pandemia nos hubiese azotado en 1995, nuestro destino hubiese sido peor que el actual.

Parece que somos “afortunados” de que el virus proveniente de Wuhan haya llegado justo ahora, que, aunque no tengamos vacuna para enfrentarlo, parecemos tener más elementos que hacen más llevadera nuestra vida con este ingrato acompañante.

Felizmente, todo lo que hemos leído aquí no es más que ficción, algo que pudo haber pasado, que no pasó, pero que bien pudo haber pasado.

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